Y
cuanto más despreciable es uno, más suelta tiene la lengua1.
Según esta frase tuya, querido
Séneca, nada más despreciable en este mundo que los políticos que
nos toca sufrir, aunque no mientan. Tenemos que sufrirlos a ellos y a
algunos de sus amigos periodistas, aprendices de brujo. Unos y otros
tienen muy suelta tanto la lengua como la máquina de escribir, el
ordenador, o el instrumento que utilicen para difamar y esparcir
infundios sobre todo aquello que no les gusta. Últimamente, y de
forma nada indirecta, la Universidad.
Tuve la suerte, cuando estaba en
sazón, de tener unos cuantos profesores buenos, muy buenos, tanto
durante el bachillerato como durante la carrera. Los recuerdo ahora
especialmente porque, ante cualquier afirmación sobre cualquier
hecho, más o menos de actualidad, siempre nos daban como mínimo dos
o tres versiones o varias interpretaciones. Insistían, en las
clases, en que no fuéramos dogmáticos, y que analizáramos las
cosas desde todos los puntos de vista posible. Y aún así, decían,
es posible, muy posible, que no lleguéis a comprender el asunto del
todo, ni a vislumbrar la verdad.
Con el mismo énfasis insistían en
que no nos dejáramos llevar por los razonamientos brillantes, o por
las llamativas metáforas, o por las explicaciones sencillas y un
tanto impactantes. La profesora de literatura, gran aficionada a las
etimologías, jugaba mucho con estas haciéndonos caer en la
inconsistencia de gran número de ellas. Siempre nos advertía que la
etimología, como casi todo, es un terreno muy resbaladizo en el que
toda precaución es poca. No enseñó, así, a ser cautos y honestos.
Recuerdo, y más ahora que viene tan a cuento, el ejemplo que nos
ponía utilizando, para ello, la palabra que está de moda y con la
que tanto se está denigrando a la Universidad: tesis.
Contó que, según algunos, y no
podía evitar la sonrisa, tesis deriva del héroe griego Teseo. Como
es sabido, el padre de este, Egeo, visitó el oráculo de Delfos para
intentar saber porqué no engendraba hijos varones. El oráculo le
respondió diciendo que “no desatara el odre de vino antes de
llegar a Atenas”. No sabiendo qué significaban tan sibilinas
palabras, Egeo se fue a Trecén a consultar con el rey Piteo. Este
comprendió enseguida las enigmáticas palabras, embriagó a Egeo y
le metió a su hija Etra en la cama. De aquella ignorancia, unida a
la borrachera y a la inocente muchacha, engendró a Teseo. Mientras
sucedía todo esto, en Atenas gobernaban los sobrinos de Egeo. Cuando
llegó el momento de partir, Egeo no quiso llevarse a Teseo consigo
para evitar que lo mataran sus sobrinos, asegurándose, así, con la
desaparición del sucesor, el poder.
Antes de partir de Trecén, Egeo
escondió una espada y un par de sandalias bajo una pesada roca.
Advirtió entonces a la madre, Etra, que cuando el hijo estuviera
granado, apartara él mismo la roca, cogiera la espada y las
sandalias y llegara hasta su presencia. Gracias a esos elementos, el
padre lo reconocería. Cosa que hizo en cuanto vio a un “extranjero”
que, en un banquete, cortaba la carne (sic) con la espada que él
enterrara bajo la roca.
No
hace falta que diga que, en la clase, ante estas y parecidas
historias, no se oía ni el vuelo de una mosca. La magia de la
mitología. Ahora bien, y volvía a hablar la profesora, por muy
interesante o divertida que os haya parecido la narración, nos
decía, no por eso la palabra tesis tiene que derivar de Teseo. No es
el doctorando, seguía sonriendo, alguien que aparece en una aula con
dos sandalias y una espada en la mano, y demuestra que es el hijo
verdadero, o un sabio verdadero. No. Tesis, explicaba, querido
Séneca, es una palabra griega como lo demuestra esa famosa th,
Thesis, que también acompaña a Theatrum. Pero con el paso del
tiempo ambas palabras han pedido la h, es decir su carnet de
identidad. Cosas que pasan. Y tesis, en griego significa yo expongo,
de donde se viene a concluir que una tesis es un razonamiento al que
sigue una conclusión.
