. Terrorífica como el miedo que transmiten los ojos de la mujer de la portada. Sobrecoge esta barbarie descrita con todo lujo de detalles para que el término gore se quede corto. Que Lemaitre era capaz de congestionar lo sabía porque lo he constatado con otras de sus novelas, pero la estabilidad de las tripas llegan (y superan) al límite con esta historia tremebunda. Y aunque he llegado a odiarle por su perversidad, Lemaitre se aposenta de nuevo en la parte alta del podio de la novela más negra.
No conocía todavía al particular comandante de Lemaitre: Camille Verhoeven. Compensa su escasa altura con una mente brillante. La necesitará para adentrarse en el infierno de investigación que cae en sus manos. La estudiada y macabra puesta en escena de la mutilación de dos mujeres hace que el estómago se vuelque boca abajo y haga dudar al lector si continuar adelante, porque temerá que el panorama sea aún más rojo. Pues prepáranse, porque es tan solo un aperitivo.
El combate de Verhoeven y su equipo será intelectual. Deberán ponerse en la mente de un asesino que recrea de forma artística crímenes atroces que cuentan otras novelas. E insisto –más bien, advierto–, no falta ni un detalle por contar. Lemaitre nos mostrará su enorme capacidad para homenajear a la literatura y describirnos el infinito universo destructivo que cabe en la naturaleza humana más enferma. Esos son los aspectos más interesantes y por los que merece la pena soportar cada una de las vísceras que aparecen destrozadas en estas páginas. Es el grueso de la trama, pero Lemaitre tiene recursos de sobra para engordarla aún más con subtramas protagonizadas por algunos compañeros de trabajo (me gusta el fino rico, ya me contarán) y entre ellas, la destacada: la relación de Verhoeven con su mujer, Irène, que está a punto de dar a luz. La sufrida embarazada tendrá que pelear por las escasas horas que la absorbente investigación deja al marido para su vida en común. Tampoco hay que perder de vista al librero especializado en novela negra que entrará de forma indirecta en la investigación, así como al cansino periodista que persigue al policía para intentar robarle algún que otro dato con el que construir jugosos titulares. Viajaremos dentro de un ambiente opresivo y sombrío que pone a prueba los nervios del comandante, aunque en realidad, como es lógico, son las neuronas y las uñas del lector las que sufren. Si de eso se trata, no tengan reparos: van a sufrir mucho y aunque tuerzan el gesto con asco, mucho asco, Lemaitre no les dejará respirar. En eso del ritmo trepidante –y con él, el entretenimiento– es un experto y vuelve a conseguirlo con Irène. Aunque eso sí, creo que el final es previsible. Quiero decir, el lugar hacia el que se enfoca la atención. Ya lo entenderán si llegan hasta la última página, porque lógicamente, esta novela no es para todos los estómagos y sensibilidades. Pierre Lemaitre escribe y describe sangriento en Irène. La pregunta es: ¿es necesario, lo pide la historia, se recrea el autor en el morbo? La respuesta es muy personal. Cada persona es un mundo. En mi caso creo que no todo está justificado pero si quieres saber lo diabólica que puede ser la materia gris y generar angustia y ansiedad, Lemaitre lo clava. También es verdad, que después de este título de nombre bonito, necesito un descanso de “lo negro”.