Escuche a Woody
Escuche a Woody
. No es el caso de Toy Story. En sus cuatro versiones, madura como el buen vino a pesar de los más de 25 años de su primera puesta en escena, Ya la primera fue un punto de inflexión en el arte de la animación a mediados de los 90. Su factura, una revolución. Primera animación digital. Pero también la narración de la historia marcaría un hito tanto de los próximos contenidos animados, como del público al que se dirigen. En efecto, hoy comprendemos la animación no solo pensada para niños, en los cándidos marcos de las clásicas películas animadas. Pixar cambió el paradigma. Sin perder al público infantil, sus temáticas entretienen e invitan a la reflexión al mundo adulto.
Distinguimos varios planos. Los niños se quedarán con la adrenalina de la trama. Un adulto logrará captar el drama existencial de personajes – en este caso juguetes – en busca del sentido de su existencia. Y, desde allí, una invitación a repensar el sentido del servicio, la amistad, el volver a levantarse a pesar de las caídas, la fidelidad a todo evento, el sacrificio, la perseverancia, la fortaleza y la alegría. La incorporación de los débiles y marginados por la sociedad “¡No eres basura, eres un juguete! ¡Eres muy importante!” Es lo que le grita Woody a Forky, el personaje nuevo traído a escena, hecho de un tenedor desechable, unas piezas de cepillo de cocina y cucharitas de helado. No eres basura: sirves. Uno de los notables mensajes de esta cuarta entrega de Toy Story. Pero hay más. La belleza como concepto estético se relativiza. Las cuatro versiones dan un giro de tuerca a los lugares comunes de “lindos y perfectos” para introducir una pregunta, hoy de enorme significación ¿Y si yo no soy bonito o perfecto? ¿Qué pasa cuando conoces a alguien que te hace sentir feo y celoso, como cuando Woody conoció a Buzz? ¿Y si no puedes hacer todo lo que te propongas, como cuando Buzz se dio cuenta de que no podía volar realmente? ¿O cuando te sientes basura, como el caso de Forky en la última versión? El Papa Francisco ha hablado en reiteradas ocasiones de la “cultura del descarte”, del usar y tirar, tanto cosas como personas. El hacer sentir a los enfermos, ancianos, débiles como desechables, sin valor. Toy Story le hace un giño a esa intención papal: todos tienen valor, todos tienen un propósito y misión en la vida. La película rescata un propósito central: amar y ser amados, como tarea de vida. La película rompe el estereotipo del “juguete perfecto” en este caso, seres humanos perfectos, para invitarnos a descubrir belleza y bondad en todos. Forky no es más que basura recompuesta. A través suyo se nos recuerda que no somos dignos de amor por ser perfectos: somos dignos de amor simplemente por existir, y en clave cristiana, por ser hijos de Dios. La última entrega desafía al espectador a que, al igual que Woody y Buzz, amplíen sus horizontes y busquen nuevas oportunidades de servicio al prójimo: en casa, en el trabajo, como voluntarios, incluso en mitad de la calle. Nadie jubila. La capacidad para servir cambia. A veces difiere de nuestras pretensiones. Pero la oportunidad siempre está ahí. Y en la humildad de estos entrañables personajes, encontramos el secreto de ese servicio. P.Hugo Tagle Twitter: @hugotagle