“El único deber que
tenemos con la historia es reescribirla"; Oscar Wilde.
Tenemos
un serio problema con el proceso de adaptación a las reglas de juego que
siempre están en constante cambio, y por tanto, de los procesos que son más o
menos cíclicos en el transcurso del tiempo. Hay quienes están “agarrados de los
pelos” por lo que se está planteando López Obrador y me temo que tenemos que
adaptarnos. Proponer, actuar y adaptarnos. Sin embargo, si les sirve de
consuelo, no es gratuito que la lógica económica y de políticas públicas en el
mundo estén, valga la expresión, “patas para arriba”.
Lo
mismo en gobiernos de izquierda que de derecha, autoritarios o democráticos.
Las expresiones de hartazgo de los ciudadanos han pasado de la plaza pública a
las urnas y han caído gobiernos. Es verdad que el tesón de López Obrador cuenta
y, sin cambiar discurso, promesas y fundamentos de crítica a los gobiernos que
encabezaron al país durante los últimos 35-40 años, logró en su tercer intento
llegar a la presidencia. Pero la verdad es que las condiciones económicas del
ciudadano de a pie, el entorno en el que el sector empresarial del país opera,
y las reglas fiscales y administrativas a las que nos sujetamos todos, a la luz
de los hechos, tenían que cambiar. ¡Y vaya en qué forma!
Ahora
bien. ¿Cuál es, desde la perspectiva de política pública, el gran déficit de
los gobiernos federales por lo menos durante los últimos 15-20 años? ¿Cuál es
su gran error y falla? López Obrador lo reduce en una sola causa y me temo que
no se equivoca: la corrupción. Para muestra un botón: la formación fija de
capital bruto, o mejor dicho, la inversión pública y la mezcla de ésta con el
sector privado.
La
inversión es la suma de los recursos que se utilizan para adquirir capital fijo
con el fin de aumentar producción y/o la productividad. Se divide en pública y
privada. Según los cánones, para que un país logre despuntar, tan solo la
inversión privada debe ser de alrededor de 30% del PIB nacional. En México, la
inversión privada en los últimos 26 años apenas llega al 15% en promedio, y la
inversión pública se mantiene 3%, en promedio. Algo que es lamentable y es un
ejemplo de por qué no generamos mayores condiciones para multiplicar la
riqueza. (Ver gráfica 1: Inversión y PIB 1993 - 2018).
Esto
nos lleva a enfrentarnos a una realidad que es lapidaria: La actividad
industrial en México padece de anemia estructural. Al cierre de diciembre 2018,
estamos en niveles de septiembre 2010 (-2.8%). Es decir, nuestro sector
secundario ha caído sistemáticamente durante los últimos diez años. (Ver
gráfica 2: Actividad Industrial en México 2008-2018).
Si
el país no entra en una dinámica de inversión que permita generar capacidades
regionales y locales de desarrollo, difícilmente saldremos del crecimiento
económico inercial de 2% (o menos) al que ya nos acostumbramos por lo menos en
tres décadas. Sí, es verdad que no debemos cerrarnos al comercio mundial y
menospreciar las oportunidades que nos brindas los diferentes tratados y
acuerdos comerciales de México con el resto del mundo. Tenemos una industria
manufacturera pujante (automotriz), sectores de alta tecnología en estados
ciudades y regiones que se adaptaron rápidamente al flujo del comercio mundial;
sin embargo, también tenemos una seria deuda con estados, regiones y municipios
que son eminentemente agrícolas, ganaderos o preponderantemente fuertes en el
sector servicios.
El
mundo y la historia son cíclicos. En materia económica lo estamos observando.
No es un problema solo de México. En términos de política pública debemos saber
cuándo y cómo mover los hilos de la inversión nacional. Es momento de crecer y
enfocarnos en la economía interna sin descuidar el mercado de exportación del
cual, hay que decirlo, no tenemos la certeza, la seguridad y tampoco la
garantía de que será eterna.