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Paul Auster encuentra en su protagonista, Marco Stanley Fogg el formato humano para trasladarnos el sufrimiento, el abandono, la soledad entre elegida e impuesta y la caída al pozo de la locura. De padre desconocido y fallecida su madre, Marco es educado por su tío Víctor. Un ser genial que pese a su excentricidad sabrá demostrar su maravillosa manera de quererle. Con su muerte, la debacle de Marco es una escalada progresiva.
Que sea rescatado por amigos, de los que ni él mismo es consciente –a pesar de sus rarezas– no quiere decir que se salve, porque Marco parece estar tocado de una particular fatalidad que él mismo busca. Porque no es que esté abandonado, es que él se abandona, aunque tenga oportunidades para salir a respirar en la vida. Esta novela está plagada de magníficos personajes, con toques de magia, independientemente de que gusten o no al lector. No es cuestión de describirlos sino de vivirlos, de sumergirte en ellos según los vas conociendo. Y esa, es una tremenda capacidad que despliega Paul Auster. Es auténtico talento. Como el de meterte en su espiral de historias gracias al tremendo y maravilloso lío de sus personajes. Magistral, el de Thomas Effing –genial su historia en la cueva–, el viejo para el que trabajará Marco, postrado en una silla de ruedas, ciego y aun así con más garra que un superhéroe. Qué decir también de Kitty Wu, la chica del protagonista, del entrañable Solomon Barber… Todos ellos añaden, restan, complementan, giran alrededor de la estrella principal de esta novela, serán vitales para la historia de Marco y en general para este palacio lunático de Auster, donde –si te engancha– te enredará en su locura, en sus penas, sus alegrías y la magia que envuelve este ejercicio literario de introspección donde cansan las dudas existenciales y el infortunio y sin embargo, crea una curiosidad permanente que no te deja soltar el libro. Me parece algo tan difícil… Y es esto, lo que he sentido, a pesar de la tristeza que inspira un personaje que claramente es capaz, válido y tremendamente ingenioso. Sólo soportar a su jefe es para acumular medallas. Pero es que vaga por el mundo perdido, como si se dejara llevar por el primer aire que apareciese. Esta novela no se puede –debe– resumir. Hay que leerla, disfrutar con el lenguaje, descubrirla con la excepcional narrativa de Auster. También aclaro: es tan particular, tan densa si se lee sin saltar ni una letra, que no resulta una novela fácil. Si no te atrapa, no hay nada que hacer. Si te engancha por el cuello, arrastra y enamora. A mí me ha vuelto loca con el influjo de su luna.