Han bastado unos cuantos tímidos intentos de
Casado por recuperar la esencia de un Partido Popular que se precipitaba
irremediablemente hacia la socialdemocracia de la mano de Rajoy y Soraya Sáenz
de Santamaría, para que todas las terminales de la izquierda española salten al
unísono para acusar al nuevo presidente del PP de radicalismo y extrema
derecha.
En España desde hace demasiado tiempo es la
izquierda la que tiene el poder de decir lo que es bueno y lo que es malo, lo
que es extremo y lo que no. Nuestra intelectualidad se apresura a llamar
idiotas a los norteamericanos por elegir a Trump, o a los brasileños por elegir
a Bolsonaro, y bendicen como voluntad del pueblo las elecciones de Maduro, de
Ortega o de Evo Morales. Porque la izquierda siempre goza de ese plus que tiene
el que dicta las normas e impone el credo.
Es cierto que no es un fenómeno exclusivo de
España, y que el resto de sociedades europeas, y por supuesto la sociedad
norteamericana, también se han visto sometidas a esta dictadura moral de la
izquierda, y que, de forma sorprendente, tras la caída del muro de Berlín está
superioridad moral, en vez de diluirse, se ha intensificado. Pero en España el
fenómeno tiene unas características particulares que lo hacen más especial.
¿Cómo hemos llegado a esto? No ha sido cosa
de un día sino que se ha tratado de un proceso paulatino que empezó con la
propia Transición. Quizás el primer paso fue aquel harakiri de las últimas
Cortes franquistas, que tuvo bastante de autoinculpación y nada de
reivindicación por lo que la derecha sociológica había hecho por la
pacificación de España y su desarrollo hasta convertirla en la décima potencia
económica del planeta.
A partir de ahí, y en menos de una década,
la España de los actos de desagravio y de las colas ante la capilla ardiente de
Franco, se convirtió en “sociológicamente de izquierdas”. Y con la llegada del
PSOE al gobierno en 1982, la izquierda directamente materializó su asalto al
poder. El PSOE, en su aspiración de
convertirse en el PRI español, se infiltró hasta en último estamento de la
sociedad. De la mano del grupo PRISA acaparó los principales medios de
comunicación. De la mano de sus sindicatos y asociaciones, impregnó a la
mayoría de colectivos profesionales, desde la judicatura a policía, pasando por
la educación y la sanidad.
De esta forma, a lo largo de estos cuarenta
años de democracia, los clichés morales de la izquierda han ido empapando a la
sociedad española como una lluvia fina pero persistente, hasta llegar al
aplastamiento actual, donde bajo el disfraz de la corrección política la
izquierda impone su credo sin apenas discusión.
Se ha producido un desplazamiento por el
cual un partido claramente de centro izquierda como Ciudadanos, pueda ser
presentado como de centro-derecha, que el PSOE, que se mueve hoy en parámetros
políticos más radicales en muchos aspectos que los del PCE de los años setenta,
pueda ser considerado de izquierda moderada, o que Podemos, herederos de la
extremísima izquierda extraparlamentaria de los setenta y ochenta, pueda hoy
ser visto como una opción de izquierda más o menos asumible.
Así en España se monta el pollo si la
familia de Utrera Molina canta el “Cara al sol” en su entierro, pero a nadie le
escandaliza que un presidente del gobierno o sus ministros canten en un mitin
“La internacional”, el himno de la ideología más genocida de la historia, con
más de cien millones de muertos a sus espalda. Es esa superioridad moral que
permite que en uno de los canales de Atresmedia un presentador se limpie los
mocos con la bandera española, o que en la televisión pública, la de todos, se
ridiculice a la heredera del trono por leer un artículo de la Constitución.
Para la izquierda mediática todo vale, incluido el desprecio, ese desprecio a
lo que no es izquierda que queda perfectamente resumido en la frase pronunciada
recientemente por Victor Manuel en una entrevista con Julia Otero: “No hay nada
más imbécil que un obrero de derechas”.
Y este desplazamiento no se ha producido
únicamente en el ámbito de los partidos políticos sino en la misma sociedad. Al
día siguiente de la presunta agresión sexual a la chica de Pamplona, todos
sabíamos que entre los presuntos agresores había un guardia civil y un militar.
Sin embargo desde los medios de comunicación se nos oculta la nacionalidad de
presuntos asesinos, o de presuntos violadores. Y todo porque para los clichés
de la izquierda la Guardia Civil y el ejército siguen siendo los malos,
mientras que los inmigrantes (léase migrantes en el neolenguaje de la
izquierda) tienen halo de santidad aunque sean ilegales.
Es necesario que España recupere su
autoestima, y para ello es imprescindible que la sociedad española se libere de
este asfixiante corsé impuesto por la izquierda. Hay que recuperar la costumbre
de llamar a las cosas por su nombre, y de manifestar sin complejos aquello en
lo que hemos creído siempre.
Es hora de recuperar el respeto por el
trabajo, el mérito y el esfuerzo, es hora de valorar nuestra historia, y dejar
de avergonzarnos. Es hora de rechazar de forma radical el guerracivilismo que
se quiere resucitar y que nuestros padres habían superado hace décadas.
Hay que dar la espalda a esos medios de
comunicación que día a día nos intoxican y nos hacen tragar la píldora de su
sistema de valores. Hay que hacer valer nuestro poder como sociedad civil para
recuperar una sociedad plural en la que cada individuo pueda elegir sus
creencias e ideologías sin que ningún establishment le cuelgue el sambenito o
le marque como apestado.
Y no podemos esperar a que lo hagan por
nosotros ni políticos, ni intelectuales, ni líderes de opinión. Tenemos que
levantarnos ya, todos y cada uno, contra esta moral impuesta que lo único que
pretende es socavar lo que somos y lo que siempre hemos sido.