Entrevista al escritor Nando López

Nando López (1977) es novelista, dramaturgo y Doctor Cum Laude en Filología Hispánica.

 

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Actualmente se encuentra en excedencia como profesor en la enseñanza pública pero los institutos forman parte de su particular tour donde da a conocer su faceta de escritor de narrativa juvenil y teatral. Los encuentros con alumnos son fuente de inspiración y difusión de la literatura con temas comprometidos con la actualidad.

Fue finalista del Premio Nadal en 2010 con La edad de la ira. Es tan solo una de las obras de su intensa trayectoria como escritor, que continúa sin descanso.

Entrevista realizada por Begoña Curiel para ELD.

–Empezó a escribir desde pequeño. A los diecinueve años ya escribió su primera novela con la que ya obtuvo un premio. ¿Ahí supo que quería dedicarse a la literatura?

Es algo que supe siempre. Desde los 7 años ya emborronaba cuadernos y hasta mis libros de textos con poemas y cuentos en los que imitaba los relatos y canciones que aprendía gracias a mis padres y a mis maestros. Lo que me inquietaba, sobre todo en mi adolescencia, era si ese sueño llegaría hacerse real. Es más, en mi primera novela -In(h)armónicos- jugaba con la idea de qué ocurriría si, transcurrido el tiempo, eso no sucedía, de ahí que todos sus personajes sean seres abocados a una crisis existencial ante sus ideales olvidados o, peor aún, traicionados.

–¿Para Nando López la literatura es un compromiso con la realidad? ¿Concibe la posibilidad del entretenimiento como objetivo único? 

No existe el entretenimiento inocente: toda ficción conlleva una visión de la realidad y, por tanto, influye en nuestra percepción del mundo. En mi caso, lo primero que persigo es la emoción: los libros que se quedan en mí como lector son aquellos que han conseguido emocionarme y, como autor, busco eso mismo. Una emoción que no se quede en las páginas de la novela o en las escenas de la obra teatral, sino que nos obligue a mirar a la realidad que nos rodea. En eso reside el compromiso de mi literatura. Ni practico una literatura de tesis ni creo tampoco en ella: en mis libros no ofrezco jamás respuestas cerradas (es más, los finales abiertos son uno de mis rasgos de estilo) ni sermones con moralina, solo trato de transmitir interrogantes y preguntas que me acucian y que ahondan en temas que definen nuestra realidad social. En ese sentido, más que literatura comprometida, me gusta decir que escribo una literatura incómoda, ya que en ella visibilizo temas y conflictos que siguen presentes en nuestro día a día y a los que no siempre se les da voz.

–Novelista y dramaturgo. Así comienza Nando López su propia biografía. ¿Qué fue primero, no hay uno sin el otro, de una faceta surge la segunda? Cuéntenos: cómo existe y convive este binomio en usted y su obra.

Empecé escribiendo poesía en el colegio, continué con el relato en la adolescencia y de ahí salté de una manera casi natural a la novela y al teatro. La primera vino por mi necesidad de ahondar en la psicología de los personajes: la introspección y la voz en primera persona es, por eso mismo, otra marca más del estilo en mi narrativa. La segunda, de modo más casual: descubrí la pasión teatral en 2ºBUP gracias a una excelente profesora, Carmina, y aún en aquel instituto -que no en vano tiene un nombre de lo más literario: IES Ítaca-, fundé la que sería durante años mi compañía teatral. En la actualidad, ambas facetas conviven de manera muy armónica y, sobre todo, me permiten abordar dos formas de trabajo radicalmente opuestas: la soledad del novelista -que necesita encierro, concentración y una fase previa de documentación: soy muy exhaustivo en eso- encuentra su contrapunto en el trabajo en equipo del dramaturgo, que prefiere crear junto al equipo artístico de la función.

–En alguna de sus entrevistas ha dicho que su novela “La edad de la ira” –que aún se representa en los escenarios– lo cambió todo. ¿Podría explicarnos por qué?  ¿Cómo siente su criatura a día de hoy? 

Básicamente, porque el hecho de que La edad de la ira fuera finalista al Nadal permitió que viera la luz con Espasa y su repercusión fue tan positiva que no ha dejado de publicarse desde entonces. Es más, ya se considera un long seller y hoy en día es lectura obligatoria en muchos institutos de toda España. Incluso figura como novela recomendada en ciertas materias del máster del profesorado, por los temas que aborda y el debate que plantea sobre nuestro sistema educativo. Por otro lado, a partir de ahí empecé a plantearme en serio la posibilidad de escribir libros que abordasen el tema adolescente y que pudiesen interesar a jóvenes y adultos por igual, así nacieron Nadie nos oye, #malditos16, En las redes del miedo y otras tantas novelas y obras de teatro que se publicarían después.

