Reseña "Lejos del corazón" de Lorenzo Silva

Era imposible no leer “Lejos del corazón”. Los escenarios de las historias son un cebo para lectores curiosos. Vivo en el Campo de Gibraltar, donde está ambientada esta novela. No podía dejarla pasar. Más siendo de Lorenzo Silva, respetuoso y riguroso con los temas que aborda, además de propietario de una virtuosidad narrativa que admiro.

 

. Los escenarios de las historias son un cebo para lectores curiosos. Vivo en el Campo de Gibraltar, donde está ambientada esta novela. No podía dejarla pasar. Más siendo de Lorenzo Silva, respetuoso y riguroso con los temas que aborda, además de propietario de una virtuosidad narrativa que admiro.
Esta comarca junto al Estrecho de Gibraltar, está expuesta a titulares jugosos de informativos, donde el rigor brilla por su ausencia en demasiadas ocasiones. En esta reseña es imposible abstraerme de mi vena de periodista. Porque lo soy en un lugar tan peculiar como desconocido, aunque muchas plumas se arroguen la capacidad de entender lo que se cocinadentro, después de una fugaz visita. Yo también vine de fuera y tuve que controlar los prejuicios que empujan a su antojo cuando ponemos el pie en una tierra nueva.

Lorenzo Silva, al que hace unas semanas tuve el placer de conocer en la presentación de su novela en Algeciras, contó que la idea de ambientar aquí una historia revoloteaba desde hace mucho tiempo en su cabeza. Solo cuando consideró estar preparado para ello, se decidió a soltar por la zona a su pareja de guardias civiles: Bevilacqua y Chamorro.

Crístofer continúa desaparecido después de que su familia haya pagado el rescate que reclamaban los secuestradores. Susantecedentes por delitos informáticos no le convierten en ciudadano del año pero está claro que dentro de la escala de los malos, puede que no sea el peor. Lo va dejando claro la investigación abierta en la comandancia de la guardia civil de Algeciras a la que se suma el equipo de Bevilacqua.

Aquí se reencontrará con el capitán Leandro Álamo, excompañero de fatigas en la oscura época del terrorismo en el País Vasco. Álamo hará de profesor para que los recién llegados no desembarquen como elefantes en una cacharrería. Esa es precisamente la actitud que prima en los trabajos de Silva cuando se arremanga para meterse de lleno en terrenos desconocidos. Se convierte en alumno que escucha y aprende, como lleva haciendo desde hace años yendo a las fuentes directas de información para dar mayor seriedad y credibilidad a sus personajes.

Podría haber escogido el recurrente tema del narcotráfico como trama. Pero opta por la ciberdelincuencia, un terreno que no por invisible es menos destructivo. Precisamente porque no se ve ni se toca, campa a sus anchas entre el desconocimiento generalizado sobre bitcoins y tarjetas monederos que blanquean como el Ariel. La jerga de semejante mundo es tan compleja como infinita. Da miedo porque su intangibilidad no causa la alarma social que va asociada a otras actividades ilícitas, que tan bien se tocan, ven y sienten en el Campo de Gibraltar.

Este hecho da cuenta del proceso de adaptación a la fuerza que han tenido que realizar en los últimos años los equipos de delitos informáticos para ponerse al nivel de las cabezas pensantes de este tejeymaneje. Silva aprovechará su caso para resaltar el esfuerzo ímprobo de miles de ojos rastreadores que pelean a destajo por ir más rápido que los malos cibernéticos.

La sociedad se asusta con la sangre. Necesita verla como representación de la gravedad de determinados hechos. Por eso los delincuentes de cuello blanco y finas manos no parecen tan terribles. Qué equivocados estamos. Gracias Lorenzo Silva por recordárnoslo. Es necesario que el ciudadano le dé la importancia que tienen este tipo de delitos.

