Lawrence Kohlberg, psicólogo
investigador de la Universidad de Harvard, dedicó su vida al estudio del desarrollo
moral de las personas.
La obra de Kohlberg es vigente, especialmente
cuando pensamos la discusión de los asuntos públicos en una democracia porque nos
ayuda a entender cuándo asistimos a un falso dilema moral e incluso cómo éste
puede ser utilizado para mentir y manipular.
Un político puede hacer uso de
falsos dilemas morales para conservar o incrementar su poder.
Los falsos
dilemas morales aluden a la emoción y no a la razón; un falso dilema moral no
requiere de datos ni evidencia, como de emociones y situaciones falsamente
críticas.
Los falsos dilemas morales sirven, además, para ocultar una moralidad
baja y revestirla con altos estándares de probidad; incluso pueden ayudar a justificar
atroces engaños, con base en disyuntivas auto excluyentes, que dilapida
cualquier tipo de crítica.
A través de falsos dilemas morales, un político,
puede engañar y manipular a una sociedad.
Se requiere de una sociedad con
incipientes pilares democráticos o con un orden jurídico frágil o situaciones
de desesperación colectiva para que un líder, con esas características, arribe
al poder porque, entre otras cosas, una sociedad democrática, con sólido
régimen jurídico, y una sociedad enterada de los asuntos públicos, puede
distinguir la manipulación de la realidad y canalizarla a través de la
discusión pública documentada.
En la última semana el gobierno
federal ha planteado un aparente dilema moral a la sociedad mexicana: o dejamos
que los “huachicoleros sigan robando a la nación” y que “unos pocos se sigan enriqueciendo”
… o cerramos los ductos aún… si esto implica desabasto de gasolina: ¿es realmente
cierto este dilema?
Veamos: no se ha
presentado ninguna evidencia, que no sea la del sentido común del jefe del
Ejecutivo, que confirme que cerrar los ductos sea la solución al problema. De hecho en Colombia o Inglaterra, países que implementaron políticas de Estado exitosas para evitar el
robo de combustible, no incluyeron el cierre de ductos. En el caso colombiano e inglés, esta decisión, fue descartada por todos los inconvenientes que, lamentablemente, estamos
confirmando en nuestro país.
Cerrar los ductos no es un dilema, mucho
menos uno de orden moral.
Tampoco se ha documentado la responsabilidad de expresidentes
y su relación con los huachicoleros. Se planteó, incluso, como “hipótesis”, que
los “huachicoles eran una pantalla”, que el 80% del robo era "de los de arriba”,
todo sin mostrar pruebas, sin respetar la presunción de inocencia ni ingresar una denuncia, y, sobre todo, sin responsables. El número de personas sentenciadas por robo de gasolina es cero; presentadas
ante un Juez no son más de 5 personas; parece ser haber, más bien, una intención electoral en el asunto que
apunta a las elecciones de 2019 y 2021 en la que el ejecutivo estará, desde ya, en permanente campaña electoral, no a un dilema moral por lo que la “hipótesis”
pude ser descartada también.
Tampoco ha quedado claro por qué razón
los “sabotajes a los ductos de Tuxpan”, tres en una semana, afectan a la Ciudad
de México si, como sabemos, los ductos están cerrados y están siendo custodiados por el ejército; si la gasolina está
siendo transportada por pipas una afectación a un ducto no sería un problema.
Será el tiempo, las próximas semanas, incluso los próximos años, lo que permitirá ir decantando la verdadera razón por la cual el jefe del
ejecutivo ha planteado un falso dilema a la sociedad mexicana. Probablemente, entenderemos por qué se ocultó una
decisión claramente errada para convertirla en un mérito moral. También veremos si de este falso dilema se desprenderá, y en qué grado, una
asociación discursiva que permita al ejecutivo estar en campaña durante todo su
sexenio y crear así una emoción colectiva en la sociedad mexicana de lucha “contra los corruptos”.
A 45 días de iniciado el gobierno de AMLO lo que sí podemos descartar es que
cerrar los ductos forme parte de una estrategia pensada y organizada para
resolver un problema: el robo de combustible.
Más bien asistimos a una
estrategia para hacer oculto lo evidente: un gobierno de una sola persona caracterizado, aún si son irracionales y anticonstitucional, por el centralismo de sus decisiones. Un gobierno que busca hacer de la improvisación un mérito y del error una apología de la moral con una sola
finalidad: incrementar su aprobación popular y, sobre todo, su poder.