"El resultado de la consulta muestra que hay consenso general en el rechazo por la corrupción nacional y que, en el sentido práctico, las ideologías partidarias son secundarias cuando el problema que se discute afecta en igual manera a las bases de todas las corrientes políticas nacionales"
La consulta anticorrupción del día de ayer tuvo un resultado de once
millones seiscientos mil votantes. Este número nunca antes había sido obtenido
en votaciones anteriores por ningún partido político ni mucho menos por un
individuo en Colombia. En términos estadísticos representa un poco más del 23%
del total de la población colombiana y, si bien, queda por debajo del umbral
requerido por la ley, el éxito de la votación es irrefutable porque anuncia el
cambio generacional inminente, la renovación ideológica del país votante y la
voluntad de ejercer los derechos civiles sin la mediación reprochable de las
dádivas del poder.
Sin embargo no todo es color de rosa. Parecerá una contradicción pero
estar a 500.000 votos del umbral es lo mismo que llegar de segundo en una
carrera y esto hace comprensible el pesimismo general de los votantes, porque
los políticos son especialistas en usar el rigor de la ley cuando les conviene
pero doblan el brazo de la misma cuando ésta no les corresponde. Sabemos que
habrá innumerables trabas e interpretaciones de la consulta para declarar su
inaplicabilidad e inexequibilidad a pesar de que la expresión democrática fue
mayor que la suma total de los sufragios registrados por los actuales senadores
(9.374.000) y también mayor a los votos que eligieron al actual presidente de
la República Iván Duque (10.373.080).
El resultado de la consulta muestra que hay consenso general en el rechazo
por la corrupción nacional y que, en el sentido práctico, las ideologías
partidarias son secundarias cuando el problema que se discute afecta en igual
manera a las bases de todas las corrientes políticas nacionales, que sin
adornos lingüísticos, son los ciudadanos de a pie, la clase media (pequeñas y
medianas empresas) y los pobres. Esta unión es la que debe ser el principio
rector de los horizontes de la nación. Las riñas partidistas han sido el pan de
cada día desde los tiempos de la Gran Colombia y han demostrado, sin lugar a
dudas, que sus frutos no son buenos. Colombia actualmente sigue en el top 3 de
los países más desiguales de América estimándose 11 generaciones para que los
pobres de Colombia dejen de serlo (más de 300 años).
Otro resultado que trae la consulta es la inevitable división que se
ocasiona entre los diferentes electores y que toma matices beligerantes
mediante argumentos y manifestaciones emocionales producidos más por una
profunda frustración que por un ejercicio racional de aceptación de la
diferencia. Expresiones como “país de mierda, ignorantes, estúpido, flojos, perezosos,
tenemos el país que nos merecemos, venden el voto por un tamal, etc.” más que
dar fuerza a un argumento, nos permite conocer que el material del que está
compuesta nuestra nación es homogéneo porque al primer traspié dejamos de ser
los individuos democráticos, justos, nobles, esforzados y buscadores de la paz.
Estos adjetivos no son más que los disfraces que nos ponemos mientras tenemos
el viento a nuestro favor porque ante la adversidad mostramos nuestros
verdaderos colores.
La indignación por el resultado también nos debe hacer reflexionar
como individuos y como sociedad. ¿Por qué los lugares donde se reporta mayores
índices de corrupción son lo que menos votaron? ¿Es porque el pueblo allá es
corrupto? ¿Es por pura flojera y desidia? ¿No es curioso que en gran parte de
esos lugares la pobreza multidimensional sea también la mayor del país?
¿Sabemos si la información de la consulta fue compartida en esos lugares? ¿Los
puestos de votación en esos lugares son tan cercanos y tan numerosos como en
las ciudades del país? ¿Conocemos nosotros el grado de necesidad de esa
población que nos permita hacer un juicio correcto respecto a sus motivaciones
por el voto? ¿Fuimos activos en la distribución de la información de la
consulta en esas poblaciones o nuestro accionar político se limita a compartir
archivos por Facebook y Twitter, y tener discusiones estériles por las redes
sociales? ¿Cómo ciudadanos libres estuvimos dispuestos a financiar con nuestros
propios recursos a aquellos cuyo lugar de votación tiene distancias que se
cuentan en horas y no kilómetros y, cuya condición económica consiste, en el
mejor de los casos, en 2000 pesos que son literalmente su pan de cada día?
Todo juicio apresurado se inclina más a errar que a acertar y este
aspecto es el que más evidencia la falta de educación de un país en el que
cualquier individuo, desde el más chico al más grande, se siente facultado para
lanzar juicios y sentencias como si solamente existiera su realidad (la
realidad de las ciudades ó la comunidad virtual) y la Colombia profunda fuera
nada más que una invención de García Márquez.
Durante la segunda mitad del siglo pasado en los Estados Unidos tuvo
lugar el Movimiento por los Derechos Civiles que terminó con los largos años de
la segregación racial mediante la manifestación no violenta de la población
negra sustentados en la Desobediencia Civil. En la década de 1960, diecinueve
millones de afrodescendientes (sin contar las demás poblaciones adherentes a
esta causa) paralizaron un país de 180 millones de habitantes para protestar
pacíficamente por sus derechos y lograron que el presidente norteamericano
Lyndon B. Johnson firmara la Ley de los Derechos Civiles de 1964 dando fin a
una lucha centenaria por ser admitidos como ciudadanos de los Estados Unidos.
El 10% de la población logró cambiar un estado de injusticia aceptado desde la
misma fundación del país (casi 200 años de historia).
En Colombia actualmente hay un 23% de la
población que tomando una posición activa puede lograr la presión necesaria
para provocar los cambios necesarios que la consulta anticorrupción solicita, pero
depende de que los ciudadanos libres levanten su voz en la calle y no solamente
en esa trampa de las redes sociales de las que habló Bauman. Es en este
escenario en donde verdaderamente se conoce el carácter democrático y justo de la
sociedad, no en la comodidad de una silla detrás de un computador o de un
teléfono celular. Somos mayoría los que elegimos y tenemos la esperanza de un
país más justo, equitativo y noble. Dicen que la historia la cuentan los poetas,
pero no aceptemos hoy las palabras de Julio Flórez cuando clama: ¡Todo nos
llega tarde! vale la pena seguir resistiendo hasta que las estirpes condenadas
a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad
sobre la tierra.