En esta cuerda floja se desenvuelve la investigación donde ese gran personaje, Álamo –y su equipo–, alecciona sobre el universo que transita por la red mientras muestra el micromundo del Estrecho. «Esto es el puñetero extremo, estamos lejos de todas partes y asomados al precipicio». Es una de las definiciones del lugar según Álamo. Pero hay más: «Es la grieta social al borde de la grieta del mundo», «Al lado de esto, Baltimore es Barrio Sésamo». No resulta tan chistoso cuando caes en la cuenta de que en este punto termina Europa, a tan solo catorce kilómetros de Marruecos y por tanto del continente africano. En una comarca además, situada junto a Gibraltar, donde se encuentra el puerto de Algeciras, líder del Mediterráneo en movimiento de mercancías.

El equipo visitante de la novela comprueba en sus propias carnes cómo estas circunstancias representan una conjunción deastros que a veces deriva en situaciones increíbles. Tan surrealistas como esperpénticas, donde meterse –y este es solo un ejemplo de lo rocambolesco del lugar– en un pequeño barrio denominado conflictivo enarbolando la bandera de la autoridad, puede provocar singulares guerrillas con lanzamiento de pedradas. No es ficción. Esto (y mucho más) ha ocurrido a veces y volverá a suceder. Quien lo presencia por primera vez, no puede dejar de flipar. Literalmente.

Pero no me detengo (saldrían tomos de hechos reales que dejan boquiabierto a cualquiera) a ratificar esta ficción que supone una respuesta a “eso te pasa por meterte donde no te llaman”. Una idea muy bien reflejada por Lorenzo Silva. Sin duda, ha tirado de testimonios en primera persona.

No he leído del primero al último libro de la saga Bevilacqua/Chamorro (este es el tercero que cae en mis manos), pero he disfrutado y mucho del momento vital concreto de la pareja de agentes. Vuelto de todo entre la experiencia y la edad. Más especial resulta aún si se tiene en cuenta que Bevilacqua no es el guardia civil al uso. Los tópicos que acompañan alapolillado símbolo del tricornio de la institución no van con él y eso me gusta.

Su tono intelectual unido a ese paso del tiempo permite que las conversaciones con Chamorro –también ha experimentado una importante evolución personal– sean profundamente interesantes, a lo que hay que sumar los dobleces que su relación transmite entre lo profesional y personal. “Tenía en ella –en alusión a Chamorro– uno de los puntales de mi fortuna”, dice Bevilacqua en esta novela.

Cuánto habremos despreciado frases categóricas de este tipo, cuando la adolescencia nos asolaba e incluso al traspasar la puerta del mundo adulto. Supongo que todos hemos hecho ese gesto de asco, cuando las frases lapidarias resultan insoportables. Pues bien, aquí están estos dos protagonistas para demostrarnos que al final, la insolencia por desconocimiento se cura –casi siempre– con la edad.

Es difícil que un autor, cuando se adentra en este peligroso camino de los consejos de vida, no roce o incluso sobrepase lo patético. Lorenzo Silva esquiva con elegancia e inteligencia la caída en este pozo que tantas veces he visto, cuando no se maneja con soltura el terreno. Conseguirlo es todo un reto. Pero tras escucharle en persona –después de ver y leer muchas entrevistas suyas– entiendo por qué lo hace con nota. En la presentación hizo gala de su talante diplomático y elegante sin dejar de decir y criticar lo que quiere decir y criticar. Este tipo de descubrimientos me encanta.

Las reseñas se centran o deben centrarse como es lógico en los libros: contenido, estructura, calidad narrativa… Pero hay novelas que te encandilan porque su historia habla de la persona que la escribe. No sé si eso es bueno o malo. Pero me llenan estos escritores-persona (y a la inversa) que inspiran sensaciones no siempre relacionadas con el contenido de sus textos.

Son autores que nutren con su trabajo. Que enseñan, lo pretendan o no, y sin jactarse de ello –lo realmente importante–, a los que somos aprendices de todo y maestros de nada. Para mí, Lorenzo Silva es un disfrute. Saca lo mejor de lo peor tras unamirada sesuda, como la que requiere una zona como el Estrecho. Tan diferente a todo, por lo malo y por lo bueno.

UNETE



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