Uno puede imaginarse al aburrido de Franco volviendo una y otra vez a La Coruña y a San Sebastián para pasar sus vacaciones a bordo del yate Azor; igualmente al “padre de todos los pueblos”, José Stalin, bromeando entre sus allegados con la amenaza de que los iba a enviar a algún Gulag; incluso podemos suponer cuáles podrían haber sido las extravagancias sexuales de Mussolini antes de leer el diario de Clara Petacci, publicado hace algunos años por su sobrino; y hasta podemos conjeturar sobre las preferencias culinarias de “El Gran Timonel “, Mao Zedong , sin temor a equivocarnos. Pero lo que sí no concuerda, y se hace casi impensable, es que alguien como Hitler, quien, como se sabe, llevó a la muerte a veinte millones de personas y acabó con millones de judíos, gitanos y homosexuales, sintiera verdadera lástima por los animales y un profundo desprecio por la caza, hasta el punto no sólo de ser vegetariano sino de imponer severas restricciones a la caza deportiva. Algo parecido nos sucede ahora, cuando nos enteramos de algunos de los gustos de Gadafi, ese señor que no ha escatimado esfuerzos para mantenerse en el poder, a costa incluso de la muerte de 10.000 libios.