. Esta Caperucita no es la misma de nuestra infancia pero tiene el sabor que dulcifica el espíritu. Se llama Sara Allen, tiene diez años, vive en Brooklyn y su sueño es caminar sola por Manhattan.
Su corta vida es un eterno sueño ya que su madre está empeñada en cortar las alas a su corazón de niña, incapaz de ponerse a la altura de un ser ingenuo y puro lleno de utopías. Su madre solo es feliz haciendo su tarta de fresa aunque la familia esté hasta el gorro de ellas. Y lo único que le hace ilusión a Sara es llevar cada semana una de esas tartas a su abuelita. Como manda el cuento de Caperucita. Pero la abuela no es la anciana de una cabaña de bosque sino una antigua estrella del music hall. Toma ya. Vaya cómo se las gastaba Carmen Martín Gaite, dando rienda suelta de forma magnífica a la imaginación. Como tiene que ser en los cuentos. Por supuesto.
Pues bien la abuelita marchosa, Gloria Star, es la única referencia de Sara cuando piensa en la felicidad, en lo dulce y divertido de la vida. Por supuesto, su madre no soporta las extravagancias de la suya.La autora escoge las piezas del famoso cuento a su gusto y planta a Sara por el bosque urbano. No aguanta más y se escapa sola a ver a su abuela con una cesta donde ¡cómo no!, llevará la tarta de fresa. Y… tendrá la aventura de su vida.Conoce a Miss Lunatic, el hada maravillosa. Qué preciosidad de personaje. Tan metafórico como mandan los cánones de los cuentos. Ella es nada más y nada menos, que la Libertad. Con mayúscula. La representación de ese valor que tanto ansía la pequeña Caperucita-Sara. Y por el camino, faltaba más, se encontrará a Mister Wolf. Claro. El lobo del cuento. Pero este, no es peludo ni come abuelitas. Es un pastelero millonario en busca de una receta…¿Cómo terminará Caperucita en Manhattan? Ahhh… Suspense. Encontrarán un final abierto pero es lo de menos: Martín Gaite ha desplegado su varita de contar un cuento moderno y surrealista con una prosa preciosa, sin ñoñerías. Lo que ocurre es que hay que leer con ojos de niño/a para disfrutarlo. Tirarse a la piscina con la cabeza limpia. Si no, ni te molestes. Te perderás este instante de ternura entre letras, un hermoso bálsamo, breve pero intenso.Hay libros que tienen momentos. Y este era el suyo. Según pasaba páginas me lo repetía mentalmente. Releer esta Caperucita urbana ha sido un placentero descanso. No recuerdo ni cuándo lo leí por primera vez y no soy de repetir, pero un cuento de vez en cuando siempre es un buen analgésico para la vida. Y si se adapta tan bien a la magia bien contada como este, aún más. Para esta Caperucita no hay edades.