–A veces preguntamos a los autores qué deberían o por dónde deberían empezar a leer los más pequeños. ¿Cuáles fueron sus primeras lecturas?

La verdad es que leía mucho. Y, sobre todo, me leían mucho: uno de mis momentos favoritos del día era cuando mi padre, después de acostarnos, nos contaba un cuento a mi hermano y a mí. Por otro lado, mi madre también es una apasionada lectora, así que me regalaba muchos libros y me encantaba compartirlos con ella… Entre los primeros títulos que me marcaron destacaría dos: Coleta la poeta, un libro de la genial Gloria Fuertes que aún guardo (casi gastado de tanto leerlo…) y La historia interminable, de Michael Ende. Después conocería a Roald Dahl y se convertiría enseguida en uno de mis autores favoritos.

–La literatura juvenil es uno de los gruesos de su obra. Sus rutas por institutos para hablar y analizar sus trabajos ocupan gran parte de su agenda. ¿Cómo aborda este tipo de encuentros mezclando roles de escritor y profesor en las aulas?

Lo abordo como autor, no como profesor: mi labor no es darles una clase de literatura, sino acercarles el hecho literario desde mi experiencia creativa. Les hablo del origen de mis historias, de las anécdotas que las rodean, de los mensajes que me envían los lectores y hasta de las historias que nacen de otras historias… Sobre todo, dejo que sean ellos quienes me pregunten: como siempre les digo al inicio, esos encuentros no son un monólogo, sino un diálogo. Por eso se llaman encuentros: sin su voz, sin que esos adolescentes se sientan protagonistas, no tienen sentido. Sus aportaciones son tan valiosas que incluso han dado lugar a nuevas historias: dos de mis nuevos libros, Nadie nos oye (que en apenas 3 meses de vida ya va por su 2ª edición con Loqueleo) y En las redes del miedo (que se publica en marzo en Gran Angular) han surgido a partir de las preguntas, comentarios y opiniones de muchos de esos encuentros.

–Es firme defensor de la conexión entre educación y literatura.  ¿Por qué cree que se lee tan poco en nuestro país? Las estadísticas arrojan cifras para el desaliento. ¿Tiene usted esa misma percepción?

Sigo creyendo que somos demasiado derrotistas. En todo. Es cierto que se debería leer más, pero también que hay más interés por la literatura del que parece, sobre todo entre los jóvenes. Muchos youtubers que abordan temas literarios en sus canales, por ejemplo, son muy jóvenes. En redes, por ejemplo, hay muchos lectores adolescentes que presumen de los libros que leen y comparten sus opiniones… Claro que se puede y se debe hacer más, pero el fomento de la lectura no creo que se consiga desde el mensaje enfadado ni desde el imperativo: no funciona decir que “hay que leer más”, funciona buscar caminos para incentivarlo, de modo que quienes no son lectores habituales descubran hasta qué punto leer es una actividad apasionante. Y necesaria.

–Hay temáticas que aborda a menudo en sus trabajos. ¿Cuáles son? ¿Por qué?

Mis grandes temas son dos: la identidad y la comunicación. Ambos me preocupan sobremanera y aparecen tanto en mi literatura adulta (El sonido de los cuerpos, Cuando todo era fácil…) como en mi literatura juvenil (de ahí mi interés por la adolescencia, pues son dos motivos que confluyen de manera muy evidente -y a veces dolorosa- a esa edad). Desde esos dos ejes puedo ofrecer una mirada personal sobre el tiempo en que nos hallamos, de modo que se aúna la reflexión introspectiva con la perspectiva social.

–¿La realidad es la mejor trama de la que sacar historias?

Sin duda, como escritor intento estar siempre atento a cuanto me rodea, a cuanto vivo, a cuanto me cuentan… Se podría escribir mi biografía ficticia a partir de todos los libros que he publicado…

–“Escribo para no enloquecer, liberar demonios y miedos”, ha dicho en entrevistas. Es el lado terapéutico de la escritura para algunos autores. ¿Qué más partes hay, busca, encuentra Nando López?

Encuentro la posibilidad de la empatía: muchos de mis lectores me escriben para decirme que, gracias a tal o cual título, han conseguido entender mejor algo o a alguien, a veces incluso a sí mismos… Hace poco, un padre me escribía un correo muy emocionante tras leer Nadie nos oye: “voy a esforzarme por romper el silencio que me está distanciando de mi hija” me escribía. Dudo que haya un premio mejor que ese para un escritor. Al menos, en mi caso es lo que más valoro. Lo que me anima a seguir creando.

–¿Qué lecturas le han influido más en su vida? ¿Y autores?

