Entrevista a Karmele Jaio periodista y escritora

Karmele Jaio Eiguren (Vitoria-Gasteiz, 1970).

 

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Licenciada en Ciencias de la Información ha ejercido en medios y gabinetes de comunicación. Actualmente es responsable de comunicación de Emakunde-Instituto Vasco de la Mujer y columnista en diferentes diarios.

Acaba de publicar su tercera novela “La casa del padre”. Las dos primeras fueron “Las manos de mi madre” y “Música en el aire”.

Entrevista realizada por Begoña Curiel para ELD.

–“La casa del padre” es su tercera novela, pero ha escrito relatos, cuentos y la poesía. ¿Por qué esta variedad? ¿Qué formato es su favorito?

Voy intercalando los géneros, es cierto. Creo que cuando salgo de una novela me apetece ponerme a escribir relatos y viceversa. Siempre me he sentido más cuentista que novelista. Creo que mucho de lo que he aprendido me lo han enseñado los grandes cuentistas y es un género por el que siento una atracción especial, por lo que tiene de sugerir y no contar todo… Aunque es cierto que “La casa del padre” es ya mi tercera novela y que voy cogiéndole el gusto también a escribir novelas.

–He escuchado en algunas de sus entrevistas que el cuento es tan o más exigente que una novela.

El del cuento me parece un terreno muy exigente, para quien escribe y para quien lee. El cuento sugiere, deja entrever cosas, no le da todo el trabajo hecho al lector. Y para quien escribe es exigente porque todo lo que hay en un cuento cumple una función, no se permite ni una palabra de más… ¿Quién decía aquello de que si al principio aparece una soga, al final tiene que haber un ahorcado? Cada género tiene sus dificultades. Yo diría que el cuento es exigente, pero la novela es demandante. La novela es como esos hijos que te están estirando del brazo todo el rato para que les sigas haciendo caso.... Escribir una novela es meterse en un mundo en el que vas a estar mucho tiempo, que te puede llegar a obsesionar y que te pide mucha constancia. Son maneras diferentes de trabajar.

–La palabra «madre» está en el título de su novela. «Padre» en la tercera. ¿Es casualidad?

Supongo que no será una casualidad. Creo que las familias son una cantera importante de temas. Me interesa sobre todo el silencio de las familias, todas esas palabras no dichas entre padres, madres, hijos, hijas, hermanos, hermanas… Creo que podemos vivir toda una vida bajo el mismo techo y ser unos desconocidos. Y me interesa mucho la familia como el agente principal de transmisión de valores en nuestra vida.

–Es periodista de profesión. ¿Pero quiso escribir literatura desde siempre o ha sido un proceso posterior?

Siempre quise escribir y creo que elegí los estudios de Periodismo no porque quisiera ser periodista sino porque tenía que ver con escribir.

–¿Cómo se plantea el horizonte como escritora? ¿Alternando formatos, aspirando a poder dedicarse totalmente a ello, dejando que todo fluya...?

La verdad es que tengo el día tan ocupado entre mi trabajo, las personas a las que tengo que cuidar, la escritura… que no me da mucho tiempo para pararme a pensar qué quiero ser de mayor. Voy tomando las cosas tal y como llegan. Intuyo, de todas formas, que en el fondo me gustaría dedicarme a leer y escribir. Me gustaría tener más tiempo para poder hacer ambas cosas en el tempo que les corresponde.

–Tengo entendido que como periodista cultural se encargó de realizar entrevistas a escritores y que también ha sido jurado literario en distintas ocasiones. ¿Cómo se siente ahora al otro lado, como entrevistada?

Creo que todas las personas somos muchas personas diferentes según donde estemos, con quién… No me siento mal, aunque reconozco que me encuentro más cómoda siempre detrás de la cámara.

–Afirma que las palabras no dichas son un mundo que acaba por aparecer siempre en sus textos. ¿Por qué? ¿Considera que nuestra era –saturada de información y mil formatos para la comunicación– nos lleva a lo contrario o es un problema que siempre ha existido?

Creo que en nuestras conversaciones diarias aparecen muy pocas veces nuestras grandes preocupaciones, pasiones… eso que realmente para nosotros es importante. Hablamos mucho de nada. El día a día generalmente solo nos permite ser superficiales. Mi primer libro de relatos, “Heridas crónicas”, habla de heridas precisamente porque creo que nos pasan por la cabeza muchas palabras que nos gustaría expresar pero que no salen por nuestra boca, y al no salir, vuelven adentro, al estómago, y allí nos hacen una herida. Esas palabras no dichas que duelen. Por eso me interesa más lo que los personajes dejan sin decir que lo que dicen. La incomunicación es uno de los grandes problemas en una era en la que paradójicamente tenemos más instrumentos para comunicarnos que nunca. Creo que hay mucho ruido, mucho monólogo y poca conversación real.

