Hombres
como los eminentes liberales del siglo XIX Alexis de Tocqueville y John Stuart
Mill fueron muy lúcidamente conscientes de que el aumento de la libertad de los
individuos para determinar la propia forma de vida podía repercutir en un
aumento de la uniformidad en la vulgaridad y de la mediocridad colectiva.
Vieron que esa libertad podía favorecer, en lugar del aumento de la diversidad
individual, la extensión del famoso fenómeno de la masificación. Hay que
advertir que John Stuart Mill parece querer seguir achacando, en última
instancia, el fenómeno a una falta de libertad, la impuesta por el dominio y
presión de la opinión social, y no a una consecuencia de la misma libertad, que
al permitir el desarrollo de las tendencias espontáneas del hombre haría más
visible la naturaleza de los muchos, afín espontáneamente a la mediocridad.
John Stuart Mill llega a reconocer
que la difusión de la educación, al poner al pueblo bajo las mismas influencias,
favorecería este proceso. Hay aquí una oportuna duda frente a la ilusión
pedagógica, tan común en el liberalismo, de creer en la capacidad de la
educación para fomentar un uso enriquecedor y no empequeñecedor de la libertad
individual. Para romper definitivamente esa ilusión cabría ir a la afirmación
de que el único modo de producir individualidades originales y enriquecidas
sería sustituir la educación liberal y humanista por la nietzscheana crianza
del hombre superior.
Es admirable la defensa del genio
que hace John Stuart Mill en su ensayo “Sobre la libertad”, y no precisamente
del genio artístico, sino de la genialidad en el sentido de originalidad de
pensamiento y acción. ¡Con los grandes liberales del siglo XIX daba gusto! Pero
para el genio en este sentido siempre se dará la tentación antiliberal, como
reacción a las tendencias gregarias y masificadoras en el uso de la libertad,
de considerar ideal un estado social en el que los hombres fueran obligados a
formas de vida excelentes. Es fácil pasar de la valoración del genio en el
sentido indicado a lo que Stuart Mill, pensando seguramente en Carlyle, llama
el “culto a los héroes” que considera digno de alabanza al hombre de genio que
se apodera del gobierno del mundo para someterlo a sus propios mandatos,
desarraigando así la tendencia instintiva de los más a la “mediocridad
colectiva”. Como indica Isaiah Berlín en la presentación del ensayo de Mill,
éste, como liberal consecuente, siempre resistió la tentación de desear
convertir a los disidentes de la opinión
común en guardianes platónicos. Si se cae en esta tentación, el mismo
individualista, cuya existencia como tal ha sido hecha posible gracias a la
libertad de elección de formas de vida, puede convertirse en un enemigo de la
libertad.
Es grande la tentación antiliberal
de propugnar que, como la libertad será siempre usada por los muchos en el
sentido de un igualitarismo espiritual en la vulgaridad, incluso coactivo hacia
los usos individualistas de la libertad, entonces es preferible que las vidas
pequeñas de los muchos sea conformada por un Estado ético y pedagógico que las
transfigure poniéndolas al servicio de los grandes fines de lo
histórico-universal. En épocas, como la presente, de pérdida de los “grandes
relatos” que fijaban esos fines histórico-universales con primacía sobre las
preferencias y necesidades individuales inmediatas, todavía cabe una versión de
ese antiliberalismo basada en el “mito de la cultura” , que establecería como
misión del Estado ético y pedagógico elevar a los individuos desde sus
tendencias particularistas espontáneas hasta la satisfacción de las verdaderas,
auténticas y comunes necesidades específicas del hombre en cuanto ser
“espiritual”.
No obstante, y aunque ello pueda suponer el
retroceso de una mayoría de la población a un estado de barbarie, tal y como de
hecho está ocurriendo, no parece que puedan existir un conocimiento infalible
de la verdad sobre la naturaleza humana y medios políticos no inhumanos de
imponerla que permitan plantear una alternativa a los principios liberales de
la búsqueda de la excelencia como un asunto exclusivamente individual y de una
educación que proponga y no imponga como único medio aceptable de difundir esa
excelencia.