Una casa común de 70 años

El 10 de diciembre de 1948 se proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos en París. El texto comienza señalando en su célebre preámbulo que "la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana." En efecto, luego de intentos de manifiestos similares, finalmente la humanidad alanza aquí un escenario y hogar de comprensión común de la dignidad humana. Se establecen, por primera vez, los derechos humanos fundamentales que deben protegerse en el mundo entero.

 

. El texto comienza señalando en su célebre preámbulo que "la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana." En efecto, luego de intentos de manifiestos similares, finalmente la humanidad alanza aquí un escenario y hogar de comprensión común de la dignidad humana. Se establecen, por primera vez, los derechos humanos fundamentales que deben protegerse en el mundo entero.
Su renovada lectura debe llevar a una mirada esperanzadora de la historia. A pesar de los nubarrones en el horizonte humano, “no debemos tener miedo del futuro. No debemos tener miedo del hombre”, como dijo Juan Pablo II con motivo de su 50° aniversario. En efecto, “debemos vencer nuestro miedo del futuro. Pero no podremos vencerlo del todo si no es juntos.” Para ello, debemos “construir la civilización del amor, fundada en los valores universales de la paz, de la solidaridad, de la justicia y de la libertad”, señala San Juan Pablo II.

A 70 años de su promulgación es bueno recordar las innegables raíces cristianas de este texto, las que alimentan su composición final. En efecto, la configuración y final redacción del célebre texto hubiesen sido impensables en otro espacio religioso-cultural. Hoy, más que nunca, esa afirmación se ve confirmada por los peligros que enfrenta la libertad, sobre todo religiosa, de prensa, así como la igualdad en dignidad y derechos de las personas, que brotan y amenazan la convivencia humana en algunas zonas. Valores como universalidad e igual dignidad, liberación y libertad; fraternidad y solidaridad, encuentran su plena comprensión, despliegue y legitimación a partir del misterio que irrumpe en Belén, en el Dios hecho hombre que es Cristo. Sin ese crisol cristiano, la gestación de este texto hubiese sido imposible. Solo a partir de Cristo nos comprendemos como plenamente libres e iguales. Es a partir de Él, desde donde se va lenta y dramáticamente perfilando la idea de hombre en su esencial dignidad, como lo comprendemos hoy. Ello, venciendo incluso reticencias desde el mismo seno eclesial que la hizo posible. La libertad esencial al hombre es de cuño y sello cristiano, aunque en tantas ocasiones a lo largo de la historia ella sufrió ataques realizados en el mismo nombre de Cristo. Incluso la Carta encontró una fuerte reticencia, incluso rechazo, de parte de círculos católicos. Pero, la verdad se impondrá y será ese terreno preparado con el abono de la fe cristiana la que posibilitará el nacimiento de esa visión aglutinadora, unificadora de los derechos humanos que presenta la Carta.

“Es evidente que los derechos reconocidos y enunciados en la Declaración se aplican a cada uno en virtud del origen común de la persona, la cual sigue siendo el punto más alto del designio creador de Dios para el mundo y la historia”, dijo Benedicto XVI con motivo del 60° aniversario de la Declaración. No hay DDHH como los comprendemos y defendemos hoy, sin una mirada al Creador y sin una comprensión cristiana de éstos, en donde se explican, plenifican y comprenden. Al festejar sus 70 años, es bueno recordar los cimientos de esta casa común, que la sostienen y dan pleno sentido.

 P.Hugo Tagle M, Sch.

twitter; @hugotagle
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