. He necesitado reposar la lectura para pensar con claridad ante los sentimientos y reflexiones contradictorias que me provoca. Ha despertado en mí una especie de bipolaridad que se debate entre el halago y la estupefacción por este extraño descubrimiento en forma de relatos que describen con naturalidad la extraña convivencia entre la belleza y la fealdad que encontramos en cada pequeño rincón de la inmensidad de la sociedad y el mundo.
Desconocía a Lucia Berlin (ni nombre ni apellido van con acento, hasta eso es raro), hasta que me vi –supongo que como muchos lectores– torpedeada por la campaña de publicidad promoviendo este peculiar manual. La autora falleció hace mas de diez años y según cuentan las crónicas periodísticas y del mundo literario, pasó injustamente desapercibida. Aunque huya de este tipo de booms literarios es inevitable sentir curiosidad. La portada desde luego, es un reclamo que lo mismo tira para atrás, que intriga. Me pasó lo segundo. Resistí sin comprarlo pero me lo prestaron sin buscarlo. No creo que sea por casualidad.
Cuando empiezas a leer este libro, ya hay unas expectativas prefabricadas por el marketing para que conozcamos no sólo el contenido de estos relatos, sino la vida de su autora. Hay un cansino empeño (no creo en el azar, al menos en este terreno) en contarnos quién era Lucia Berlin: que si tuvo una vida dura, con varios divorcios, cuatro hijos, muchos trabajos y sufrió alcoholismo. Bien. Está claro que existe un evidente interés porque nos pongamos al lado de la autora. Mucho más, cuando destacan las voces expertas, coinciden en que esta escritora cayó en el olvido.No sé qué realidad existe tras este contexto, pero sin duda, este libro sorprende. En mi caso, todo ha ido de menos a más. O sea, al principio, me enfadé bastante con su escritura a zancadas, veloz como la luz, con omisiones que te hacen perder el norte, el orden y hasta el interés. Pero es cierto que según avanzas y como se suele decir coloquialmente, cuando le coges el tranquillo y te atrapa la particularidad de sus relatos –es una gran contadora de historias, de eso no cabe duda– todo va a mejor.Todos dicen que Lucia Berlin habla de su vida. Pero ¿quién sabe lo que ha engordado los detalles, quién conoce la verdad? Pero también digo, ¡y qué mas da! El caso es que crea historias como el mago saca conejos de la chistera. Y eso es un arte. Convierte el detalle más nimio en un laboratorio de experiencias: colores, olores, texturas que sumados generan multitud de sensaciones. Tan agradables como repugnantes.Lucia Berlin cuenta la mayor de las tragedias, el drama personal más inmenso y despreciable sin que se le mueva un pelo. Describe escenas que revuelven el estómago e impactan el alma y sigue como si tal cosa. A la de dos frases, intercala la metáfora más bella que puedas imaginar. Releer a Berlin es absolutamente necesario. Si no eres conscientes de todas y cada de las palabras y expresiones utilizadas –con diálogos desconcertantes– no se puede apreciar el valor de su narración y las fórmulas utilizadas.Maneja el formato del relato con maestría porque es cierto que cuando cierra algunos, te deja sin aliento. Pero, atención, lo mismo te dan ganas de aplaudir porque el final es redondo e impactante, que sientes el ramalazo de cerrar el libro de manera definitiva. Y es que algunos relatos dejan al lector con cara de idiota preguntándose: «será que no lo he entendido, será que no lo ha explicado bien, será que busca la interpretación personal del lector». Será, será… Ese es el misterio de Lucia Berlin. No sabemos lo que es –bueno, algunas cosas están claras– en su totalidad, pero impacta: hace reír, te rompe el corazón, gira de un lado al otro sin avisar y te vuelve un poco loca.Es difícil conseguir lo que hace: nos muestra los extremos para despistarnos y sobrecogernos, con su persistencia en contarnos a la vez, lo peor y lo mejor. Aunque no siempre. No crean. A veces se ceba a lo grande y no le duelen prendas destrozarnos a zarpazos con escenas que hunden al alma y el ánimo más fuerte.Lo peor –llamémosle así– está por todas partes en este compendio de relatos: el alcohol, el lastre en general de las adicciones, las lavanderías (qué cansancio con esos extraños sitios de película americana donde parecería adecuado instalar más divanes para el psicoanálisis que lavadoras), la enfermedad (qué crudeza la de Berlin, aunque me gusta la realidad que no esquiva, porque aunque sea una faena, la vida es así), las debilidades humanas (es una artista describiendo la brutalidad implacable de los hechos y las almas).Pero, ya lo comentaba, este libro es una naturalización de la bipolaridad. Todo este despropósito, caos y hedor coexiste con el humor (negro por supuesto), con los detalles divertidos, la explosión de los sentidos a través de la descripción, con cambios de ritmo, con la ternura, el amor, la reconciliación cuando todo parece perdido…Lucia Berlin es una catarsis. Brutal, desmedida. Tanto que a veces –sea o no ficción– nos muestra un lado sádico y morboso. Aquí sigo sin creer en el azar, sino en el buen hacer –guste o no lo que cuente– de la escritora y su genial capacidad para exprimir los recursos literarios, con un sello único. Salvando mucho, mucho las distancias, me recuerda a la narrativa de Elena Ferrante, que hace cabriolas en su narración, pero sin duda, no llega a la bestialidad de Berlin.Es cierto, esta escritora puede gustar y disgustar a partes iguales. Pero si coges la buena, sus continuas contradicciones, el ritmo veloz y trepidante de su narrativa, pueden ser un deleite auténtico.