Una
tesis es un trabajo académico, sujeto, por lo tanto, a una retórica,
a una determinada forma de hacer que, en realidad, la marca el
departamento de la facultad donde se va a realizar dicha tesis. Por
eso mismo, el libro de Umberto Eco, Cómo
se hace una tesis, es
útil hasta cierto punto. Sirven las indicaciones, y no siempre, de
cómo se deben hacer las citas. Una tesis debe llevar muchas citas,
debe citar a los profesores del departamento y de la propia facultad.
Tal y como me dijeron a mí, pese a que no entré en la facultad ni
como profesor ni como bedel, nunca se sabe a quién se puede
necesitar, así que hay que citarlos a todos por si acaso. Y no
cuesta nada poner una nota a pie de página, o incluir libros, que no
se han leído, en la bibliografía general. Es lo exigido. Pura
retórica. Y no enfadar a nadie ni herir vanidades.
Ignorando tal exigencia, yo nada más
puse, en un primer ensayo, como bibliografía, aquellos libros o
estudios que había leído completa y enteramente. Mi bibliografía
era, por lo tanto, muy magra. Y por eso mismo fui criticado. Ahora
bien, quien me hizo esa crítica sabía de lo que hablaba. Y, por
supuesto, le hice caso e hinché citas y bibliografía. Aquí paz y
allá gloria.
Por regla general una tesis es
ilegible. Y por regla general sólo la lee el doctorando y el
director de la misma. Rara vez el tribunal se mete entre pecho y
espalda la tesis que va a juzgar; y sobre la que saben poco, más
bien nada. El único que sabe de la historia es el pobre doctorando,
que va a sufrir el examen público. Aun así, y conscientes de su
poder, algún que otro miembro del tribunal se atreve a recriminar
este o aquel punto de la tesis poniendo de manifiesto que sólo se ha
leído esa página, pues ese mismo problema aparece resuelto unas
páginas más hacia delante.
La lectura de una tesis doctoral, y
hablo por mí, y por lo que he visto, es una representación teatral
en la que cinco personas, con sus preguntas y sus insidias, van a
demostrar que saben mucho, y a cuestionar lo que tienen sobre la mesa
y ante sus narices. En mi caso fue muy divertido porque los miembros
del tribunal se enzarzaron entre ellos, y a mí me dejaron en paz.
La tesis doctoral no me ha servido
para nada. Quizás porque nadie me la ha cuestionado. Ahora bien,
jamás me he arrepentido de haberla escrito, y más en los tiempos
que corren. No me gusta hablar de aquello que no conozco, pese a que,
alguna que otra vez, lo he hecho. ¿Quién está libre de pecado?
Y es curioso, muy curioso, querido
Séneca, ver a todos estos politiquillos de tres al cuarto, con sus
desprecios a los profesores, a los sistemas educativos, y a cualquier
esfuerzo en general, cómo inflan sus currículos añadiéndose
medallas, títulos y méritos académicos. Y cómo algunos amigos
periodistas salen en su defensa haciéndose, cómo no, especialistas
en tesis, en plagios, en citas y todo cuanto haga falta, menos en
honestidad, para hablar de lo que desconocen, o ignorar lo que saben,
y decir lo que quieren oír los jefecillos a fin de lograr alguna
prebenda del politiquillo de turno. O devolver favores.
