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El presente libro de Tom MacCarthy desconcierta a la mayoría de lectores porque es novela y ensayo a la vez. Para unos, es un libro de culto plagado de enigmas y simbolismos que descifrar, para otros es un libro aburrido y difícil de leer. En realidad, Satin Island, presenta muchas facetas y admite variadas lecturas… pero nos centraremos aquí en la visión que ofrece de la Antropología actual y, en consecuencia, en la interpretación que realiza del mundo en que vivimos.
El personaje principal, U., es un antropólogo contratado por una empresa, La Compañía, para realizar un Gran Informe que defina la realidad de nuestra época. Dicha empresa asesora a sus clientes ayudándoles a definir sus agendas, políticas de venta, estrategias de marketing, ideas y proyectos, ya se trate de empresas, ayuntamientos, la prensa, gobiernos e instituciones. Pero U., descubre la imposibilidad de traducir a un informe la inmensa cantidad de aspectos y sucesos que va recopilando, así como la dificultad de elegir el medio más adecuado para representarlo.Entre otros aspectos a considerar, Satin Island nos presenta la visión actual de la Antropología, a la par que pretende ofrecer una visión global de nuestro tiempo… Pero, tal como ocurre en el Gran Informe que La Compañía le encarga, a medida que recopila miles de fotos y vídeos, noticias, artículos, anécdotas, avances sociales e inventos, realidades políticas con sus errores, fracasos y manipulaciones… descubre la imposibilidad de realizar una radiografía completa y exhaustiva sobre el mundo actual. En cierto modo, el autor, Tom MacCarthy, se conforma con dar unas pinceladas firmes sobre el lienzo, imitando la pintura impresionista, a fin de que, con la debida perspectiva, pueda intuirse la esquiva realidad.La Antropología actual, nos muestra un etnógrafo que ya no precisa sumergirse en una cultura o tribu, convivir con ella durante meses para estudiar sus ritos, costumbres y mitos, porque al realizar su trabajo etnográfico de campo, el antiguo antropólogo tenía la desventaja de afectar, con su mera presencia, la naturalidad e inocencia de las reacciones de los nativos. Es decir, al igual que ocurre con las partículas del ensayo de la doble rendija de Feyman o con la paradoja del gato de Srödinger, el etnógrafo era parte del experimento, no un mero observador, sino un actor que participaba en la experiencia. En la actualidad, sabemos por dichos estudios de la física contemporánea, que el observador afecta al resultado, lo condiciona, e incluso, no podemos afirmar si el experimento ocurre en realidad o no cuando no existe un observador que lo contempla.La realidad, nos dirá la física cuántica, no existe como entidad absoluta e inamovible, sino en función de todo lo que nos rodea y de aquellos a priori que sustentamos. Es lo que se deduce también del experimento científico de los gatos que viven en una amplia sala, lisa y sin obstáculos, cuando se introducen sillas y mesas: ellos se golpean repetidas veces contra sus patas, porque no son capaces de verlas; dado que tan solo conocen un espacio abierto, libre y bidimensional, no pueden comprender esa realidad en “tres dimensiones” mientras no tomen conciencia de ella; solo al cabo de un tiempo, tras golpearse múltiples veces contra las patas de los muebles, pueden dar como posible la tercera dimensión y finalmente concebirla.Quizá al hombre actual le ocurre algo semejante: sabe mirar, pero no es capaz de ver la realidad de un mundo en decadencia, porque no concibe una realidad tridimensional que otros pocos ya vislumbran. Su modo de mirar, demasiado plano, bidimensional, le impide ver el mundo con la debida profundidad, porque ha de aprender a reunir los fragmentos dispersos de nuestra realidad, aquellos que se encuentran esparcidos entre los sucesos, noticias, avances técnicos, patrones de comportamiento humano, paradigmas e ideas sociales… Cuando esos fragmentos multicolores se agrupan y consideran con cierta distancia y objetividad, puede contemplarse la realidad de nuestro mundo como en un moderno caleidoscopio. Sin esta visión descontaminada y sincrética, no puede apreciarse la verdad de nuestro mundo.Y esta es la visión que nos ofrece Satin Island cuando habla de fragmentos dispersos de la realidad de nuestro tiempo, aparentemente desconectados y sin interés aparente. Un lector superficial se preguntará ¿dónde está la trama? ¿quiénes son los personajes reales de esta historia?