. Nuestra historia está plagada de
traidores. Hay traidores a la patria, a la izquierda, a la derecha, a los
colores de nuestro equipo de fútbol, a la Santa Madre Iglesia, a las ideologías
sacrosantas … etc. En definitiva, todo aquel que ya no piensa como nosotros, se
convierte automáticamente en traidor. Entonces, no hay posibilidad de redención
y la traición quedará grabada en nuestra frente, como un estigma, y como las
llagas de Cristo aparecerá cada vez que alcemos la mano para hablar. ¡A ese ni
caso, que es un traidor!, es lo peor que se puede decir de una persona. Porque
la traición, que en muchos casos es simplemente no comulgar con ciertas ideas o
cambiar de pensamiento sobre algo o alguien que ya no nos gusta, nos anula como
personas ante la sociedad o ante el grupo que se siente traicionado, sin que
nadie se pare a pensar que cuando alguien cambia, tiene motivos suficientes para hacerlo. De
escucharle, ya ni hablo.
Fueron
traidores los que en el Siglo de Oro pensaron que había otra manera de entender
la religión, y la Iglesia Católica, junto al grueso de la población los
estigmatizó, cuando no les quemó. Eran traidores los afrancesados de principios
del siglo XIX, porque no siguieron ciegamente esa visión de España
ultraconservadora y ultracatólica, que inspiró la Guerra de la Independencia;
de la misma manera que en la Republica las acusaciones de traidores a la clase
obrera entres anarquistas, comunistas, troskistas y algún que otro “istas” más, estuvieron a la orden del día durante todo el
periodo republicano; y de traidores al espíritu de la Nueva España franquista,
se acusó a todo aquel que no renegó de sus ideas, llenando el país de dolor,
marginación y muertos. Traidores al
espíritu de la Transición son quienes reclaman el reconocimiento de miles de
hombres y mujeres que fueron matados o depurados por Franco y su cruzada. Igual
que el jugador de fútbol que se pasa al equipo rival por muchas glorias que haya dado en el equipo
que deja. Los dirigentes del independentismo catalán, se cagaron las patas
abajo (con perdón), cuando en la calle empezaron a oír la palabra traidores,
una vez que se dieron cuenta que se habían metido en un callejón sin salida.
La
lista de traidores seria interminable, si además metemos todos aquellos que han
militado activa o pasivamente en un partido o sindicato y cambian de parecer.
Aquí es donde se concitan los mayores desprecios hacia el traidor. Por eso, en
España es tan difícil que los partidos puedan pactar con otros diferentes
después de unas elecciones, para formar gobiernos. Una de las opiniones que no
cesan de verterse en los medios de comunicación por tertulianos estos días, es advertir
sobre la traición que se puede hacer a los votantes, si se pacta con alguien
que no está en tu espectro ideológico. Así,
cuando alguien plantea pactos transversales para evitar que formaciones
antidemocráticas puedan participar de la gobernabilidad del país, se señala con
el dedo de la traición.
Deberíamos
aprender que pactar no es traicionar, sino simplemente, buscar con acuerdos la
opción que te permita desarrollar tu programa electoral lo más posible. Que
pactar es intentar, desde una posición que no te otorga capacidad de gobernar,
conseguir que tu programa sea asumido en la mayoría de lo posible, por quien va
a gobernar, con o sin gobiernos de coalición.
Pero mucho me temo, que en España, después de siglos de llamarnos
traidores unos a otros, no estamos preparados para eso ni sospecho que queramos
estarlo. Somos demasiado cainitas con quienes no piensan o actúan como
nosotros, y el miedo a ser acusados de
traición nos atenaza. https://laescrituraesferica.blogspot.com/2019/06/traidores.html