La economía es el fiel reflejo de
la gente que la compone, de sus costumbres, virtudes y vicios. En sociedades
informales, donde el cumplimiento de cualquier norma o pauta de conducta es
relativo, los resultados que se ven en la economía no pueden ser distintos:
mercados informales, poca seriedad, credibilidad baja y niveles de confianza
insuficientes. Todo esto es un coctel que hace que nos vean con desconfianza
para invertir, proyectar y emprender.
Relativizamos las reglas,
incumplimos acuerdos, nos creemos muy vivos cuando evadimos una norma y hasta
hacemos alarde de genialidad cuando burlamos algún esquema que busca ordenar el
caos. Cuando quieren cobrar peaje para reparar una carretera, le encontramos la
vuelta para eludir el puesto de pago, de la misma manera que los empresarios
buscan la vuelta para no cumplir su parte, tal como lo hace el empleado que
sabe hacer la vista gorda cuando le conviene o el funcionario fiscalizador que
está presto a no hacer su trabajo si es que lo persuaden con un aporte. Cada
uno se cree el listo de la historia, cada quien cree engañar al otro, todos se
creen ganadores. Pero el costo es vivir en sociedades empobrecidas, poco
creíbles y poco confiables.
Como en un cambalache moderno, se
cambia una informalidad por otra, un truco por otro más artero, y hasta
adaptamos la ley de la oferta y la demanda a la medida de la poca seriedad. A
todo emprendimiento serio se le crea un camino informal, toda iniciativa tiene
su interpretación relativista y toda regulación puede ser omitida conforme a
las necesidades del cliente, el compadre o el amigo.
Informales hasta la médula, desde
el paso por el sistema educativo, en donde todo se relativiza, en donde se
puede cambiar un proceso de enseñanza-aprendizaje por un paso esporádico por un
aula, en donde algún profesor finge seguir la regla para no respetarla a
conveniencia. Profesionales de fachada y hasta de título, pero negligentes por
oficio. Poco competitivos en resultados, pero tentadores en la oferta:
pseudomédicos que ofrecen curas milagrosas a bajo costo, que terminan
traspasando la culpa a los incautos que se dejan tentar bajo las reglas de la
falta de reglas. Todo se vuelve informal, todos se echan la culpa, pero hasta
eso puede relativizarse. Hasta en eso se encuentra el atajo, el camino chueco,
el engaño y la finta.
La informalidad se ha incrustado
en nuestro comportamiento, como si fuera un rasgo cultural, a tal punto que la
exhibimos hasta con cinismo e impudicia. Como el letrero que vi en un
restaurante de México: “En caso de que quiera factura, se le cobrará el IVA”.
Es decir, la misma gente asume que la oferta informal es más barata porque
evade impuestos, porque no garantiza calidad o porque sencillamente es la forma
de burlar esquemas de control.
Ser informales, ser incapaces de
ser serios nos implica un costo demasiado elevado. Vivimos en sociedades que
han perdido la visión y la planificación a largo plazo, porque sencillamente lo
planificado no será cumplido y terminaremos encontrando la manera de evadir
responsabilidades por medio de un arreglo, un camino más corto, un truco o una
artimaña que nos ahorre esfuerzo.
En una América Latina impregnada
por lo informal, no es raro que nos quejemos de que no haya servicios
eficientes, una educación de calidad y atención sanitaria para todos. Pero,
curiosamente, somos poco serios a la hora de contribuir, de pagar impuestos, de
exigir y dar el ejemplo… de la misma manera que los que administran los
recursos son poco serios para cumplir, para transparentar, y terminan
malversando nuestras oportunidades y nuestro destino.
Pagamos el costo de la informalidad
cuando no llegan inversiones, cuando no confían en nuestro sistema torcido de
reglas a la hora de emprender o cuando terminamos escamoteando cada proyecto
que parecía beneficioso. Pero luego nos quejamos de la falta de trabajo, del
poco profesionalismo con el que nos tratan los funcionarios y de la increíble
falta de respeto que nos tienen como consumidores. Jugadores de un ajedrez de
reglas nominales pero manipulables, sólo nos ofendemos cuando nos sentimos en
jaque, pero minimizamos los males cuando atacamos y destruimos cualquier
intento de seriedad.
La transformación de una sociedad
empieza por los cimientos, aquellos que configuran la esencia de la gente: su
educación y su actitud ante los problemas cotidianos. Esa transformación hacia
un modelo menos informal y más serio es la que tiene a Chile como su principal
ejemplo en América Latina. Con una economía planificada, con una visión de
futuro, con una fuerte inversión en la educación y con un respeto a las normas,
este país avanza firme contra la pobreza y el atraso.
Combatir nuestra propia
informalidad y promover una actitud de más compromiso y responsabilidad, son
fundamentales a la hora de pensar en un país planificado, serio y con un rumbo
definido. La economía lo agradecería y nosotros nos agradeceríamos al ver los
resultados económicos que podemos obtener dejando de lado la costumbre de
torcerlo todo, relativizarlo todo y reducir lo serio a lo informal.
Héctor Farina Ojeda , Periodismo
Estimado Miguel Àngel, mis saludos y mis respetos. Mi querida España, la cuna del extraordinario Cervantes, hoy está sacudida por una crisis económica que la golpea muy fuerte. Quizá si fuéramos un poco más serios, como los noruegos, más eficientes, como los japoneses, más transparentes, como los suecos, o menos relativistas (como los latinoamericanos), podrìamos contar una historia diferente. Mi respeto y mi aprecio a España, un país en el que me reconozco plenamente desde mis raíces guaraníes.
Miguel Ángel Arjona, Administración Pública
Grandísimo artículo, Héctor.
Comparto plenamente tu opinión. En España, lamentablemente, compartimos esa relatividad ética y moral y ese desapego y falta de respeto hacia las normas en gran medida. No en vano somos 'hermanos'.
En esta Europa crisol de culturas y diferencias, España, mal que les pese a algunos, no juega la 'champions league' con Alemania...