Reseña "Por encima de la lluvia" de Víctor del Árbol

¿Qué es hacerse mayor? Tú decides mientras el cuerpo y la cabeza aguanten. Aunque te quieran meter en un trastero con olor a polvo y alcanfor. Helena lo tiene claro. Puede que Miguel no tanto. Pero se dan la mano por esas cosas de la vida en una residencia de ancianos en Tarifa. Un lugar físico donde acaban y terminan mundos dependiendo de los ojos con que mires.

 

. Aunque te quieran meter en un trastero con olor a polvo y alcanfor. Helena lo tiene claro. Puede que Miguel no tanto. Pero se dan la mano por esas cosas de la vida en una residencia de ancianos en Tarifa. Un lugar físico donde acaban y terminan mundos dependiendo de los ojos con que mires.
  Ella tiene más carácter y decisión de los que caben en la residencia donde se alojan, ese limbo entre la vida y la muerte –en palabras de Helena–, donde no está dispuesta a esperar de brazos cruzados al inevitable final. Por muchos lastres personales que se empeñen en que demos pasos hacia atrás. Mucho menos, cuando queda poco tiempo. Víctor del Árbol apuesta por la visión más positiva de la vejez: la que se centra en lo que queda por vivir y lo que queda por hacer cuando tenemos la tremenda suerte de poder contar y experimentar.

  Miguel es su antítesis y con esta idea el autor expone y desarrolla el maravilloso juego de las personalidades complementarias. Porque la unión de lo diferente hace la fuerza aunque muchos quieran ver lo contrario. Es cuestión de espíritu y encontrar los compañeros adecuados de viaje para  compartir paraguas con los que evitar resfriados si el chaparrón se mete en los huesos para hacerse fuerte.

  Víctor del Árbol escarba en las respectivas penas y miserias de la particular pareja para que comprendamos sus motivos –los compartamos o no–, acciones, odios y quereres. Tan intensos que dan para enamorarse y desenamorarse de este dúo.

  Lo mismo que ellos, el lector viajará al otro lado del Estrecho: Tánger. Será en años muy distintos a los actuales de Helena y Miguel pero llegará la conexión final. Lo mismo ocurrirá con el segundo y potente bloque de la historia ubicada en Mälmo, Suecia con Yasmina como estrella principal. Estrella y estrellada en el sórdido mundo que le ha tocado. La vida es una tómbola que dice la canción hayas comprado o no boletos. No todos tienen los mismos recursos y fórmulas para enfrentarse a la lotería del destino. De hecho –con todos los pesares que arrastran Helena y Miguel– el camino que debe recorrer la joven Yasmina se presenta demasiado crudo para tan poca vida. Esta es la parte negra, como género y color principal, de una novela que golpea fuerte y duro. Para bien y para mal. De eso se trataba la vida. Te toquen las cartas que te toquen. Y pese a las trazas de extremo dolor, tristeza y sufrimiento con las que Víctor del Árbol amarga boca y corazón del lector, nos dice –casi nos grita, yo al menos lo he escuchado mientras leía– ¡que vivamos!, que cojamos el botín y corramos con él bajo el brazo. El placer y lo bello está y existe si nos ponemos las gafas de mirar bonito. No se trata de un lema publicitario simplón.

  Hay que ejercitar la cintura ante los bajones y la desesperanza, que por cierto, no es poca. Si no, fíjense en esa portada tan metereológica con nubarrones, viento –que de eso hay de sobra en Tarifa–, tornado y la lluvia que añade y encierra ese simbólico título. Pero entre tanto fenómeno y capricho climático están los claros que también se proponen en la imagen central (aunque la contraportada esté negra, negrísima).

  Víctor del Árbol apuesta por esa claridad como mensaje final y mientras nos cuenta, plantea temáticas tan potentes como acertado es su desarrollo: la enfermedad, la violencia de género, los olvidados y desterrados a la fuerza de la memoria histórica, la venganza… y por supuesto, el amor. Nada es imposible por muy difícil que parezca, ni tan rosa e idílico como suena.

  Descúbranlo. No voy a ordenar y clasificar ideas y temáticas de toda esta esfera lluviosa. Hay de todo distribuido entre estas páginas, junto y por separado, desplegado por el trío de personajes principales –junto a sus secundarios que no son pocos ni menos importantes para formar collage– que componen dos tramas donde el escritor hace gala de nuevo de un estupendo ejercicio de observación de la psicología humana.

  Nada ni nadie es blanco y negro. Los dobleces de cada ejemplar de nuestra especie –más o menos despreciables y encantadores– dan para contar hasta el infinito. Pero es complicado contarlo bien, aunque Víctor del Árbol nos las haga pasar canutas cuando nos da sopapos emocionales. También es cierto, que a diferencia de sus otras novelas, no he cerrado el libro con sensaciones funestas. O he captado su mensaje positivo o he querido verlo. O ambas cosas. Quién sabe. Todas las emociones de un lector son válidas. Aunque no tanto como la capacidad de Víctor del Árbol para emocionarnos. Gracias por hacerlo una vez más con buena escritura. Lleno de frases hermosas y negras a la par. Tu forma de mezclar en mayúscula es una de esas razones por las que leer es un placer. Para aprender y desaprender del ser humano porque yerra tanto como acierta y daña tanto como admiración provoca.

  Desde ahora comienza la cuenta atrás. Habrá tiempo mientras tanto para otros libros y aún así para mí, Víctor del Árbol siempre será alguien a quien esperar con el filo de los dientes dispuestos a comerse uñas.

UNETE



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