–¿Cuántos de sus personajes de ficción son reales o al menos tienen la esencia de personas que usted conoce?

Inevitablemente robo de la realidad, de lo que veo en la realidad, eso no quiere decir que los personajes sean reales. Supongo que voy robando cosas de unos y de otras para crear un personaje.

–¿Da libertad a sus personajes para que se explayen o es autora de mantenerlos a raya?

Cuando se dice que hay un momento en el proceso de escritura en el que los personajes toman vida propia y empiezan a mandar, lo que realmente está ocurriendo es que a medida que avanzamos y vamos construyendo el personaje tenemos menos libertad para decidir que haga una cosa u otra, porque lo que haga tendrá que responder y ser coherente con lo que hemos dicho de él anteriormente. Escribir es ir perdiendo libertad a medida que avanzamos. Cada vez el camino es más estrecho.

–¿Cuánto le da la mirada atenta a la realidad para escribir? ¿Es necesario “inventar”?

Robamos de la realidad pero no robamos cualquier cosa. Robamos precisamente lo que conecta con lo que en ese momento llevamos dentro. Mirar con atención a nuestro alrededor es imprescindible para escribir. Y junto a ello, es necesario mirar con curiosidad, sin perder nunca la capacidad de asombro. La realidad nos da la materia prima y luego hay que construir.

–Escribe en euskera, su lengua materna. ¿Cree que pierden los textos en la traducción? ¿Más en poesía que en prosa?

Desde el momento en el que soy yo misma la que traduzco mis textos al castellano, no creo que se pierdan muchas cosas. Hay una transformación que no necesariamente tiene que ser una pérdida. A veces en la traducción se puede llegar a mejorar el texto. En los casos en los que me han traducido otras personas al inglés o al alemán, por ejemplo, no lo sé, pero creo que el papel de los traductores es esencial y que no está suficientemente valorado.

–¿A lo largo del tiempo ha variado la práctica el oficio para usted? Algunos con la experiencia, ya no necesitan de tanto silencio, adquieren manías para el ritual o han variado los tramos del día buscando mayor inspiración. ¿Cómo es en su caso?

Escribo cuando puedo, así que no puedo permitirme el lujo de pedir muchas cosas cuando tengo la oportunidad de escribir. He aprendido a escribir casi en cualquier sitio. Cuando me siento a escribir, escribo. No puedo permitirme el lujo de no hacerlo.

–¿Qué está leyendo Karmele Jaio ahora mismo?

Acabo de leerme de un tirón “Pura pasión” de Annie Ernaux. Me ha dejado exhausta.

–¿Cuáles son sus gustos? ¿Tiene autores favoritos?

Soy muy de cuentistas. Me gusta mucho Alice Munro y me gustan Carson McCullers, Carver, Cheever, Mansfield, Cortázar… los grandes cuentistas. Más cerca, creo que tenemos una suerte inmensa de tener a alguien como Eider Rodríguez, una cuentista excepcional.

–Pierdo la cuenta de los libros que a diario se publican. ¿Va a lo seguro con sus lecturas o le gusta probar con autores nuevos?

Hay autores a los que sigo, pero también me gusta leer a gente que no conozco, no sigo ninguna regla estricta. Funciono por impulsos y por intuición muchas veces.

–No sé si es de releer. De ser así, ¿algún libro al que vuelva siempre?

Releo muchos cuentos, muchos de ellos de los autores que ya he citado, y a veces vuelvo a libros como “Una soledad demasiado ruidosa” de Bohumil Hrabal, por ejemplo, o “Nada” de Laforet… Hubo un tiempo en que leí repetidamente “La lluvia amarilla” de Llamazares, me quedé enganchada a su ritmo, a su música.

–Con el adulto que nunca ha leído no hay muchas salidas, pero ¿qué podemos hacer con los chavales que no leen? ¿Cómo se les puede conducir al universo de la lectura?

Supongo que acercándoles a los buenos libros, y, sobre todo, siendo modelos. Si nosotros no leemos en casa, por ejemplo, es difícil que nuestros hijos e hijas se aficionen a la lectura. 

–¿Después de “La casa del padre” qué tiene entre manos o todavía son meras ideas o pensamientos que pululan por ahí?

Tengo algunos relatos, aunque de momento nada claro. Tengo muchas ganas de leer. De tener tiempo para leer.

UNETE



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