“… este mundo dónde parece que sólo
hay dos tipos de personas: los muchos que van a pie y los pocos que van en
silla”
El peón que mira bajo lleva sobre
sus espaldas a un hombre en una silla. Las palabras sobran para expresar lo que
la pintura grita. Los dos hombres miran en sentidos opuestos, visten con
prendas diferentes, tienen color de piel distinta, uno pisa el suelo, el otro
pisa el aire, ambos habitan la misma tierra pero viéndola al revés.
La pintura se alberga en la casa-museo
de Alfonso López Pumarejo, dos veces presidente de la República de Colombia, en
la histórica ciudad de Honda. Aunque la obra tiene varias décadas de haberse
realizado trae un aroma de actualidad, un tufo de verdades incómodas que no se
logran ocultar, de verdades que regresan para recordarnos que la vida se repite
y se repite, como si fuera una película imposible de perder. Es la vieja historia
de los vencedores y los vencidos, de los reyes y los súbditos, de los ricos y
los pobres en este mundo dónde parece que sólo hay dos tipos de personas: los muchos
que van a pie y los pocos que van en silla.
Con el tiempo la historia es la
misma pero sus protagonistas diferentes. Lo que asombra de la pintura es reconocer
que el evento sigue siendo relevante porque, si bien, no se usan hoy en día los
palanquines para llevar a los señores feudales, el grueso de la población sigue
llevando el peso muerto de sus gobernantes, gobernantes que se ven a sí mismos
como honorables, notables, doctores cuyas plantas de sus pies no son merecedoras
de tocar el suelo. Mientras tanto, ese peón llamado Colombia, camina taciturno
sin horizonte ni destino, apenas lleva un sombrero para el sol y un bastón para
el cansancio. Lleva su cabeza gacha como todo el que no se siente digno para
levantar la mirada, para enderezarse y decidir sus fronteras y trazar sus
utopías.
Esta imagen señala que, para
quienes gobiernan y sus gobernados, la Constitución del país es un papel en
blanco. ¿Dónde está el respeto de la dignidad humana, del trabajo y la
solidaridad de las personas que la integran y la prevalencia del interés
general del artículo primero? ¿Dónde cumple el estado sus fines esenciales de
servir a la comunidad y promover la prosperidad general del artículo dos?
¿Reside de verdad la soberanía en el pueblo de Colombia según menciona el
artículo tres? Podemos recorrer los trescientos ochenta artículos con sus
capítulos subsiguientes y encontrar la misma incoherencia.
Este peón es tratado con el yugo de
una bestia de carga y a cambio de su servil obediencia los señores feudales
insisten en darle más garrote y menos zanahoria. Si supiera el Peón que, de tanto
llevar esa pesada carga sobre sus espaldas, ya tiene las fuerzas necesarias para
librarse de ella, con seguridad ya caminaría erguido, pero la costumbre le ha
forzado a aceptar con normalidad tantos espantos que envidiaría el fantasma más
laureado.
Al día de hoy, la pintura sigue en
el mismo lugar y en la misma pared esperando nuevos visitantes para narrar la
historia de Colombia sin mediar palabra alguna.