. María Iglesias describe pero ante todo grita en su narración. Su condición de periodista la llevó a Lesbos donde las embarcaciones con inmigrantes colapsaron en 2016 la orilla y el entendimiento, mostrando una desgarradora realidad que sigue vigente por mucho que Europa cultive su ceguera voluntaria haciendo como que no ha roto un plato.
Iglesias novela experiencias reales vividas a pie de playa y dos años después en los juzgados donde bomberos españoles fueron acusados de colaborar con mafias de tráfico de personas, cuando emplearon brazos y tiempo personal para salvarlas, lo que después dio lugar al documental “Contramarea”. Es una broma de mal gusto que demuestra cómo los poderes fácticos se confabulan para contarnos el mundo del revés.
Pero María Iglesias se emplea a fondo en sacar los colores a la Europa que alardea de premios Nobel de la paz por su defensa de los derechos humanos. Esta novela pone rostro, nombres y apellidos a los olvidados que se cuentan con gélidas cifras llenas de ceros. Periodista y escritora se dan la mano en esta obra para denunciar la injusta y necia mirada que los trata de bultos cuando en realidad, tienen familias e historias personales que aquí, en el primer mundo, sí parece que tenemos derecho a contar. María Iglesias se arremanga valiente con datos, situaciones, entrevistas para recordar lo evidente: que quien se interna en el mar consciente de que puede morir es porque ya está muerto en el lado del que parte. La autora insiste hasta la saciedad que el término refugiado no es solo una palabra, un conjunto de letras vacío. Por eso, decía al principio que grita aunque no levante la voz con exclamaciones. Con la fuerza de su relato, llena de ritmo, de escritura sin ornamentos apunta con el dedo y sin complejos a quienes no creen ser responsables –hablo en presente porque el drama continúa con diferentes versiones y formatos–, por muy maqueados que vistan en despachos donde se cierran ventanas para que la realidad no entre. La dureza de “El granado de Lesbos” no es impostada. Es la transcripción de lo vivido entre crónicas periodísticas donde se cuela lo humano. Habría que ser de piedra para salir indemne de la experiencia. María iglesias se encarga de contar quién es quién; por qué cada ocupante de las embarcaciones del Egeo no es uno más de un montón; por qué Europa se tapa los oídos. Solo así se entiende el olvido ante lo que fue el mayor éxodo tras la Segunda Guerra Mundial. Ha pasado tan poco tiempo que cuesta creer que los rostros dibujados por María Iglesias se hayan olvidado tras el bombardeo de imágenes que en su momento nos llegó por televisión con montañas de chalecos naranjas en la orilla a la que arribaban. Esta novela llega después de que tras la cobertura periodística, diera lugar al documental Contramarea, también en los campamentos de refugiados donde sus protagonistas albergaban esperanzas en la solidaridad de Europa tras escapar de Siria y tantos países que hicieron colas para cruzar en barcas con sus dramas personales. Pese a este sufrimiento descrito con hechos y datos, María Iglesias ofrece alma con prosa cuidada donde la poesía respira entre las páginas. Sin ñoñerías, ni azúcar, ni fruta almibarada porque en este texto la realidad gana por goleada. De hecho, su título es la metáfora que recoge el difícil dúo de la belleza y la tragedia: granado y Lesbos. Se nota que María Iglesias necesitaba escribir lo que ha escrito; vaciándose para paliar la brevedad que exigen las crónicas del periodismo, incluso los documentales cuanto todo tiempo se queda corto para soltar lo que llevaba dentro. Y sin embargo, haciendo malabarismos ante semejante panorama, emociona con su alegato por la esperanza. Aunque tenga que agarrarse a ella in extremis. El horror del éxodo, el miedo a morir por segunda vez esperando en los campamentos, la decepción al descubrir que la bendita Europa no es el edén imaginado, la criminalización tanto de quien emigra como del que se tira al mar para salvarlo ante la inacción y las cínicas tretas de los Estados (de los dos lados)..., todo este triste universo no deja cruzarse de brazos a María Iglesias. Por eso ha parido esta novela. Por ello, su dedo en el ojo a los culpables que hacen mutis por el foro; por eso su activa denuncia –donde se une periodista, escritora y persona– contra la estigmatización del que huye que está sirviendo para que la ultraderecha regrese para quedarse. “El granado de Lesbos” tiene tanto contenido que sus más de trescientas páginas podrían haberse doblado para contar las numerosas patas de las que está hecha esta novela. Sobre todo si se dedicara a cada una de las historias personales que esboza, como la que encierra en su dedicatoria: «A ti, Mohammed Jjo, donde quiera que estés». El tono literario envuelve y viste el contenido, pero la periodista enfundada de activismo no desaparece ni un instante. Hay muchas maneras y formatos para la literatura. Iglesias ha escogido la cruda realidad para construir esta historia dura pero emocionante donde busca remover conciencias. Las dormidas y olvidadizas que plagan un mundo del que sin embargo, la autora entresacar lo mejor y los mejores, de lo peor y los peores, sean personas, representantes políticos o países. Las reseñas literarias son complicadas cuando el tema abordado resuena en el lector. Para qué negar que mi condición de periodista –en un lugar cercano al Estrecho de Gibraltar donde la inmigración respira con sus vientos de levante y poniente– asoma la cabeza sin remedio cuando me siento a escribir esta reseña. “El granado de Lesbos” no es solo recomendable como novela, es imprescindible como testimonio periodístico por más duro que sea, en el caso de que el receptor esté dispuesto a abrir ojos y mente a los discursos no oficiales. La experiencia en primera persona es un grado indiscutible que como mínimo, merece ser escuchado. Más cuando la entrega, pasión y valentía de lo contado y descrito transpira desde el primer párrafo.FacebookWhatsA