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Candela
LápizCero
ediciones (2011)
ISBN:
978-84-92830-47-3
Si ustedes leen el último de los tres, hasta donde yo sé,
libros de Ignacio F. Candela pueden sentir una serie de sensaciones que le
pueden recorrer el espinazo. A los dos libros en prosa precedentes que han
marcado su vida y al mismo tiempo su carrera literaria, nos sorprende ahora con
el poemario “Cuerpos rotos, almas muertas” editado, con el gusto exquisito que caracteriza
toda su producción literaria, por LápizCero ediciones dentro de su colección “La
voz de Calíope”.
La primera sensación tras una lectura reposada, es que uno
puede saltar la empalizada de lo obvio y sus alambradas punchosas sin sufrir un
rasguño y correr su propio camino poético. La segunda de ellas es que la
vehemencia poética, si justa, lleva una carga emocional incontrolable a la par que
precisa en su objetivo. Para ilustrarlo en la voz de Ignacio, juzguen ustedes
estos versos:
“Universos finitos con deseos de niños
Buscan un adulto extraviado en el tiempo”
para escribir más adelante:
“Universos infinitos con deseos de ancianos
Buscan un niño extraviado en el limbo”
(De “el primer momento siempre se repite”)
Si la obra pictórica profesional de Ignacio no puede dejar a
nadie indiferente, otra sensación, y voy por la tercera, es que su poesía está
pintada con los colores de vivencias tan extremas e intensas que obligarán al
lector a una segunda y tercera lectura, para recrear el catálogo íntimo de tan
singular exposición poética. La brevedad me obliga a enumerar de modo conciso
el resto y el rastro de sensaciones estéticas que no abandonará fácilmente el
que compre este libro: la muerte es un accidente, el olvido de los demás nos
hace víctimas de nosotros mismos, hay que vencer al mal, la vida arde, sin libertad
la paz es cero, el hombre es una cerámica abandonada, y lo dejo estar para que
el lector continúe porque solo voy por la página veintiuno y quedan veintiséis poemas
más.
Siento que la pobreza de mi reseña no esté a la altura del autor,
pero como saben los que me conocen estoy en contra de reseñar el trabajo de otros
¿quién soy yo para hacerlo? Pero menos en el caso de Ignacio cuyo valor
intelectual y humano no me son indiferentes, si acaso me atrevo a sugerir una de
tantas, “mi manera de leer”, estos versos.