. Percibiendo que, en la trastienda de la crisis, habría
responsables moviendo los hilos de lo que se disputa a nivel planetario, en una
dimensión que escapa de nuestra realidad material de país de la periferia y de
nuestro quehacer cotidiano, la reflexión deviene en una suerte de pensamiento
intuitivo.
Desde
la visión de las relaciones internacionales, en un accionar que hemos intentado
por décadas, el momento actual del planeta exige un pensamiento holístico, una
mente abierta para tomar acción de futuro, entendiendo que viviremos un país
más pobre, pero quizá más justo y solidario, siendo ambos adjetivos una
expresión de deseo del colectivo ciudadano. Las conversaciones que vamos sosteniendo,
tanto para la reflexión como para hacer una catarsis gregaria, se van expresando
en análisis integrados, intercambio de visiones, multidimensionalidad en las
conversaciones, todo lo cual ayuda a ir compaginando, con diversos parámetros y
la experiencia vivencial de cada cual, más la información que generan fuentes
alternativas, un sentimiento de libertad para imaginar en medio de la
cuarentena y confinamiento voluntario, escenarios probables para el cierre de
esta crisis global.
Tratando
de anticiparnos y de apostar a la construcción colectiva de poder ciudadano, lo
primero que se viene a la mente es tener que aquilatar la fragilidad de la red
social que hemos heredado del avance tecnológico y que nos ha servido de
paliativo al aislamiento obligado, en medio de la emergencia sanitaria. Porque,
más allá del instinto natural a la sobrevivencia, la virtualidad ha atenuado el
aislamiento y, en general, se constata que estamos acostumbrados a vivir
dependiendo, en gran medida, de la capacidad de acceder a plataformas que, de
últimas, son propiedad de poderes fácticos supranacionales, a quienes molesta
el pensamiento crítico y busca domesticarnos como seres obsecuentes y
descerebrados.
El
sueño de la Internet libre se vino esfumando a medida que los espacios de
conectividad se han concentrado en plataformas planetarias, tales como Facebook,
Youtube, Whatsapp, Instagram, las cuales, al pertenecer a los mismos poderes
supranacionales que concentran la riqueza y el poder mundial, ejercen de hecho
un gigantesco poder planetario y no es conspirativo afirmar que existe el
riesgo objetivo de que pudieren coartar esta incómoda espontaneidad que ha
surgido de las redes sociales.
No
es especulativo marcar esa amenaza cuando, tanto Estados Unidos como China,
están enfrascados en una carrera para controlar el futuro de la tecnología 5G
y, en general, los Estados en una tendencia cada vez más antidemocrática, que
busca ejercer un creciente control sobre el uso de Internet en su población, lo
que significa limitar los derechos a la conectividad y censura a los
contenidos. Los poderes fácticos aspiran a controlar las redes sociales o a
intervenirlas con un ciber espionaje que censure, controle o manipule la
opinión pública. Más allá de ello, mediante tecnologías de big data se busca
identificar perfiles de individuos a escala mundial, para realizar sobre ellos
una comunicación personalizada que atienda a sus intereses, conductas y
emociones. La manipulación que se realiza a partir de esa segmentación
tendiente al infinito, lleva a un control y vigilancia de carácter estructural,
lo que significa anticiparse a cualquier amenaza que surja desde la población,
grupos críticos en todo ámbito, que pueden ser criminalizados como los enemigos
y neutralizados, infiltrados o eliminados preventivamente. Cuando se habla de
esto, inmediatamente se estigmatiza al hablante como conspiranoíco, sin
embargo, el sicariato sigue funcionando sobre periodistas de investigación,
dirigentes ambientalistas, líderes sociales, en fin, cualquiera que cuestione
el modelo dominante. Julian Assange, periodista australiano, creador de
Wikileaks, arrestado en Inglaterra, luego de 4 años de asilo en la Embajada del
Ecuador, hasta ser entregado a la policía por el Presidente Lenin Moreno; y
Edward Snowden, que filtró acciones de espionaje de la CIA a la ciudadanía, que
hoy reside en Rusia, han sido testimonio vivo de los poderes que se articulan
con el manejo global de información sobre el ciudadano.
