. Deslumbrante, didáctico, hermoso, bueno, audaz... Con la lectura de unas pocas páginas ya sabía que iba a colocarlo en la balda de mis favoritos. Por mil razones.
Aprendizaje y emoción forman pareja en este libro donde se mezcla tal cantidad ingredientes interesantes que concretar una definición cerrada para él resulta imposible. Al principio era reticente, la novela centra la mayoría de mis lecturas; menos mal, que la curiosidad me pierde si hay libros por medio y eran tantos y tan excelentes los comentarios sobre él que me alegro de haber caído. El infinito en un junco es una magnífica megahistoria del nacimiento del libro tal y como lo conocemos ahora.
Ante todo es un dechado de información, un vastísimo catálogo de datos. Pero no se asusten, la genialidad de Irene Vallejo reside en su enorme capacidad para convertir en ameno lo que a priori pudiera parecer farragoso. Compone con buena escritura, Historia, “armas” de novela y tono de fábula este esplendoroso recorrido histórico con el libro como madre de todas las batallas y los deseos; un instrumento vital en la transmisión del saber y el placer, objeto vivo generador de odio y deseo y superstar de los mágicos centros de droga impresa llamados bibliotecas. Qué bien describe y cuenta Irene Vallejo este universo amado y acosado a lo largo de los siglos: desde que era un bebé de papiro hasta hacerse pantalla, esa deformación –con todos mis respetos a ebooks y “cuadrados” variados- que aniquila el tacto y el olor que nos pierde a los románticos del papel. Cómo cautiva esta mujer con su amor y homenaje al libro y a los humanos que contribuyeron a evitar su muerte pese a la crónica de extinción que para ellos anunciaron hordas de agoreros. Mientras leía a Irene Vallejo soñaba con conocerla en persona, charlar un ratito con ella de la infinita fascinación que también comparto. Qué deleite cuando nos mete hasta el fondo de la magia de los pasillos de la biblioteca de Alejandría (junto a otras): se eriza el vello, suenan inspiraciones profundas y caen los párpados por el embrujo imaginando semejante oráculo. Son signos inequívocos del enamoramiento reactivado gracias a esta escritora para los que somos enfermos de la tinta. Qué sensorial resulta todo con su magnífica narración. Me he sentido absolutamente identificada con la desbordante pasión que transmite Irene Vallejo en este tremendo viaje por la galaxia de clásicos a los que miramos desde abajo; manos que forjaron la base de la literatura como compendio de cientos de materias de las que seguimos aprendiendo. La autora emociona al lector con disparos en forma de frases, en alusión a ellos, los libros y sus tiendas gratuitas: «...escuchar el susurro de todas aquellas palabras dormidas...», en las bibliotecas destrozadas o abandonadas, «...incluso en los abismos de la vida, somos criaturas sedientas de historias…como eficaces botiquines contra la desesperanza...», «los más de diez mil bibliotecarios que trabajan en España alimentan nuestra adicción a las palabras. Son los guardianes de la droga», «regentar farmacias de libros», «estalagmitas de palabras», esas pilas de libros que se nos amontonan en casa... Son tantos los pasajes de esta excelente ceremonia metaliteraria orquestada por la autora que continuar sería otro infinito, además de un spoiler tras otro. Insisto y probablemente me repetiré a lo largo de esta reseña: Irene Vallejo envuelve al lector con la autenticidad de sus sentimientos hacia los libros. Transmite la admiración que provocan quienes a través de los tiempos los han defendido, también jugándose el cuello contra las hordas de bárbaros que han pretendido por activa por pasiva hacer holocaustos con ellos. Bueno, no solo pretendido. Lo consiguieron a ratos: «Las hogueras de papiro, pergamino y papel son el emblema de un viejo naufragio repetido», «la inquina contra los libros es una tradición firmemente arraigada en nuestra historia. La devastación nunca deja de ser tendencia». Como estos hay decenas de extractos sobre ese afán por