Si bien algunos pudieran creer que la prudencia es una virtud teológica, la propia secularización de los últimos siglos, han llevado a esta conducta a ser una virtud cívica de irrefutable eficacia.
Si bien algunos pudieran creer que la prudencia es una virtud teológica, la propia secularización de los últimos siglos, han llevado a esta conducta a ser una virtud cívica de irrefutable eficacia.
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Surgida la prudencia como atributo social de
la reflexión de la sabiduría antigua, y presente por cierto en Aristóteles, que
la consideraba un modo de ser racional, relacionada con la disquisición de lo
que es bueno o malo para las personas, ella quedó ligada a las cualidades de la
sabiduría. Ser prudente pasó a ser virtud del hombre sabio.