Reseña "El cielo en un infierno cabe" de Cristina López Barrio

En la cárcel secreta de la Santa Inquisición, en una celda angosta tomada por las tinieblas, la prisionera, una mujer joven cuya melena se desgreña en ondas sucias, busca el consuelo del sueño tendida sobre un jergón de paja. Le han envuelto las manos en trapos atados con cuerdas miserables para alejar su influencia maligna del mundo. Y para asegurarse de que apenas pueda moverlas, unos grilletes unidos por una cadena le ciñen las muñecas llagándole la carne.

 

. Le han envuelto las manos en trapos atados con cuerdas miserables para alejar su influencia maligna del mundo. Y para asegurarse de que apenas pueda moverlas, unos grilletes unidos por una cadena le ciñen las muñecas llagándole la carne.
En el suelo de piedra reposa una escudilla con pan negro mojado en agua. Pero la prisión que sufren sus manos le impide llevarse a la boca cualquier alimento como un ser civilizado: tiene que arrodillarse, meter el rostro en la escudilla y arrancar el pan a dentelladas. Sin embargo, no parece importarle su desgracia.

Dirige su mirada hacia la rendija, no mayor que un dedo humano, que se abre en uno de los espesos muros y sabe que no tardará en caer la noche sobre la ciudad. Es entonces cuando un rayo de luna penetra por ella como el filo de una daga, encendiendo sus recuerdos más dolorosos.

Se ovilla en el jergón de espaldas a la rendija, para sumergirse en la oscuridad que ama. Su corazón anhela de nuevo el sueño, y escucha el mordisqueo de las ratas que escondidas en los agujeros de los muros roen desperdicios.

Cierra los ojos y se acuna evocando ese sonido infantil, mientras el frío de noviembre le hiela deliciosamente los huesos.

(El cielo en un infierno cabe de Cristina López Barrio)

Lo primero que yo destacaría en esta novela, de la hoy finalista al Premio Planeta 2017, es la portada. Exuberante por su colorido y reveladora por su contenido. Porque si nos fijamos en las manos de la muchacha vestida de negro que aparece en la portada, veremos tatuadas en ellas, el sol y la luna. Dos símbolos que siempre han sido importantes en todas las culturas desde el inicio de los tiempos. El tatuaje de la Luna simbolizaría el mundo de la magia, la fantasía, la noche y el ocultismo. Y el del Sol la energía, el poder, el día y el fuego purificador.

Estas dos fuerzas tienen una importancia vital en la novela de Cristina López Barrio, ya que son las manos de una mujer las verdaderas protagonistas de esta trama.

La historia empieza situándonos en Toledo, un 3 de noviembre del año del Señor de 1625. Ante el Tribunal de la Santa Inquisición, una mujer con el cutis agujereado y cetrino a causa de la viruela, y que dice llamarse Berenguela de la Santa Soledad, aunque todos la conocen como Berenjena, asegura que la mujer que tienen encarcelada a causa del poder maligno que tiene en sus manos, no es Isabel de Mendoza, como dice, sino Bárbara de la Santa Soledad.

Y lo jura ante el gran crucifijo y ante los inquisidores porque la conoce desde que la llevaron nada más parida al Hospicio de la Santa Soledad envuelta en un chal azul con olor a flores y extraños bordados, y con las manos tan calientes como antorchas; ardían tanto que con solo tocarlas, quemaban.

Berenjena no ostentaba el cargo de nodriza, de eso se ocupaban otras. Simplemente era una lavandera. Pero, aquella noche, en cuanto vio la hermosa cara de esa niña recién nacida, que además bajo el chal llevaba un pergamino que parecía ser un secreto, decidió depositarla en la misma cuna de Diego, otro niño rescatado de un incendio provocado por su propio padre después de suicidarse, y protegerlos de todo y de todos. Y lo hizo hasta que por desgracia los perdió de vista.

Pese a que en aquellos tiempos la peste negra acechaba con su guadaña y no respetaba ni a viejos ni a recién nacidos. Berenjena quiso indagar, desde el principio, en el misterioso origen de la niña, costase lo que costase, pero nunca pudo imaginar los peligros que entrañaría su investigación.

Es el primer libro de Cristina López y he de decir que me ha encantado desde el principio hasta el final. Su manera de narrar es tan hermosa que parece que las palabras fuesen encajes sobre las hojas.

Hacía tiempo que no encontraba una prosa tan elaborada, tan de hacer sentir al lector. De esa que se te clava en el alma y te hace vibrar de emoción. Y eso que ni la época, ni tampoco la forma de vida en esos años fuese atrayente, y sin embargo la autora, además de mostrar las penurias, las enfermedades, la sociedad, o el alma humana con todas sus mezquindades, sabe proyectar tal arte en su narrativa que transporta al lector y lo arrastra para vivir en primera persona la trama de la novela, haciéndole sentir que el amor todo lo puede, que las promesas, algunas, no van al aire y se pierden entre las copas de los árboles.

Resumiendo estamos ante una novela bien estructurada, con una ambientación muy lograda, y con buena documentación. Una novela donde Cristina López juega con maestría introduciendo tres tipos de narradores que cuentan la historia. Quiero resaltar también la cantidad de detalles que da de cada protagonista, lo que hace que sean más cercanos para el lector. Una novela cargada de supersticiones, de misterio y magia, de amor y pasión, y hasta de una hermandad de origen hebreo que yace en túneles subterráneos de Madrid.

Una delicia comprobar que hay escritores que no solo se recrean en la acción sino que van más allá, que ponen magia en sus palabras.

Un excelente libro para personas acostumbradas a la lectura.

UNETE



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