"Poetas y Poesías" el poeta León Felipe

Yo no soy nadie. Me acojo a mi estribillo predilecto otra vez:

 

. Me acojo a mi estribillo predilecto otra vez:
Yo no soy nadie.

Un hombre con un grito de estopa en la garganta

y una gota de asfalto en la retina;

un ciego que no sabe cantar,

un vagabundo sin oficio y sin gremio,

una mezcla extraña de Viento y de sonámbulo,

un poeta irresistible que no acierta jamás.

(“Jonás de equivoca”, Ganarás la luz).“Poetas y poesías” por Mª Ángeles Álvarez.

Con estos versos, León Camino Galicia de la Rosa, más conocido como León Felipe, elabora una perfecta definición de si mismo, como hombre y como poeta.

Natural de Tábara, provincia de Zamora, e hijo de Notario, León Felipe fue un hombre sencillo y modesto que llegó de forma tardía a la literatura, tras licenciarse en farmacia para contentar a su padre, y dedicar unos años a esta profesión.

Pese a nacer en el seno de una familia acomodada y cursar estudios universitarios en la rama científica, la poesía y la vida bohemia pronto anidaron en su interior. Y es que los años durante los cuales se hizo cargo de varias farmacias en diversas poblaciones, fueron años de penuria para el poeta, que trataba de encontrar su verdadera vocación, su lugar en el mundo.

Esa necesidad de hallarse a si mismo y un corazón errabundo, le llevaron a compaginar su profesión de farmacéutico con un trabajo como actor en una compañía de teatro ambulante, con la que recorrería España. Sin embargo, las deudas acumuladas por la constante desatención de las farmacias que regentaba le llevaron a prisión, donde permaneció durante tres años, hasta 1917.

Ya en libertad, en 1922 viajó a Méjico, donde desempeñó funciones de bibliotecario en Veracruz, agregado cultural en la embajada española y profesor de literatura en varias universidades americanas. Al estallar la Guerra Civil, regresó a España para apoyar la causa republicana, exiliándose definitivamente a Méjico en 1938.

Autodidacta en literatura y de personalidad tímida y modesta, no pertenece propiamente a la Generación del 27, ya que existen marcadas diferencias entre su estilo, muy personal y difícil de encuadrar, y al de los autores de este movimiento, tales como Alberti o García Lorca, a quien conocería durante su etapa en Nueva York.

El nombre de León Felipe lo utilizó por primera vez en 1919, al firmar su obra “Versos y oraciones del caminante I”, publicada en 1.920. Tras esta primera publicación, el poeta se mantiene en silencio durante varios años. Cuando vuelve a publicar, Felipe se encuentra con una época convulsa, en la que al público le interesa más su propia supervivencia que la poesía. Son los años previos a la Guerra Civil Española. Pese a que su obra se encuentra estrechamente vinculada al presente histórico, a lo que estaba sucediendo, el poeta encuentra muchas dificultades para abrirse camino en su tierra.

Decide entonces recorrer el mundo, llevando su mensaje con él, tratando de difundirlo. Pero la dificultad en las comunicaciones por el estallido de la guerra impide que su voz, escuchada en otros países, llegue a España.

Como poeta universal que es, se nutre de diversas influencias, que interioriza y transforma, logrando así composiciones con singularidad propia. Pese a que su lírica tiene un gran valor literario y social, sus textos no son tan conocidos, ni han sido tan estudiados y difundidos como los de otros compañeros de su época.

Sus raíces y su inspiración provienen de la cultura española, aunque también el continente americano le inspiró en muchas ocasiones. Sus versos abordan temas del presente en el que vivió, de la historia contemporánea, del lugar que ocupa el hombre en el cosmos. Los temas éticos y metafísicos se dejan sentir en todas sus obras. Asuntos como la tiranía o la usura le provocan una indignación sin límite. Su poesía comprometida se anticipó en muchos aspectos a la poesía comprometida de Neruda. No obstante, es este último a quienes todos consideran el “poeta de América” y no a León Felipe.

Solitario, comprometido, en parte olvidado, estos son los adjetivos que me vienen a la mente cuando pienso en León Felipe y su obra. Son significativas y dicen mucho de él, las palabras que pronunció al ofrecer por primera vez los versos de su obra “Versos y oraciones del caminante” en el Ateneo de Madrid en 1919:

Mi ánimo al venir aquí no ha sido dar una sensación de fatiga, sino una emoción de belleza. De una belleza ganada desde mi sitio, vista con mis pupilas y acordada con el ritmo de mi corazón; lejos de toda escuela y tan distante de los antiguos ortodoxos retóricos como de los modernos herejes —herejes, la mayoría, por un afán incoercible de snobismo—. Con estos hombres —perceptistas o ultraístas— que se juntan en partida para ganar la belleza, no tiene nada que ver el arte. La belleza es como una mujer pudorosa. Se entrega a un hombre nada más, al hombre solitario, y nunca se presenta desnuda ante una colectividad (…).

De él dijo la escritora chilena Concha Zardoya que era un “Poeta Prometeico”, porque “regala constantemente el fuego de su espíritu”.

Para este post, hemos escogido un poema cuyo título, “La parábola”, representa lo que muchas de las poesías de León Felipe son: verdaderas parábolas, enseñanzas que nos dejó el poeta, de su tiempo, de su historia, de su propia esencia como ser humano observador y partícipe de un mundo cambiante, social y políticamente.

Según la concepción de la parábola de León Felipe, a la que recurre constantemente a lo largo de sus obras, esa enseñanza moral que este recurso retórico encierra, tiene que ver con lo espiritual, con lo esencial y, por lo tanto, con lo universal. De ahí su intemporalidad.

La parábola

Había un hombre que tenía una doctrina.

Una doctrina que llevaba en el pecho,

una doctrina escrita que guardaba en el bolsillo interno del chaleco.

Y la doctrina creció.

Y tuvo que meterla en un arca, en un arca como la del Viejo Testamento.

Y el arca creció.

Y tuvo que llevarla a una casa muy grande.

Entonces nació el templo.

Y el templo creció.

Y se comió al arca, al hombre

y a la doctrina escrita que guardaba en el bolsillo interno del chaleco.

Luego vino otro hombre que dijo:

El que tenga una doctrina que se la coma, antes de que se la coma el templo;

que la vierta, que la disuelva en su sangre,

que la haga carne de su cuerpo… y que su cuerpo sea

bolsillo, arca y templo.

UNETE



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