En
cuclillas al pie del último algarrobo leí esta sencilla misiva: queridas
maestras y maestros, los urgentes problemas de la humanidad demanda a manera de
un edicto global, salvaguardar esta única nave, la mamapacha, a través de nuestras acertadas acciones, discursos ético
e inconmensurable arrojo pedagógico. Aunque pertenecemos a la comunidad de
profesionales vapuleados y menospreciadas en casi todo el mundo, aceptemos este
desafío con mística revolucionaria pedagógica, generando confianza masiva en el
provenir con la convicción de disfrutar una alborada colmada de esperanzas.
Mientras
leía asomaban estas interrogantes: ¿Cómo podremos educar a la sociedad para
cuidar nuestra única nave?, ¿Acaso es posible consumar este extraño grito mundial
a pesar de un modesto estipendio de sobrevivencia?, ¿Cómo es posible educar
desde las escuelas, esta humanidad atrozmente consumista de bazofia donde
cualquier indigente cognitivo se convierte en un influencer con millares de
seguidores de nada?. De qué sirve poseer una extraordinaria tecnología y una
educación posgraduada al más alto nivel cognitivo jamás imaginada, si no somos
capaces de sobrevivir en armonía compartiendo cada espacio de esta maravilloso inmueble global?.
En
esta travesía de la esperanza, _leía_, aprovechemos cada espacio del planeta
para atrevernos encender luces de amor en cada familia y; en cada escuela
inyectemos rayos de sabiduría sostenida, bajo el marco de una penumbra calurosa
del alma humana y preservando la sagrada memoria de nuestros antepasados,
construyamos una sola humanidad cognitiva y emocional, una sociedad más amorosa
en palabras de Claudio Naranjo.
Espantados contemplamos a la humanidad entera
absortos en aguas de la tecnología clamando seguidores; y tratando de llamar la
atención a los demás con vanos selfies,
claudicamos lo obvio de este mágico latifundio universal, descuidando
nuestra madre tierra olvidamos que somos parte de ella, que
con su silencioso grito exige mucho de los educadores como la reserva moral,
reclamándonos preservar un lugar seguro para las generaciones futuras, nuestros
descendientes si no queremos ser juzgados en sus tribunales por haberlos
arrebatado y ofertado nuestra única finca a la estupidez humana.
Así como fluyen los arroyos cristalinos en las
riveras lejanas, así estamos obligados éticamente, hacer fluir la bondad en
cada actitud pedagógica para saciar la sed de aquellos quienes no tuvieron la
oportunidad de educarse bajo un enfoque ético y solidario; anclando sus
derechos a vivir mejor, inscribamos en cada ser humano el ADN ético como
perfecto aliado bajo cielo de oportunidades.
Como íconos de la moralidad, los educadores
tenemos la misión de liderar un cambio continuo de crecimiento personal,
socorriendo el suspiro de la esperanza por toda los rincones del planeta y el
universo, demostrando que la educación ciudadana y ética hoy nos ha alejado del
salvajismo pasado, para sobrevivir solidariamente, evitando de toda forma ser
parte de una triste historia, como una raza humana incapaz que habitó el
planeta sin lograr preservarla.
¿Tenemos el deber de ejecutar la razón ética
solidaria porque abandonamos caminar a cuatro patas por una pose erguida más
elegante?, indudablemente ha sido una de las experiencias más asombrosas de la
historia, sin embargo nada nos pertenece realmente, prueba de ello que nadie
cuando se muere es capaz de llevarse algo a la tumba donde volverá a ser parte
de la tierra, pues lo que ocurra con los animales y los demás seres, en breve
ocurrirá a los hombres como nos alertó el gran jefe Seattle, quien sin pisar
una escuela fue un gran pedagogo ético.
El futuro es un misterio y nadie sabe qué
sucederá, excepto que será diferente como señaló Borges y este breve instante
de estadía terrenal, es nuestra notable oportunidad de ser felices a pesar de
los temores naturales del mañana, y preparemos el terreno de la esperanza
global, cultivando una cultura ética en cada respirar del aire tibio de la
convivencia y evolución pedagógica, por una longevidad humana sostenible de una mañana mejor para nuestros
descendientes. _Concluía la sencilla carta anónima.