De
nuevo se enfilan las baterías contra las Empresas Polar y la harina
precocida. ¡Será posible que se llegue a extinguir algo tan
característico como la arepa! Ya ha habido antes algunos amagos de este
tipo en relación con estas empresas y hasta contra la misma cerveza que
ellas producen. Podríamos decir que con una precisa destrucción
gransciana primero fueron las tierras, luego los edificios, las empresas cementeras, los estacionamientos, los medios de comunicación ( por el espectro radial se transmite ahora una insoportable letanía que recuerda las pretensiones de la religión
civil de Rousseau), y aunque la constitución habla de “sentencia firme”
y “pago oportuno”, sin juicio ni nada que se le parezca el término
“exprópiese” ha terminado dirigiéndose a esto y a aquello, esgrimiéndose como un trofeo de caza. (Maquiavelo, sin conocimiento por supuesto de este proceso, ya
recomendaba al Príncipe no apoderarse de los bienes de los súbditos,
pues, decía, “los hombres olvidan antes la muerte del padre que la
pérdida del patrimonio”). Por si esto fuera poco, al mismo tiempo se ha
perseguido y hasta inhabilitado a los críticos importantes, o
con evidente figuración política, que se han opuesto a este régimen,
así como a muchos ciudadanos que se han manifestado en contra de estos
procedimientos.
Recientemente
he visto una vez más una película que siempre me da que pensar. En
plena época de persecución y caza de brujas del macartismo, los
escritores Jerome Lawrence y Robert Edwin Lee escribieron una obra de
teatro, Inherit the Wind (Traducida al español como Heredarás el viento),
que se estrenó en Broadway en 1956 y que sería considerada una de las
mejores obras del siglo pasado. La misma fue llevada a la pantalla por
Stanley Kramer, con un reparto que incluía actores de la talla de
Spencer Tracy, Fredric March, Gene Kelly y Dick York (coprotagonista de las primeras temporadas de la serie Hechizada). Considerada como la mejor película en el festival de Berlín de 1960, también obtuvo
varias nominaciones al Oscar ( mejor actor, mejor guión adaptado, mejor
montaje, etc.). Aunque el argumento está basado en el juicio que se le
siguió en 1925 a John Scopes en el sur de de EE.UU. ,en lo que se conoció como “el juicio del mono”, es una obra maestra que se erige sin reservas contra todo tipo de intolerancia y a favor de la libertad de pensamiento.
En
Hillsboro, un pequeño pueblo del estado de Tennessee, el maestro de
secundaria Burt Kates (Dick York) es arrestado por enseñar a sus
alumnos de ciencias naturales la teoría evolucionista de Darwin y
desafiar con ello la ley de ese Estado que exigía como única enseñanza de nuestros orígenes el creacionismo.
En el juicio coinciden dos personajes antagónicos, el fiscal Matthews
Harrison Brady (Fredric March), conocido orador y excandidato
presidencial, y su otrora amigo Henry Drummond (Spencer Tracy), famoso abogado, enviado por el Baltimore Herald para asumir la defensa de kates.
Son
muchos los diálogos significativos de esta obra, donde se revela, por
ejemplo, la soledad y la persecución que sufren los que se apartan del
pensamiento oficial, y la clase de vida que se tendría si se renuncia a
pensar libremente, pero hay un diálogo entre Sarah, la esposa del
fiscal Brady, y H. Drummond, el abogado de la defensa, que es
particularmente interesante. Sarah le dice a éste, mientras toman algo
en el Hotel y recuerdan los viejos tiempos que pasaron juntos cuando su
esposo estaba en campaña presidencial: “No se hacen muchos amigos en
una vida. Jamás soñé que nuestras ideas nos separarían algún día”. H.
Drummond, quien escucha al esposo de Sarah en otra mesa, señala: “Aun
tiene buena voz”. A lo que Sarah contesta: “Todavía
tiene algo que decir”. Y Drummond replica: “Sí; cómo tienen que vivir
todos los demás”. El diálogo continúa más o menos así:
Sarah: No seas cínico. Creo que todo hombre quisiera ser el guardián de su hermano y a cambio recibir atenciones.
Drummond: Cuando pienso en el pasado, no creo que Mat hubiese sido un gran presidente…
En
fin, esto de guardar a toda costa a nuestros hermanos y decirle a los
demás cómo tienen que vivir, me ha hecho relacionar esta maravilla
fílmica con los procedimientos con los que comencé este escrito.
Además, la película recibe su título del Libro de los proverbios (11:29), donde se dice “que aquel que perturba su casa heredará viento”. Yo,
que no soy muy santo precisamente, no puedo dejar de estar de acuerdo
en lo aleccionadora que resulta también en este sentido, pues el que
tanto altera y trastorna la casa no puede heredar sino eso: soplos.
Santa palabra.