. Y
digo presuntos porque, hasta la fecha, ninguna autoridad judicial lo declaró
culpable de ese deleznable delito pero una turba enardecida, y azuzada, a saber
por quién o quienes y con qué objetivo, decidió que sí eran culpables y que
merecían un, más que severo, descarnado e inhumano, castigo aleccionador.
Actos como ese, los mal llamados “justicieros”
en los autobuses foráneos y transporte público de la Ciudad de México, pueden
parecer, al primer “entender” de cualquier idiota, como “actos de justicia que
reparan un daño y le proporcionan justicia la sociedad en su conjunto pero no
hay nada más opuesto a ese supuesto propósito que “pensar” y actuar así.
Resulta que, en primerísimo lugar, las turbas son irreflexivas, simple y sencillamente
se dejan guiar por los impulsos que uno o varios lidercillos alientan. Al calor
de los gritos, premisas falsas y prefabricadas, se dejan llevar cometiendo
verdaderas atrocidades de lesa humanidad.
No podemos, ni
debemos, dejar a un lado la base sobre la cuál suelen apoyarse quienes apoyan y
realizan tales conductas que es la ausencia total de un sistema policial,
jurídico, y judicial. Tal fenómeno dista mucho de ser nuevo ni exclusivo de
México, de otra forma no podríamos comprender a “justicieros” como Batman y Robin, Superman, El Hombre
Araña, Los Cuatro Fantásticos y una docena más como esos. Parten de un deseo
insatisfecho desde la más tierna infancia, de hacer justicia, incluso por
encima del sistema especialmente creado para ello, que tantas veces ha fallado
en forma reiterada e impune. Si bien el buen doctor Freud nos dice que el ser
humano en forma individual puede actuar de forma inteligente mientras en
grandes masas puede comportarse de manera absolutamente irracional y, añadiría
yo, estúpidamente violenta, ese sentimiento de insatisfacción y aún de
frustación que subyace en millones de personas en lo individual con frecuencia
se convierte en un caldo de cultivo idóneo para llegar a cometer verdaderos actos
de barbarie al cobijo del anonimato, la impunidad y el escudo de haber
consumado lo que estiman “un acto de justicia”.Si a eso agregamos
una carencia, casi generalizada, de instrucción académica, el hábito de la
lectura, la falta de una espiritualidad (que no necesariamente religiosidad)
genuina, y también, porqué no decirlo, de la costumbre de auto cuestionarse
antes de abrir la boca para expresar algo y más aún, para actuar. Este
peligroso cocktail nos amenaza constantemente y suele cobrar víctimas mortales,
o cuando menos gravemente heridas a cada rato.Recuerdo que hace ya muchos años, mi ahora finada señora
madre, circulaba por la Avenida de los Maestros para cruzar la Avenida San
Cosme en un Renault compacto cuando un imprudente ciclista que circulaba por la
banqueta, en sentido contrario y en medio de los puestos semifijos instalados
sobre las banquetas de la Avenida San Cosme, de la Ciudad de México, tuvo a
bien salir como bólido, sin hacer alto alguno ni fijarse por donde circulaba,
con los audífonos puestos a todo volumen y se estampó contra una salpicadera
del mencionado cochecito convirtiéndola en chicharrón, voló por encima del
cofre con idénticos resultados y estrellando el parabrisas, la bicicleta quedó
hecha añicos y los comerciantes ambulantes que se encontraban en las cercanías
por lo que, si siquiera saber, ni haber visto lo que había sucedido se lanzaron
sobre el coche de mi mamá pateándolo, gritándole a ella cuanto impropero se
sabían, y miren que no eran pocos, escupiéndole a la cara, a través del cristal del conductor cuanta
amenaza pudieron y aterrándola igual que a mi sobrinita que aún no cumplía los
cuatro años de edad y viajaba en el asiento posterior. Afortunadamente, en una
de esas, el maltrecho ciclista se levantó y alcanzó a gritarles antes de
volverse a desmayar: “dejen a la señora en paz, la culpa fue mía, yo me estampé
contra su coche, no fe ella, fui yo”. De
no haber sido así, y de no haber tenido ese joven la entereza moral de
reconocer su imprudencia, el asunto pudo haber terminado muy mal, quizá en una
tragedia. Todo a causa de un ciclista irresponsable e imprudente y una turba
que no vio ni oyó nada, pero que estaba presta a “hacer justicia por propia
mano” sin reparar, ni por asomo, en las consecuencias de sus estúpidos y
violentos actos. ¿Cuántas situaciones similares se producirán a diario, ya no
digamos en esta ciudad capital y el país entero, sino en todo el mundo? ¡A
saber! Mas lo cierto es que muchas injusticias se han cometido y se seguirán
cometiendo por esa infame forma de sobre reaccionar. Es por eso que confirmo:
Las masas son estúpidas, mas también remato diciendo que con bastante frecuencia la estupidez resulta ser mucho más peligrosa que la maldad.