.
Hace tiempo dije en este mismo
medio que la educación no está de moda. Generalmente, cuando se habla de ella,
es por necesidad y no por ser un tema recurrente como la política o la
economía.
Desde que la ministra de Educación y Formación
profesional lanzó el reto a la opinión pública ya se piensa en el curso
2020-2021, pero antes hemos de resolver el final del curso presente. La
cuestión es peliaguda.
Antes de septiembre llegará junio
y hay que adoptar muchas soluciones previas: salud e higiene, fechas, clases,
grupos, ratio, alumnado, coordinación con la comunidades, asistencia presencial
y a distancia o semipresencial…
La cuestión de la finalización
del curso no pude esperar. Las instrucciones de comienzo del curso que
elaboraron las respectivas consejerías de educación ya no sirven porque la
realidad es diametralmente opuesta a la que existía en septiembre de 2019;
téngase presente que esas instrucciones se elaboraron en junio de ese mismo año.
Ahora toca sentarse, debatir para contrastar puntos de vista y, ante todo, dar
certidumbres a los padres porque esto no es cuestión de fe. La presunta “nueva
normalidad” de la que hablan los
expertos hay que tenerla en cuenta y, sin salirse de ella, empezar a planificarla.
Una vez más vamos a comprobar las diferentes velocidades que existen entre
autonomías; de esas ya da cuenta el informe PISA cada vez que publica
resultados.
Los centros se cerraron por la
pandemia en un momento en que las consejerías de educación estaban recabando
datos estadísticos de los centros, se estaba rectificando los documentos de
organización del centro, en muchos casos, y estaba bien avanzada la evaluación
trimestral. Los centros y el profesorado se vieron en una situación totalmente
nueva y de la que no había experiencias anteriores.
El teletrabajo y la atención del
alumnado a distancia –no me refiero a los más pequeños—han generado un tremendo
desequilibrio y un distanciamiento de la igualdad que se presupone al sistema
educativo. ¿Por qué? Pues porque el alumnado es heterogéneo en el aprendizaje, en la disponibilidad de medios tecnológicos y en
la posibilidad de contar con otras herramientas propias de la modalidad a
distancia.
Muchos progenitores se han
volcado con sus retoños –primaria y secundaria, sobre todo, sin descartar
bachillerato—para seguir el hilo del aprendizaje y han puesto los medios para
no cercenar hábitos de estudio y trabajo; eso sí, no siempre los padres pueden
hacerlo. Aproximadamente un 14% de ese alumnado, según datos oficiales, no
dispone de los medios tecnológicos necesarios o suficientes. No me sorprende la crítica que escuché casualmente,
hace cuatro días y desde mi ventana, donde un grupo de madres se cargaban de “pedagogía
visceral” cual doctoras ‘honoris causa’ al más puro estilo Pedro ‘Plagio’
Sánchez: la ignorancia tocaba el clímax del atrevimiento.
Como docente estoy acostumbrado a
que todo el mundo entienda de educación y a que algunos progenitores intenten
aleccionar al profesorado. No se hace en medicina ni en estadística ni en temas
fiscales… pero en educación sí, doy fe. La
nueva realidad nos dice que va a ser imprescindible conjugar lo educativo con lo sanitario.
La sensibilidad, la responsabilidad y la entrega del profesorado están fuera de
toda duda. Si el sistema educativo tiene unos pilares firmes para afrontar la
educación con garantías y buscar soluciones, ese es el profesorado. No lo duden.
Evidentemente debe descartarse el regreso del alumnado de
0-3 años ya que a esa edad es casi
imposible evitar el contacto: todo lo manosean, lo cambian entre ellos y/o lo
chupan, incluso. Ante cualquier contagio de un miembro de la clase van todos
detrás, incluido en ocasiones el docente o docentes responsables del grupo. Lo
de mantener la distancia social a estas edades es un sueño imposible de
cumplir: habría que sujetar de la mano a cada alumno y alumna, incluso así… No
tengo dudas de que es complicada la labor de los educadores de educación infantil, tanto al
inicio del curso 2020-2021 como si los centros reciben alumnado a finales de
mayo por cuestiones de conciliación y trabajo de los padres.
Es
muy acertado que la ministra de Educación y Formación Profesional convoque a
las comunidades autónomas a una conferencia sectorial. También el Consejo
Escolar del Estado, donde están representados todos los sectores de la
comunidad educativa, ha pedido a Isabel
Celaá que desarrolle cuantas ideas ha ‘lanzado’ a los medios. Recordemos
que la ministra es la responsable de proponer y ejecutar la política del Gobierno en
materia educativa y de formación
profesional”, sin olvidar que son las comunidades quienes tienen transferidas
las competencias educativas.
En numerosas conversaciones con compañeros docentes flota la
incertidumbre y la preocupación. Las comunidades piden que el Ministerio de
EyFP se abstenga de meter baza en la planificación del curso 2020-2021 porque
no es de su competencia. Hasta ahora la ministra ha actuado como elefante en cacharrería y
lanzando globos sonda a ver qué pasa, no
sólo buscando protagonismo sino echándose la manta a la cabeza, pero sin
resolver el enigma. El caso es que ha soliviantado a tirios y troyanos.
Es un hecho que el Ministerio de Educación y FP no sabe cómo
abordar el final de este curso. La conferencia sectorial debe clarificar y abordar instrucciones de
fin de curso, destinadas a primaria, secundaria, bachillerato y ciclos de FP.
Pero también hay preocupación en centros de educación especial, centros de
educación de adultos, EE.OO.II., escuelas de Arte y cuanta tipología de centros
contempla el actual sistema educativo. Estamos en mayo y el tiempo nos
atropella sin contemplaciones.
En próximos artículos nos limitaremos a hacer propuestas serias
sobre cómo afrontar este fin de curso y el inicio del siguiente. Si bien
comencé el artículo diciendo que la educación no era un tema de moda, considero
que ahora es una cuestión preocupante para
todos los sectores que conforman la comunidad educativa.