. Mi hija adolescente y el maremágnum de comentarios a su alrededor han hecho que leyera “Los juegos del hambre”. Las expectativas no eran altas, lo mismo que las ganas ya que no soy usuaria habitual de literatura juvenil, pero tengo que reconocer que el libro me ha hecho pasar un rato excelente. No es una joya literaria, pero tiene una trama amena y un ritmo frenético que engancha.
Me atraen los mundos distópicos si están bien creados y resultan interesantes y el que presenta “Los juegos del hambre”, es realmente atrayente: Panem está compuesto por doce distritos gobernados de forma despótica por el Capitolio. Cada año dos habitantes (llamados los tributos) por distrito serán elegidos para participar de una batalla donde si no se mata, se muere. Sólo puede haber un vencedor.
Además de los protagonistas en cuestión, –lo que más llama la atención de los jóvenes que se beben este libro (y desde luego se entusiasman con la película)– lo destacable son los mensajes y lecturas moralizantes –también generadoras de debate– que trasladan al lector.Encontramos las relaciones entre el opresor (el Capitolio) y el oprimido (los distritos). Como es lógico, será este último quien se lleve la peor parte; parece ser ley de vida desde que el mundo es mundo, incluidos los ficticios. La lucha por la supervivencia, es el cogollo de la trama; puede convertir al más pacífico y civilizado de los seres en una auténtica alimaña y por otro lado, contribuye a agudizar el ingenio y los recursos de los que nadie creemos ser propietarios, hasta que nos llevan al límite. Los ojos del Capitolio son el ferviente público de ese macabro reality en directo. También serán espectadores los distritos pero claro, la mirada no es la misma puesto que alguno de sus familiares puede estar en este peculiar ring. En el Capitolio sus extravagantes habitantes disfrutan como auténticos enanos del sufrimiento de los luchadores. Este libro escenifica de manera excelente la deshumanización que tanto y tan bien nos rodea. Es una auténtica alegoría aunque este «mal»,no es patrimonio exclusivo de Panem. En nuestra sociedad sabemos mucho de ello. Y si hablamos de espectáculo televisivo, el currículum –al menos de nuestro país–, tiene tantos ejemplos que nos faltan dedos para contar. Los tributos –participantes del «juego»– son auténticos monos de feria como ocurre –no hace falta explicar mucho más– a diario en nuestras pantallas, aunque el «delito» está en que en las cajas tontas de nuestras casas, muchos de esos «monos» están encantados de serlo. Como ven, el camino de esta reseña se va hacia las conclusiones y lecturas de los debates propuestos por la autora. Supongo que ocurre porque esta novela está etiquetada de juvenil y pienso en esos chicos leyendo esta obra. Cuando imagino y veo a tantos adolescentes disfrutando de este libro, sería ideal que sobre todo, captaran los mensajes que está lanzando Suzanne Collins. Trabaja bien las fórmulas para atraerles, como por ejemplo sus descripciones (muy logradas) del colorido y estridente mundo del Capitolio (vestuario, alimentos, edificaciones, escenarios) así como la visión detallada de todos y cada uno de los recursos de los que tendrán que echar mano los sufridos tributos. Lo ideal sería que “Los juegos del hambre” pudieran estimular el espíritu crítico de los lectores más jóvenes ante el cruel mundo planteado por la autora; una barbarie que estremece ante la hipótesis de que este mundo fuera real. Pero… hay que ser persona de fe y/o esperanzas para descartarlo, como quien se juega una mano en una apuesta (no me juego ni el filo de una uña). Los actores de este teatro narrativo simbolizan personalidades sin demasiadas dobleces: el bueno es bueno y el malo, malo. Incluso malísimo. La presentación de la protagonista como una auténtica heroína que se descubre a sí misma como tal, es fundamental para captar a los chicos y chicas (lo he comprobado en conversaciones entre adolescentes), deseosos de encontrar alguien a quien admirar hasta el extremo. Con Katniss van bien surtidos desde luego. El aderezo de los romances que se vislumbran o intuyen en la historia, es por supuesto, ideal para que los ojos les den vueltas de emoción. Como lo realmente relevante de “Los juegos del hambre” es su sentido –en mi opinión– y su objetivo teniendo en cuenta su público potencial, parece quedar a un lado de forma secundaria, el análisis correspondiente a su narrativa y estilo. Pero no es así, porque Collins utiliza un lenguaje sencillo y fluido, con ritmo y diálogos que no presentan demasiadas complicaciones. Todo lo contrario. En definitiva: un libro para entretenerse que ha trabajado muy bien la autora. No sólo reportará un buen rato a los jóvenes. También a los que somos maduritos si leemos con la mente abierta.