… Tal vez por ello, este libro tiene una acogida dispar, pues exige una lectura atenta, profunda y analítica para ser bien comprendido.Sin duda, Satin Island, representa una visión moderna de la Caverna de Platón, mostrando los antivalores e intereses de un sistema que atenaza y degrada al hombre: el exceso de información en los medios que lo aleja de una verdadera formación, la manipulación interesada de las corrientes de opinión, los manejos sociopolíticos, el estudio de sus patrones de conducta y de consumo para ofrecerle nuevos productos e ideas enlatadas, la moderna arquitectura de redes que todo lo detecta, aglutina y reconduce. Un mundo que ha de convivir con los vertidos de petróleo provocados por intereses comerciales, los coches bomba en los mercados, las manifestaciones ante polémicos acuerdos del G8, las hambrunas y migraciones, el fanatismo religiosos, la superpoblación, los atascos en las grandes ciudades, las actividades nocturnas de dudosa legalidad, los extraños asesinatos de paracaidistas y tantas otras cuestiones, aparentemente deslavazadas e inconexas, que U., el etnógrafo cultural, observa y analiza. En este sentido, U. , haciendo suyas las palabras del famoso antropólogo Lèvy-Satraus, afirma que “todos los aspectos que se estudian y recogen de las diversas culturas son como partes correlacionadas de sistemas mayores ocultos no solo tras una sola tribu sino tras la tribu común de la humanidad”.El personaje principal de Satin Island, llega a decir que «aunque mi supuesta tarea, mi función “oficial”, como etnógrafo empresarial, era obtener significado de todo tipo de situaciones (…) en ocasiones, mi labor era dar significado al mundo, no cogerlo de este (…) Desempeñar, una variedad de tareas encubiertas que pasan desapercibidas para la mayoría de la población, pero de las cuales depende el bienestar, incluso la supervivencia».En la antropología clásica, dirá U., «hay una rígida distinción entre el “campo” de estudio y tu “medio natural”», sin embargo, tal distinción no se da en la antropología del presente. El antropólogo actual no es un etnógrafo que hace el trabajo de campo en una isla remota: él comparte la vida con sus propios “informantes”, pues todo su entorno es su campo de estudio. Lo cual exige descubrir los lazos invisibles que unen a las personas de diversos lugares, las ideas culturales y contraculturales que mueven sus hilos de pensamiento, las líneas de desarrollo y expansión de las grandes empresas, sus soterrados proyectos e intenciones…¿Para qué? ¿Qué pretende la Compañía con ello? Quién sabe, todo es susceptible de ser utilizado para crear esa gran telaraña en la que se enreda el hombre, esa red que tejen las grandes multinacionales a las que el etnógrafo sirve, de modo que, «pese a su gran escala gigantesca» resulten «invisibles para la población en general». Para los antropólogos, afirmará U., «hasta lo exótico no es exótico». Todo lo extraño forma parte de nuestra realidad, pues aquellas manifestaciones humanas que parecen diferentes, tarde o temprano descubren su esencia común, pues encaja en unos pocos patrones y paradigmas actuales.La Compañía, busca aquello que preocupa e interesa a todas las personas… aquello que aúna a los hombres para crearles necesidades, venderles productos e ideas, a fin de conocerlos, o más bien manipularlos. Por ello, el antropólogo U., se adhiere al principio a ese proyecto, aunque más adelante, descubre que es malévolo y perverso, porque hay una única visión a la que apunta: lograr que todos los seres vean tan sol aquello que se les muestra, al igual que aquellos esclavos que en la caverna de Platón se hallan forzados a ver las imágenes distorsionadas que se les muestran en la caverna, haciéndoles creer que son realidades.Pero lo que antaño era ciencia ficción pronto se convierte en actualidad… Tal vez por ello, U., nos recuerda la visión que sustentaba el antropólogo Lèvy-Strauss: «al estudiar una cultura siempre se tiene la sensación de llegar “demasiado tarde”, porque el mundo que va descubriendo ya le parece decadente si lo compara con una etapa o época anterior». La Compañía tiene como emblema la Torre de Babel, símbolo bíblico de la arrogancia del hombre que pretendía alcanzar a Dios, motivo por el cual la humanidad fue castigada con la dispersión. Aquella dispersión dio lugar a la diversidad de lenguas y criterios, al olvido de sus costumbres y conocimientos… Por ello, el antropólogo actual, ante ese caos de vida, de costumbres e ideas, busca aquello que subyace en todas las culturas y seres humanos, aquello que le permita entender a las personas de esa cultura global que agrupa a casi todos los seres de este planeta. Ya no se dedica como antaño a recopilar objetos, herramientas y utensilios, arpones y acederas, sino a recuperar esas claves perdidas que le permitan entender el mundo y la realidad oculta de esa gran tribu que llamamos “humanidad”, ya sea utilizado para bien o para mal, según la ética de quien lo realiza.