La economía está en declive. Ni siquiera el presidente del gobierno niega el hecho de la desaceleración económica que estamos viviendo en Europa. En adición a esto, en menos de una semana nos enfrentamos, en una grotesca prórroga electoral, a las urnas.
Las propuestas económicas que los distintos partidos expresan es crucial a la hora de decidir nuestro próximo gobierno, ya que, con una mala gestión de esta recesión, podríamos terminar estrepitosamente mal. Sí, soy partidario de una rebaja fiscal masiva, incluso mayor que la que proponen los partidos más liberales de España. No obstante, cada vez que comento las políticas libertarias que empíricamente han dado resultados en crisis y deberían aplicarse esta próxima legislatura, no es extraño encontrarse al típico sujeto con la simple línea argumental de “¿Y la sanidad pública? ¿Y la educación pública? ¿Las carreteras? ¿Quién los pagará si bajan los impuestos?
Les pido, en un sencillo ejercicio de empatía conmigo, que entiendan el rebuzno que interpretan mis oídos cada vez que escucho estas afirmaciones.
En primer lugar, nadie (y reitero, nadie) ha dicho nunca de que la única medida de una reforma fiscal sea la bajada de impuestos. Nunca. El absurdo e irreverente reduccionismo que emplean estas personas que predican las frases anteriormente expuestas, debería ser motivo de, por lo menos, abrir un libro de economía.
Lo que debe pasar para que en efecto haya una bajada de impuestos, es que se realicen distintas reformas que hagan que el capital que entraba al país vía impuestos, lo haga mediante otras vías. Es decir, bajando los impuestos, un país, estado, región… Puede recaudar más. Esto es conocido como el efecto Laffer y tiene como actuales ejemplos a Estados Unidos (al mando de Donald Trump) y, de forma local, a Andalucía (reforma fiscal realizada por la triple coalición de PP, VOX y C´s). Un ejemplo de otras vías por las cuales un estado puede ingresar es la fomentación de la inversión extranjera, el fomento de la capacidad adquisitiva de los ciudadanos entre otros muchos.
La próxima vez que ustedes vayan a ser, o bien por autoría o bien por silencio cómplice, propagadores de tal sofisma como el que da nombre a este artículo, que sepan que no todo es del color que la mayoría afirma que es y tengan un poco de criterio, cultura y, en definitiva, sentido común de replantearse sus arcaicos y simples ideales.