Es importante destacar el papel fundamental de la
ciencia, psiquiatría, psicología y la medicina en la investigación
multidisciplinar de los TM (trastornos mentales) con soporte científico, donde
no hay una verdad absoluta, solo conocimientos de validez, porque la validez es
temporal y contextual, estos grandes avances, han ocurrido transversalmente con
la transformación y el desarrollo cultural, donde se ha dejado de lado muchas
teorías sin soporte empírico y dogmas de la religión, y es que en la edad media
a las personas con un TM se les trataba como poseídas por espíritus diabólicos,
especialmente por la iglesia católica, que consideraba algunos síntomas y
comportamientos atópicos relacionados con la brujería, por lo tanto el
“tratamiento” pasaba por la tortura o la hoguera.
Por otro lado, en Europa del siglo XIX, se empezaron a
crear los manicomios que parecían cárceles, en las cuales la tortura fue
disfrazada de forma de curación, donde vivían en condiciones precarias y se les
vulneraba toda clase de derecho humano, donde cada vez tomo más fuerza el
concepto de “loco” ahora, durante la segunda guerra mundial gran cantidad de
personas con trastorno mental fueron esterilizadas y ejecutadas en nombre de
una supuesta pureza racial, y si les parece poco, a mediados del siglo XX,
empezó a practicarse la lobotomía en personas con psicosis, el cual consistía
en cercenarle un trozo del cerebro (la corteza prefrontal) a la persona, eso es
un epitome de diferentes fuentes literarias a través de la historia de todas
las aberraciones, discriminación, prejuicios que ha tenido que pasar los
trastornos mentales.
Y todo lo anterior ¿para qué? En la actualidad
seguimos con una fuerte aversión a los signos, síntomas, síndromes y
diagnósticos de los trastornos metales, se nos hace más fácil decir y aceptar
que tenemos una enfermedad física que una mental, decir que sufre de
hipertensión, cáncer, diabetes o asma es menos repulsivo que decir sufro de un
trastorno de la personalidad, maniaco depresivo, obsesivo compulsivo o ansiedad
generalizada, aún está el estigma en la sociedad. Todo el avance científico que
se ha desarrollado en los últimos años y el hecho de que los TM se puedan
diagnosticar de acuerdo con una guía como lo es el DSM (manual diagnóstico y
estadístico de los trastornos mentales) en sintonía con la CIE (clasificación
internacional de enfermedades) da pauta para identificar el problema, realizar
una valoración, evaluación, diagnóstico, intervención, tratamiento y
seguimiento.
De manera que, para que un tratamiento pueda ser
efectivo es menester realizar el respectivo diagnostico psicológico y aunque
muchos se oponen a esto porque creen que se rotula a la persona o se encasillan
al TM, es inevitable preguntarse ¿Qué sentirá un paciente cuando va al médico
por alguna disfunción o molestia física y no le hayan nada? ¿Qué pasa cuando
se diagnostica la enfermedad física y posterior a ello se le brinda un
tratamiento? Entonces, en teoría una persona con un TM también debería
diagnosticarse y brindarle un tratamiento acorde con el paciente, no sin
demeritar lo que esa persona está viviendo, lo que está sintiendo, sin
despersonalizarla y hacerle saber que es mucho más que su trastorno.
Siendo así, desde nuestra labor como profesionales de
la salud mental, y como personas que en algún momento hemos experimentado
algunos de estos síndromes de manera directa o indirecta, es indispensable que
no desdibujemos la realidad de los trastornos mentales, ya que es inminente que
la población está más propensa a desarrollar cualquier tipo de TM, y tenemos
que buscar desde que enfoques y técnicas, podemos abordarlo o intervenirlo, por
lo tanto, antes de negar que existen los TM, no olvidemos que muchas de esas
enfermedades físicas subyacen o son efectos de la somatización de los TM, no
obstante, contribuyamos a desarrollar técnicas y realizar psicoeducación que
ayuden a que los pacientes se adhieran al tratamiento, con más promoción y
prevención, para que las personas tengan una vida más saludable tanto física
como mental.