. A su vez, nuestra visión cortoplacista nubla nuestros valores. Queremos lo mejor para nuestros hijos y generaciones futuras, pero les dejamos en herencia un mundo en bancarrota, que refrenda la afirmación de que somos seres racionales, no sé hasta qué punto morales. Y, por último, pero no menos importante, buscamos una vida apacible y en conjunto, donde cohabiten los valores de la solidaridad y generosidad, pero lo dejamos en manos de partidos políticos sin una idiosincrasia clara y hemiciclos de oropel.
Este breve análisis no conoce las fronteras y es por tanto aplicable a cualquier país, siendo España, nuestro objeto de estudio, un paradigmático ejemplo de lo que no se debe hacer. Nos quejamos por gusto, utilizando como fuente principal de nuestra argumentación épocas pasadas o sistemas económicos diversos, donde el bienestar social es mejor, o peor, en función de la vertiente ideológica que caracterice al individuo en cuestión. Nos asomamos al abismo de la ofensa continua, del humor con límites, del alza de las vocales neutras, de la opinión con censura y de la condescendencia absurda por no lidiar con líderes fanfarrones y altaneros que no dudan en colgarse la medalla del progresismo en cuanto tienen ocasión. Todos sus discursos, eso sí, son pronunciados en un perfecto politiqués, es decir, hablar mucho y no decir nada. Nos equivocamos si buscamos las respuestas a nuestros problemas en debates vacuos en torno a propuestas ficticias. ¿La solución? No la sé. ¿La nota? Insuficiente, nos vemos en la recuperación del 10 de noviembre. ¿Los alienígenas? Por favor, venid pronto.