Muchísimas. No se puede ser escritor sin amar la lectura, así que mi memoria emocional está llena de títulos y autores que me han marcado. Sin pensar, me vienen algunos de los nombres que han sido más recurrentes en mi vida: Virginia Woolf, Susan Sontag, Clarín, Cortázar, Cernuda, Martín Gaite, Strindberg, Rulfo, María de Zayas… ¡Tantos!

–¿Cuáles son sus géneros favoritos? ¿Qué está leyendo ahora mismo?

Leo mucha poesía. Es un género que me provoca una admiración sin límites y que, aunque cultivo para mí, jamás me atreveré a publicar. Por supuesto, también leo mucho teatro y novela: no sólo porque los disfruto, sino porque son los dos que yo escribo y a los que me dedico. Ahora mismo estoy acabando El mundo feliz, un ensayo brillante, como cuanto escribe, de Luisgé Martín, grandísimo autor y, además, gran amigo.

–¿Cómo y cuánto dedica a diario a escribir? Muchos escritores insisten en que la disciplina es tan importante o más que la inspiración. 

Cuanto puedo…, aunque mis viajes (visito casi un centenar de ciudades diferentes con mis libros cada curso) hacen que esa regularidad varíe según las épocas. Mis momentos de encierro creativo son sobre todo el otoño y el verano: viajar me ayuda mucho a inspirarme…

–¿Es de los que puede escribir a cualquier hora, en cualquier contexto o necesita de un ambiente determinado?

Solo necesito algo esencial: música. No puedo escribir sin música… Antes de iniciar una novela o una obra de teatro siempre tengo una misma rutina: selecciono las melodías que me parecen más apropiadas para inspirarme y creo una lista de reproducción que me acompaña durante el proceso creativo. Es un modo de aislarme de todo (así puedo escribir en trenes, hoteles, aviones, aeropuertos, estaciones…) y de mantener un estado de ánimo afín a la historia gracias a las emociones que me inspira esa música.

–Las redes sociales nos dan maravillosas oportunidades a los lectores. Dependiendo del autor en cuestión, conseguimos incluso hablar de tú a tú con ellos. Eso no tiene precio. Desde el otro lado, ¿cómo vive y siente usted este mágico feedback?

Es una suerte inmensa. A veces me preocupa no poder responder con la celeridad que querría, pero siempre lo hago. Y llegan mensajes muy diversos, desde adolescentes que comparten una cita de un libro mío con un corazón en su InstaStories a mensajes o correos donde alguien comparte qué ha vivido con una de esas historias. Normalmente, siempre imprimo y guardo con mucho cariño esos mensajes. Creo que el cariño de los lectores es lo más hermoso que puede lograr un autor y valoro enormemente cada palabra que recibo.

–Sé que no para de trabajar en proyectos. ¿Cuántos tiene ahora mismo?

Unos cuantos, sí… Este 2019 verán la luz un thriller juvenil, En las redes del miedo (Gran Angular, marzo); El reino de los Tres Soles, la segunda parte de El reino de las Tres Lunas (Loqueleo, abril); mi primera obra teatral para 5º y 6º Primaria, La foto de los diez mil me gusta (Barco de Vapor); y dos obras de teatro, Barro (coescrita con Guillem Clua) y Nunca pasa nada, ambas en Ediciones Antígona. Además, en mi faceta teatral, estoy a punto de estrenar tanto Nadie nos oye, que dirige Eva Egido y pone en escena un grupo de gente joven estupenda, como Federico hacia Lorca, coescrita con Irma Correa para La Joven Compañía y dirigida por Miguel del Arco. También ando trabajando en una versión de La vida es sueño que se estrena en EE UU en septiembre y en un par de proyectos teatrales de los que todavía no me dejan hablar… En fin, que no paro. Está siendo una etapa muy intensa y motivadora. Ahora sólo necesito encontrar horas para dormir…

–Un mensaje para ilusionados y soñadores de las letras. ¿Cómo vencer al desánimo? La cantidad (otra cosa es la calidad) de lo publicado a diario en nuestro país y sin embargo, muchos anónimos se quedan por el camino.

Que nunca dejen de pelear por ello y que no olviden que un no editorial no tiene que ver necesariamente con la calidad del manuscrito. También puede deberse a muchos factores -ocasión, oportunidad, suerte…-, pero hay que seguir intentando encontrar el camino para hacer visible nuestro trabajo. Nada nos garantiza que suceda, y no creo en los mensajes bienintencionados que ofrecen promesas que nadie nos puede asegurar, pero sí creo firmemente en el trabajo, en el tesón y hasta en la obstinación. Quien tenga voz literaria que se deje la piel por hacerla oír. Hasta que la oigamos.

UNETE



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