Trump, el remedo de presidente del que fuera
-antes del trompismo- el país más poderoso del mundo se encuentra -como dicta
su más exigente costumbre- sumergido por enésima ocasión en un escándalo que
responde, a su vez, a ciertos intereses muy -pero en serio muy- por encima de
sus capacidades tanto intelectuales como laborales.
Es decir que la bronca que el mentado personaje se encuentra
librando actualmente, responde más a los intereses de sus patrones -es decir de
sus titiriteros- que de sus propias voluntades; quienes manejan y deciden los
pasos más importantes de la casi obsoleta carrera política del magnate
estadounidense pende de un hilo muy delgado que tan solo cuenta con dos
finales, extender su hilarante, ultra racista, incoherente y despreciable
mandato, o suicidarlo políticamente pero, ¿de qué depende que la una o la otra
opciones se sucedan?
Primeramente debemos comprender que estamos hablando de un
asunto más mediático que administrativo, a entender mejor, un show; así como
Donald tomó la infantil, incoherente, obvia blandengue, obtusa e
infructífera iniciativa de incluir a los cárteles de la droga mexicanos en las vastas
listas de aquellos que siembran el terror y amenazan el hipócrita modus vivendi
gringo para hacerse de algunos votos de más, este nuevo episodio en el ridículo,
burlesco y desmedido espectáculo que ha sido su vida –toda su vida-
no es más que un nuevo montaje.
Debemos recordar sus incursiones en la lucha
libre estadounidense, sus soberbias apariciones en distintos espectáculos televisivos
de corte subnormal y, obviamente, su ridículo protagonismo en el programa del
aprendiz que, más allá de la buena intención por ser una verdadera incubadora
de futuros líderes empresariales, resultó ser un nauseabundo derroche de
oligofrenia por parte del susodicho, para darnos cuenta de que, como cada
político en el mundo, él también besa pies, gónadas y manos.
El futuro juicio político que enfrentará por los
conceptos de Abuso de poder y Obstrucción al congreso, únicamente responde al
típico movimiento de fichas de los creadores de la tragicomedia política
gringa, sí, estamos hablando de los verdaderos dueños del país, quienes allá,
completamente alejados de los reflectores y las filosas plumas de periodistas y
comunicadores, han decidido ya, que su actual títere –el tuítere anaranjado-
sirva quizás, por última ocasión a sus neoliberales y dictatoriales intereses,
para esto, deben convertirlo en víctima o en héroe.
En pocas palabras, el mundo entero está siendo
testigo de verdadero teatro político mundial –hablar de un nuevo orden mundial
resulta aún aventurado- en donde, de resultar culpable, Trump perderá toda
oportunidad de reelección –aquí es donde todos aplaudimos y sonreímos y
cruzamos los dedos- o bien, de resultar inocente, su popularidad alcanzará el
nivel adecuado para contender por la presidencia nuevamente, convirtiéndose en
ese transparente e inmaculado personaje al que Hollywood nos tiene
acostumbrados.
Por fortuna, la sociedad más viciosa de entre
todos los hijos pródigos de la mancomunidad británica está completamente
dividida y la tendencia no resulta favorable para el mandatario tuitero quien,
hasta el momento, pareciera estar a punto de ser obligado a dejar de lado sus
arrebatos infantiloides, su inconmensurable xenofobia, su indiscutible
sociopatía, su vasta ignorancia, sus berrinchudas rabietas y su infinita
incapacidad administrativa para fajarse en el papel del adulto que
aparentemente nunca se ha atrevido a adoptar.
Si bien es muy cierto que la economía gringa ha sabido mantenerse a flote a
partir de sus arranques de nacionalismo –cual si fuera el más débil de los
espermatozoides abandonados de Hitler-, la deplorable postura diplomática en la
que ha dejado a la nación entera, resulta más importante para los intereses
políticos de unos cuantos.
Por fortuna, la guerra –es decir el
acostumbrado despliegue de violencia injustificada, ruin e imbécil a la que nos
tienen acostumbrados la degenerada política gringa- no ha resultado una opción
viable para aumentar la popularidad de Donald porque, a decir verdad, ¿quién en
su sano juicio pondría en manos de un desequilibrado y malcriado personaje a un
ejército entero?
Ya veremos que sucede con el correr de los días
pero, en definitiva, debemos alegrarnos porque bien podríamos ser testigos del
derrumbe de uno de los personajes más indignos que ha dado la humanidad de os
tiempos modernos.