La
concentración de los medios de comunicación a nivel mundial se traduce en una
pequeña cantidad de cadenas globales. Esas cadenas han buscado complementar sus
medios radiales, escritos o televisivos, con una presencia en las redes
sociales, compitiendo con las personas que, en una multitud desordenada, pueden
convertirse en anárquicas generadoras de tendencias, con la instantaneidad de
la noticia capturada sin filtros. Por esa importancia de las redes para formar
opinión pública, los poderes fácticos han convertido en usual el uso de los bots,
que son programas informáticos que efectúan, con cuentas falsas y
automáticamente, acciones repetitivas a través de Internet, como publicar, dar like, responder o compartir, lo cual busca
distorsionar la red, provocando desinformación, distractivos o un ánimo
colectivo que sea propicio a los intereses de quienes manejan este medio
planetario de comunicación social, generando, de paso, una desconfianza sobre
la veracidad de lo que se publica en las redes sociales.
El
control masivo de la Internet tuvo inicialmente propósitos comerciales para el
comercio electrónico, con una segmentación precisa de los potenciales
consumidores o usuarios. Pero, rápidamente, esa herramienta tecnológica fue
incorporada a la Defensa, a los servicios de inteligencia, a la prospectiva, predicción
y definición del marketing electoral. Clara evidencia de ello han sido las
tecnologías que apuntan a tener una trazabilidad y análisis de contenidos de
todo el universo de comunicaciones que circula por las plataformas globales, y
las políticas de seguridad interior que ya mantienen y pretenden articular con
más profundidad Estados cada vez más autoritarios o totalitarios. Si se agrega
a esto, la existencia de organizaciones no gubernamentales que articulan
pensamiento anti sistémico a nivel global, como, por ejemplo, GreePeace,
Amnesty, Médicos sin Fronteras, los movimientos que luchan para frenar el
calentamiento global o la defensa del Medio Ambiente, el poder aspira a
controlar, a través del ciber espionaje, a estas organizaciones sociales que
son activistas en contra de poderes, privilegios, depredación y corrupción.
Siempre
se dijo que el Periodismo era el Cuarto Poder del Estado. Si la concentración en
la propiedad de radio, prensa y televisión negó la libertad profesional del
periodista, sometiéndolo a líneas editoriales de los dueños de los medios, las
redes sociales, partiendo por los blogs, ofrecieron un espacio abierto para la libertad
de prensa real y ello terminó siendo una amenaza sensible para los poderosos de
cualquier signo, en particular de parte del periodismo investigativo,
anticorrupción, que ha provocado la caída de gobernantes y empresarios
corruptos a nivel global. Ante esa amenaza, el sistema que sufrió el impacto de
movimientos sociales, poniendo en riesgo a los gobiernos deslegitimados, ha
comenzado a impulsar una normativa represiva y preventiva. Hasta antes de la
pandemia, esta realidad cruzaba el planeta, con las protestas en Hong Kong, los
chalecos amarillos en Francia, el estallido social de Octubre en Chile, las
protestas en Colombia y Brasil. El poder vio crecer la movilización social
organizada en forma “espontánea” por millones de protagonistas a través de las
redes sociales.
El poder de la información, los macro análisis
big data, significa que tanto se puede detectar las tendencias, ideas y formas
de pensar de las personas, como también desplegar sobre ellas un metódico
bombardeo comunicacional que va orientado a sus sensibilidades más personales,
de manera de reforzar sus perfiles y su toma de decisiones; junto con ello, el
conocer el micro mundo de millones de personas, se facilita la acción represiva
del Estado. La idea de control total rebasa los medios masivos y sus redes
globales, para incursionar en las redes sociales con estrategias personalizadas
para manipular, desinformar, influir en el ánimo colectivo, convirtiéndonos en
borregos emocionales, que anulamos la razón y compramos negacionismos y pos
verdades que el sistema global inculca en la conciencia colectiva. La sin razón
es la tónica y resultan peligrosos los contestatarios, los críticos, los
francotiradores intelectuales, que disparan ideas peligrosas.
Hernán Narbona Véliz, Periodismo Independiente,
17/Mayo/2020