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Ha llovido mucho desde entonces, se han escrito el equivalente a varias decenas de quijotes sobre el tema, se
han hecho conferencias internacionales, programas de televisión, tertulias
radiofónicas, cátedras universitarias… y seguimos igual. Peor, porque los
augurios más agoreros de aquellos expertos locos y denigrados por ir contra el
sistema económico mundial, se están cumpliendo.
Parece que ahora se empiezan a
evaluar los costes económicos del cambio climático. Es buena noticia, porque
solamente los Estados pondrán freno a esta carrera hacia la destrucción del
planeta, cuando los costes superen a los beneficios. Y en ello parece que
estamos. La destrucción del litoral por devastadoras tormentas capaces de
soltar en pocas horas el agua de muchos
meses; la quema incontrolada de bosques; la contaminación provocada por
combustibles fósiles, híbridos y sin hibridar; las olas de calor y frio a
destiempo; el abuso de recursos para criar ganado como si fueran bienes de
producción industrial; el crecimiento desmesurado de las tierras agrícolas, en
manos de grandes multinacionales, que esquilman los recursos naturales con el
único fin de especular con la agricultura y aumentar sus beneficios; el
recurrente abuso de la mentira y el engaño de gobiernos y empresas,
vendiéndonos la idea de que están haciendo algo por el medio ambiente, cuando
sólo están maquillando la depredación que hacen de recursos y los insoportables
niveles de contaminación que generan; y lo que es peor: la muerte, el
empobrecimiento y destrucción de la vida, que está provocando el cambio
climático, nos están avocando a un mundo
sin recursos y enfermo, en el que la diferencia entre clases cada vez va a ser
más acusada, ya no tanto por los niveles de renta, sino por el acceso a los
recursos naturales.
Nos dicen que cada uno de
nosotros podemos hacer algo, pequeños actos para revertir el cambio climático.
Calderilla frente a lo que el poder puede hacer, que además nos tiene con la
atención alejada de su responsabilidad. Nosotros podemos asumir una parte de la
solución adquiriendo conciencia, no porque reciclemos o cerremos el grifo o nos
compremos un coche hibrido o dejemos de usar plásticos. Todo hace, pero la
verdadera asunción de responsabilidades vendrá cuando exijamos a los gobiernos
que actúen; cuando dejemos de comprar todo aquello que contamina o esquilma
recursos; y sobre todo, cuando retiremos nuestro voto a aquellos que no se
comprometan, con medidas de verdad, a revertir el cambio climático. Esa es
nuestra arma; la carga de profundidad que tenemos contra un sistema que
prioriza el beneficio económico por encima de nuestra salud y la del planeta,
que es lo mismo.
¿Por qué no se han desarrollado
más las energías renovables? ¿Por qué seguimos con vehículos impulsados con
combustibles propios de la segunda revolución industrial? ¿Cuál es el motivo
para qué la producción de alimentos, de todo tipo de alimentos, se haga con
métodos industriales, que están denigrando nuestra alimentación y agotando
recursos? Cualquier pregunta que nos hagamos tiene una sola respuesta: El
control de los recursos y los beneficios que estos aportan a las grandes
multinacionales del mundo, en
complicidad con los gobiernos.
Frenar el cambio climático, es
una de las grandes revoluciones que tenemos que hacer en el Siglo XXI, quizá la
más importante, porque si no hay planeta o lo hacemos difícilmente habitable,
nada tiene sentido. Está bien que hagamos micro actos individuales o en pequeñas
comunidades, pero eso no es suficiente; eso es el triunfo del pensamiento
liberal positivista, que nos hace creer que el individualismo es el motor que
impulsa la sociedad. Error si lo aceptamos. El individualismo de nuestros
actos, es el divide y vencerás, el zapato hecho a medida para que el poder se
sienta cómodo. Sólo si asumimos la tarea de revertir el cambio climático con
acciones colectivas que pongan al poder contra las cuerdas, y esto no tiene que
ser violento, lo digo como aviso a navegantes, podremos dar la vuelta a esta
tortilla que ya huele a quemada.