la destrucción. Ay, cuánto recuerdo la destrucción en 1992 de la biblioteca de Sarajevo, con esa icónica y desoladora imagen de Gervasio Sánchez «en la que un haz de sol atraviesa el atrio destrozado, acariciando los escombros amontonados y las columnas mutiladas». Es increíble (o no) que la persecución de algo material cause semejante desgarro. Lógico. Porque es mucho más. «Cuando un libro arde, mueren todas las vidas que lo hicieron posible, todas las vidas en él contenidas...», escribe con razón Irene Vallejo. Pienso en aquella fotografía y regresa la tristeza del momento, en el que me pareció escuchar el propio llanto de los libros aunque en realidad fuera el mío. ¿Ven por qué El infinito en un junco me ha deslumbrado? Este ensayo es una masterclass a lo bestia viajando por las civilizaciones antiguas y sus protagonistas. Egipcios, griegos y romanos (por resumir) guerreaban, se complementaban a su manera, se amaban y odiaban. Siempre me ha fascinado que el romano conquistador quisiera derrocar al intelectual y filósofo griego mientras no dejaba de admirarlo. No es para menos, pero resulta impactante esa extraña ambivalencia mientras “medían sus fuerzas”, cuando eran los esclavos griegos los que instruían al romano cuadriculado (al menos al comienzo de ese brutal choque) que no tenía otra que postrarse, pese a todo, a su sabiduría. Por eso «Grecia lo inventa y Roma lo quiere», dice el libro. Irene Vallejo va y vuelve en su relato. Rebobina para ir intercalando la ingente cantidad de información que llena su junco. Es admirable el trabajazo de exposición de datos donde va colando anécdotas, alusiones a nuestro tiempo como comparación, para que la académica deje caer su conocimiento con forma de fábula, es una sabia cuentacuentos amenizando la narración mientras introduce los personajes que laten en sus páginas. Me fascina de manera especial ese Heródoto “periodista” que viaja por el mundo para saber, disfrutar, contrastar, sin discriminar culturas, lugares y gentes. Sus Historias –dicen las páginas de este libro– son el primer reportaje de la literatura universal. Destaco otro más (es duro seleccionar): El arte de amar, de Ovidio, pensando en las mujeres como lectoras y por tanto reconocidas como seres pensantes y tan capaces como los varones que todo lo dominaban. Y si hablamos de mujeres, es destacable el homenaje en este libro a las féminas a las que se trató de invisibilizar. Las pobres para poco más que la procreación y la servidumbre servían desde la prepotente mirada varonil. Son fascinantes los relatos que sobre ellas integra la autora. No solo de las que pasaron a la Historia, sino otras muchas desconocidas que nos descubre. En este contexto aludo a un simpático comentario de la autora sobre las grandes obras griegas: «Paradojas de la historia, en Grecia inventaron las drag queens». Ya que ellas no podían actuar, ahí que estaban ellOs «travestidos con enormes pelucas encaramados sobre enormes zapatos con plataforma». Cierro ya porque si no... Este libro es un tesoro de conocimiento, aventuras, anécdotas, crónicas, biografías que agitadas de manera acertada crean este monumento literario con portada de la planta-madre, el junco, el útero del papiro, la puerta a este soberbio castillo construido por Irene Vallejo alrededor del mapa sentimental que ha tejido el papel a lo largo de los siglos: «Cuando unas páginas nos conmuevan, un ser querido será el primero a quien hablaremos de ellas...ciertas lecturas nos recomiendan al desconocido que las ama... Los libros nos siguen uniendo y anudando de una forma misteriosa». Así es. Admirable, Irene Vallejo, que además nos regala vivencias personales que refuerzan la base del ensayo: «Ahora mi madre y yo susurramos las historias de la noche en los oídos de mi hijo. Aunque ya no soy aquella niña, escribo para que no se acaben los cuentos». A poesía me saben sus letras de ensayo-y-mucho-más que desde ya, me catapultan a formar parte del club de fans de Irene Vallejo. Bravo y gracias por lo que has hecho.