Y es muy curioso, querido Séneca,
lo que sucede en este ruedo ibérico. Ignoro si también pasa lo
mismo en otras latitudes: hace años a un partido político, defensor
de la unidad de España, faltaría más, le dio por decir que aquí,
en esta bendita comunidad autónoma, se habla y balbucea una lengua
original y autóctona, que nada debe a ninguna, y menos todavía a la
vecina del norte. Aquello, oportunamente movido y removido, provocó
una efervescencia increíble. La gente fue lanzada a la calle por
cuestiones sentimentales, que no lingüísticas. Y era digno de ver
cómo personas que en su vida se habían enfrentado a un libro,
sabían distinguir entre lengua y dialecto, y una lengua y otra. De
la noche a la mañana por estos pagos florecieron los filólogos como
las setas en un otoño lluvioso. La cantidad, como sabes ha sido la
burda justificación que se ha utilizado, en muchas ocasiones, para
tener razón, pues es imposible, dice quien no tiene nada que
argumentar, que tan enorme número de personas se equivoque. Es como
si una imbecilidad dicha por mil personas dejara de ser una
imbecilidad.
Así que descubrimos, con asombro,
que el que en un territorio se hable una lengua original y propia, u
otra importada, que en aquellos momentos era crucial para no sentirse
infravalorado (?), pasó a depender no de la filología o de la
historia, sino del número de personas que apoyaban tan absurda idea.
Y así todo lo demás. “Democracia” hasta las últimas
consecuencias. Ahora todo el mundo entiende y valora lo que es una
tesis o un plagio.
“Gran
desgracia es haber llegado a una situación en la que la mejor prueba
de la verdad sea la multitud de creyentes, con un gentío en el que
los locos superan tanto en número a los cuerdos. ‘Quasi
vero quidquam sit tam valde, quam nil sapere vulgare’2.
‘Sanitatais patrocinium est, instrumentum turba’3.
Es cosa difícil afirmar el juicio contra las ideas comunes.”4
Ahora,
querido Séneca, agotada aquella estéril diatriba lingüística, y a
fin de recuperar el poder que han perdido, utilizan las tesis
doctorales, obtenidas en buena lid o no, como arma arrojadiza de unos
contra otras y viceversa. Y mientras tanto, la casa por barrer. Y tal
vez se trate de eso: de provocar desorden y malestar para hacernos
ver que solo con determinados personajes se logra aquí la paz y la
tranquilidad. Aunque sea desprestigiando a la Universidad, que no es
trigo limpio, de acuerdo, a las tesis todas, y a lo que haga falta. Y
cómo no, han surgido, al igual que antes surgieron filólogos,
entendidos en la materia: saben lo que es es una tesis, cómo se debe
hacer, cuándo se comete fraude o se plagia… lo saben todo en fin.
Y ante tanto cráneo privilegiado, doy gracias a los dioses por no
haberlos tenido en mi tribunal de doctorado: suponiendo, que es mucho
suponer, que se hubieran leído mi tesis, igual me la tumbaban por un
quítame allá esas pajas, pues estos eruditos a la violeta capaces
hubieran sido igualmente de cargarse al mismísimo Michel de
Montaigne: “Con tantas cosas que tomar prestadas, me siento feliz
si puedo robar algo, modificarlo y disfrazarlo para un nuevo fin”5.
Hace años dijo alguien que nadie es inteligente si no es tan imbécil
como nosotros. Y así va todo, querido maestro, con las lenguas muy
sueltas y los cerebros y el sentido común muy encogido. Vale.
1Et
ut quisque contemptissimus [et ut ludibrium] est, ita solutissimae
linguae est. Séneca, Sobre la constancia, 11,3
2Como
si la falta de juicio no fuera lo más común, Cicerón,
De la adivinación, II,39
3¡Qué
apoyo para la sabiduría, una multitud de locos!, San Agustín,
Ciudad de Dios, VI, 10
4Michel
de Montaigne, Ensayos, (De los cojos),
Edición y traducción de Dolores Picazo y Almudena Montojo, Madrid,
1987. Cátedra, volumen III, p. 294
5Stefan
Zweig, Montaigne, Barcelona,
2017. Traducción de J. Fontcuberta, p. 64