. Sin descanso desde la primera a la última página. Proclama la necesidad de enfocar de forma consciente la mirada. Los hechos se producen queramos o no, pero la interpretación y la reacción posterior son tan diferentes y únicos como cada ser que los acoge.
Luisa Etxenike traza un triángulo de personajes donde las conexiones se complementan de forma progresiva. Luc queda cautivado del azul y el contenido de las fotografías de Ada. Desde el primer instante le hacen sentir. Los mensajes resuenan en su experiencia vital. La autora desvela ya en el arranque, que se ha quedado atrapado por ellas. Desgranará cada una de las instantáneas. El comienzo de la novela desconcierta. No me agradó al principio este planteamiento, tan enigmático. No invitaba a la continuación pero ayuda que Etxenike esboce pinceladas de la infancia de Luc porque las imágenes le golpean, torpedean sus recuerdos.
Pronto sabremos que Luc percibe aquella infancia de forma traumática aunque el lector se sorprenda al no encontrar de forma clara los motivos. Los datos ofrecidos no parecen describir hechos y circunstancias que puedan asociarse a emociones negativas. Pero así lo sintió. Así lo vio y así sí quiso mirarlo. Por eso “Absoluta presencia” reivindica la mirada y con ella, la actitud ante la vida.El patrón se repetirá tanto en Ada como en su padre, el tercer personaje, Andrés. Donostiarra que huyó a París para escapar de la amenaza terrorista. Un viaje no tanto físico como emocional. ETA ya no mataba pero el pasado pesaba demasiado como para archivar sentimientos, porque no es solo que no se pueda, sino que cabe la opción –lógica– de olvidar. No tanto para anclarse en el rencor, sino para conocer y trasladar dicho conocimiento a un futuro que aún no está escrito y en el que de una u otra manera, quedará marcado por lo vivido.Se corre el riesgo –y es un hecho mil veces repetido– de que la sociedad se ciña a palabras y expresiones prototipo ajenas que a veces, quedan escritas a fuego como verdades absolutas. En la época gris del País Vasco el sufrimiento no solo fueron los atentados y los muertos. Estaba en los hogares y las secuelas de una herida no siempre curada que pueden convertirse en enfermedades crónicas. Los shocks hay que tratarlos, digerirlos para intentar convivir con ellos. Me gusta el análisis realizado por la autora. Las preguntas que lanza a través de sus protagonistas, en situaciones que parecen incomprensibles a simple vista, pero que no lo son tanto cuando se busca el origen del dolor. Andrés comienza a hacerlo cuando su mujer sufre una dolencia que no se ve por fuera.Por eso es más duro atajarla. Por eso Ada, la hija de ambos, pregunta. Una vez más. Fue más sencillo el engaño cuando era pequeña. Lógicamente. Pero como siempre en la vida hay un antes y un después. Y sus fotografías hablan y gritan lo que necesita expresar. Luc puede no saber qué hay detrás de Ada, pero la trama de la novela le meterá en este saco de dudas y debates internos, aunque sus vidas nada tengan que ver.Luisa Etxenike cuida con escritura elegante la exposición de la temática. Parece tener ganas de gritar aún más –como Ada– de lo que ya lo hace, pero muestra lo que parece un ejercicio de contención. Su lenguaje cuida y mima cada una de las palabras utilizadas, aunque eso no siempre case con el ritmo. Pero su objetivo parece centrarse más en los mensajes y en especial, en el de la mirada consciente del mundo. Porque ante todo, hay que querer mirar. Si no, se corre el peligro de quedar anclados en certezas/juicios, correspondan o no a la realidad.Pese a la oscuridad que habita en los personajes –como en cualquiera de nosotros, coincidamos o no con sus disquisiciones–tranquiliza la esperanza transmitida en “Absoluta presencia”. Porque tales nubarrones no anulan la belleza. Los extremos pueden compatibilizarse cuando existe una reflexión, la capacidad para asumir y gestionar lo que sucede. San Sebastián es sin duda, un buen ejemplo de lo contradictorio para Etxenike. Lo deja bien claro la autora, recordando que la capital donostiarra seguía siendo tan bella mezclada incluso con el horror terrorista.La gente comía pintxos, los turistas admiraban la ciudad… La vida seguía y sigue. No puede ser otra manera. Ante cualquiera desgracia hay que sobreponerse. Pero eso sí, nunca olvidar para entender el fondo de la cuestión. «ETA volvía a matar pero la naturaleza no se conmovía», escribe Luisa Etxenike. Una frase que como otros tanto pasajes inciden en esta idea entre el reproche por la inacción de quienes miraban hacia el otro lado y la necesidad de no caer en el fatalismo.La escritora entiende que todos, cada uno en su medida, somos responsables del presente que vivimos en función de lo que nos hayamos molestado en mirar; con conciencia y responsabilidad. Hay asuntos en los que no cabe levantar las manos declarando la inocencia propia porque la sociedad la hacemos todos.Regreso al comienzo de esta reseña porque comprobarán esta obra de Luisa Etxenike no es sinónimo de “descanso” ni entretenimiento entendido como fin último de la lectura. No hay ligereza en sus frases, nada está dicho porque sí, ni es producto del azar. Profundidad e intensidad auténticas que se anuncian desde que leemos su título. Esta novela es toda una vivencia que a nivel personal me ha resultado muy interesante