Gastar
más de lo que se ingresa es la cuestión. No hay modelo económico “Estatista” o
“Liberal” que resista el desafío de los desequilibrios macroeconómicos. De
hecho, hay casos de éxito y fracaso en ambos “modelos”. Y en realidad, nunca
operan en forma totalmente central o totalmente abierto, siempre se opera en
forma mixta. De acuerdo a las circunstancias.
Dicho
de otra manera: Un gobierno de izquierda que logra el crecimiento
redistributivo, abatir la pobreza, promover la movilidad social, reducir la
corrupción y tener un trato igualitario, es muy factible. Como lo puede ser
también un gobierno de derecha. Para eso son las elecciones y los cambios de
políticas públicas. Para evaluarlos en el camino.
Ahora
bien. En el gobierno de López Obrador no será fácil lograr todos los cambios
que quiere la mayoría de la población mexicana y seguramente habrá tropiezos en
el camino. No obstante, uno de los requisitos fundamentales y una de las
condiciones necesarias para todo lo anterior (aunque lejos de ser suficiente)
es sostener los equilibrios macroeconómicos. Es simple, como el uso doméstico
de la tarjeta de crédito versus sus ingresos. Nadie puede aguantar gastar más
de sus ingresos o quiebra. Repasemos la historia.
Mantener
equilibrios macroeconómicos fue una premisa importante de la política económica
de los cincuentas y sesentas, en la época del Desarrollo Estabilizador. El
ambiente permitió un crecimiento económico elevado y sostenido, algo que no
hemos logrado replicar en los últimos 40 años. Sin embargo, el crecimiento no
fue redistributivo en el sentido de que favoreció a pocos, mientras que la
mayoría de la población siguió viviendo marginada y la pobreza crecía. A
principios de los setenta se cambió el enfoque, al buscar un desarrollo
compartido, mediante una participación más activa del gobierno. No obstante, en
el intento se olvidó la importancia de sostener los equilibrios
macroeconómicos, por lo que creció en forma desmesurada los déficits fiscal y
externo y la inflación llegó a niveles de dos dígitos. La moneda empezó a
sobrevaluarse y las reservas se agotaron. Todo terminó con una gran devaluación
y una pérdida importante del poder adquisitivo de la mayoría de la población.
En vez
de remediar la situación, el gobierno decidió seguir por el mismo camino ante
el descubrimiento de grandes yacimientos de petróleo. Fue cuando se pensó que
nuestro reto más importante sería administrar la abundancia. Ante la promesa de
cuantiosos recursos mediante la exportación de petróleo, el gobierno se endeudó
con el exterior y amplió todavía más los déficits fiscal y externo. De nuevo se
permitió que la moneda se sobrevaluara y volvimos a experimentar una
devaluación traumática. No obstante, en esta ocasión caímos en una crisis de
deuda externa y el país terminó básicamente quebrado. Costó casi una década en
resolver los problemas que arrojaron estos desequilibrios, tiempo en el cual no
hubo crecimiento económico y la inflación llegó a niveles de tres dígitos.
A partir
de los noventas, el gobierno logró controlar la inflación, reducir el déficit
fiscal y resolver el problema de la deuda externa. Se decidió abrir la economía
al exterior con el afán de poder generar nuestras propias divisas y la economía
empezó a crecer de nuevo. Sin embargo, no se cuidaron los equilibrios
macroeconómicos como debería y se sostuvo un enorme déficit externo, financiado
por flujos muy volátiles de inversión de portafolio. Una vez más, terminamos
con una gran devaluación traumática.
Hacia fines
de los noventa se volvió a poner énfasis en los equilibrios macroeconómicos.
Con un banco central autónomo, un régimen cambiario flexible y un déficit
fiscal moderado, volvimos a experimentar estabilidad de precios. Sin embargo,
en tres sexenios el crecimiento económico ha sido mediocre y no se ha logrado
reducir la pobreza. La desigualdad está peor que antes, mientras que la
corrupción y la inseguridad pública han llegado a niveles insoportables.
Como
consecuencia, la población mexicana ha elegido un nuevo gobierno que vuelve a
prometer un cambio de enfoque. Un nuevo modelo de izquierda que busca el
crecimiento redistributivo, combate frontal a la pobreza y erradicar la
corrupción. A diferencia de los setentas, en esta ocasión se habla de la
importancia de sostener los equilibrios macroeconómicos, es decir, mantener la
estabilidad de precios y no incurrir en déficits abultados. Tal parece que
hemos aprendido las lecciones.
Si
volteamos a ver las experiencias de otros países, encontramos casos exitosos de
gobiernos de izquierda. Todos tienen algo en común: han logrado sostener los
equilibrios macroeconómicos. Sin que fueran perfectos y en diferentes dosis,
José Mujica de Uruguay, Ricardo Lagos (y Michelle Bachelet) de Chile e incluso,
Evo Morales de Bolivia y Rafael Correa de Ecuador, fueron ejemplos de gobiernos
de izquierda que entendieron la importancia de operar con estos equilibrios. No
todos obtuvieron buenos resultados, pero a ninguno se le puede acusar de haber
producido un gran fracaso. Los gobiernos que no los han respetado, casi sin
excepción, han terminado en grandes crisis.
Un
gobierno de izquierda que logra el crecimiento redistributivo, abatir la
pobreza, promover la movilidad social, reducir la corrupción y tener un trato
igualitario, es más que factible. Necesitamos capitanes de barco eficientes,
capacitados, responsables y honestos. Para el nuevo gobierno no será fácil
lograr todos los cambios que quiere la mayoría de la población y seguramente
habrá tropiezos en el camino. Sin embargo, insisto, uno de los requisitos
fundamentales y una de las condiciones necesarias para todo lo anterior (aunque
lejos de ser suficiente) es sostener los equilibrios macroeconómicos.