“Para que triunfe el mal, sólo es necesario
que los buenos no hagan nada”. Edmund Burke
Cuando el régimen nazi comenzó su persecución
contra los judíos en Alemania el silencio de una gran parte de la población fue
“estruendoso”, muchas naciones que tenían algún tipo de información de dicho acoso
o que contaban con información fidedigna de lo que estaba ocurriendo
mantuvieron un silencio cómplice o hicieron tibios anuncios de protesta que no
iban más allá de las palabras.
Para el año de 1945, una vez que el nazismo se
había derrumbado literalmente a cañonazos, se inicia en la ciudad de
Nuremberg un proceso que tenía como
finalidad castigar los crímenes cometidos por la alta jerarquía nazi contra la
población civil y, específicamente, contra los judíos europeos. Se suponía que
estas acciones debían buscar implementar una serie de estrategias que
permitieran que, en un futuro, todos los delitos que se cometieran en contra de
la humanidad violentando los Derechos Humanos fueran juzgados y los criminales
condenados a cumplir sentencias tan duras que de una u otra manera cualquier
grupo político o militar que se atreviera a masacrar, torturar, desaparecer o destruir
una cultura o raza lo pensara dos veces y se atuviera a las consecuencias.
Lo más irónico es que las naciones aliadas que
habían logrado la victoria no se habían quedado atrás en relación a la
violación de las libertades o en el silencio cómplice, al principio de la
guerra, ante el genocidio judío. Por
ejemplo, la URSS comandadas por el infame Josef Stalin, ya había sido parte de
una cruel y despiadada matanza contra sus propios ciudadanos o de los de otras
nacionalidades o países que habían caído tras las líneas soviéticas. Una historia aterradora era la de que los
soldados rusos que, en batalla, se veían obligados a retroceder eran recibidos
a balazos de ametralladora de sus propios compatriotas (el lineamiento
establecido por el “líder” soviético se conoce como “Orden 227”).
Por su parte los norteamericanos habían establecido
para los japoneses residentes en EEUU unos “campos de concentración” en los
estados de California, Utah, Idaho, Wyoming, Colorado, Arizona, Arkansas y
Georgia. Pese a que las condiciones eran “mejores” que los campos establecidos
en Europa, no dejaban de ser centros de reclusión con viviendas y servicios paupérrimos.
Por otro lado, los franceses no habían, salvo rarísimas
excepciones, defendido a su población judía y Winston Churchill poco hablaba en
público del asunto.
Fue así como el perverso régimen nacionalsocialista
logró su oscuro propósito de diezmar a toda una raza en el continente europeo.
Pero lo más triste es que, durante los juicios de Nuremberg, los genocidas
directos o indirectos de la población judía (así como de gitanos, enfermos
mentales, homosexuales y opositores políticos) se negaban a aceptar su
culpabilidad o decían con horrenda frialdad que “se limitaban a obedecer órdenes”.
Pese a la noble intención de los juristas y
promotores de la justicia que deseaban lograr un mundo donde ese tipo de
delitos no se tolerara desde el año 1945 al día de hoy, existen una cantidad de
regímenes que violentan y han violentado los Derechos Humanos sin recibir
sanciones o recriminación por parte de otros estados que, bajo la excusa de la soberanía
de los pueblos, dejan indefensas a las poblaciones más expuestas a acciones de
carácter criminal y genocida. Es así
como Cuba mantiene a sus habitantes en la miseria, Venezuela los condena a una
muerte lenta por hambre y Corea del Norte tiene en vilo al planeta con sus
siniestras amenazas.
Los criminales como los líderes de las FARC se convierten
en celebridades y los tiranos de izquierda se mueren tranquilos en sus camas
dejando tras de sí abultadas cuentas multimillonarias en los paraísos fiscales
del planeta. Pese a que se ha logrado juzgar a delincuentes políticos como
Pinochet o Milosevic, y que han caído crueles dictaduras en Libia e Irak, el
saldo a favor de la impunidad aun demuestra una gran hipocresía por parte de
los organismos de justicia internacional y, además, muestra cuan politizados
hacia la izquierda están los organismos internacionales como Human Right Watch
y la ONU.
Y es así que me pregunto: ¿Existen las guerras
justas?, ¿a veces, para que el mal no se imponga se puede justificar el uso de
la violencia?.. En Venezuela la perversidad gobierna, el miedo reina y el
silencio cómplice del mundo es "estruendoso". En medio de esto no
atino a entender la naturaleza de la maldad que reina en la oscura existencia
de los chavistas. En Colombia, la impunidad se ha hecho ley, y el tenebroso
orden socialista del siglo XXI se insinúa en las declaraciones de una gran
mayoría de la izquierda perversa que aspira el poder.
Se confunde “soberanía” con silencio cómplice y los
intereses están por encima del sagrado derecho a la vida. Los gobiernos democráticos”
callan mientras Venezuela se desmigaja lentamente y el fantasma del socialismo
vuelve a sembrar de horror al mundo.