Casi nadie duda en Venezuela que el régimen
de Chávez perdió los holgados márgenes de apoyo popular que otrora le
caracterizaron. Su debilitamiento social viene siendo una tendencia de
constatación técnica y política, y tan es así que el propio oficialismo se
anticipó a unos resultados indeseables en las elecciones parlamentarias de
2010, y cambió el sistema electoral para favorecerse y perjudicar a los
contrarios.
Otro tanto había realizado con la
“re-centralización preventiva”, ante el escenario de significativas victorias
opositoras en los comicios de gobernadores y alcaldes de 2008. Y muy
probablemente se estará evaluando una nueva “operación carapacho o despojo”
para el mismísimo poder presidencial, en el caso que la cuesta del 2012 se
llegará a encumbrar demasiado. La guarimba sería el denominado “poder popular”
muy al estilo, por cierto, de las “enseñanzas” del notorio Libro Verde de
Gadafi.
Pero el desgaste bolivarista no implica que
de forma automática se produzca el ascenso de una opción alternativa. Si el
deterioro político del señor Chávez no fuera debidamente capitalizado por un
referente distinto, entonces ese debilitamiento no necesariamente tendría consecuencias
irreparables. Al fin y al cabo, la dinámica de la lucha política se parece a la
deportiva, en el sentido que la fortaleza o debilidad de un competidor son
valores relativos a la debilidad o fortaleza de sus rivales.
En verdad, ese desgaste se ha acentuado por
méritos endógenos o la agravada crisis venezolana luego de 12 largos años de
sucesivos gobiernos del señor Chávez. El poder comunicacional convence menos y
las taquillas no parecen estar tan surtidas. Por otra parte, en amplios
segmentos de este período, la oposición política no ha sido un factor de riesgo
para el dominio oficial, sino acaso de indirecto sostén. Y eso ha venido
cambiando.
Sin embargo, lo que venga de ganancias
inesperadas en materia de ingresos petroleros de esta suerte de “bonanza en la
bonanza”, no le hará daño a los afanes continuistas del oficialismo, como
tampoco se lo haría una encarnizada y prolongada contienda intra-opositora por
el título principal de las anunciadas primarias. Ojalá que al respecto
prevaleciera algo parecido al llamado “espíritu del 23 de Enero”.
Y nunca se puede perder de vista que el
régimen bolivarista es una neo-dictadura, es decir un despotismo que tiene la
habilidad de pretender empaquetarse de democracia. Lo que significa, por
ejemplo, en términos del “sistema electoral” que todo está configurado para
beneficiar a la parcialidad oficial en desmedro de las opositoras.
En suma, la erosión bolivarista no es
suficiente, ni mucho menos. Para que sea decisiva es indispensable que
capitalice un contendor, y no sólo en cuanto a personalidad candidatural sino
también como causa socio-política o referencia clara de alternancia y decisión.
Y ese camino, para decirlo en jerga digital, aún se encuentra “en
construcción”.