Querida amiga: mucho me alegra que
haya centrado su anterior carta en la crítica al sistema educativo,
y en sus viejos recuerdos por escuelas e institutos. Pues, mi
preocupación era muy otra, me quedé con mal sabor de boca tras
haberle enviado mi carta. No es la primera vez que me sucede: ya de
joven, por una estupidez mía, por una gracia absurda, carente de
sentido, envié una misiva que debía haber destrozado; y pensé,
impotente, cuando ya no podía hacerlo, que Correos debería tener un
sistema mediante el cual se pudiera recuperar un sobre antes de que
llegara a su destinatario. Lo mismo me sucede ahora con los correos
electrónicos: los ordenadores deberían tener alguna tecla gracias a
la cual se pudiera anular alguna que otra cosa que ya va por los
cables, por el aire, o por donde sea. En la antigüedad, ¡Ah,
venturosos años!, siempre era posible enviar a un arquero, de
certera puntería, y eliminar a la inocente paloma que llevaba la
liviana nota.
Tenía que haber retenido muchos
escritos conmigo antes de lanzarlos a volar. Pero ya no hay solución.
Pensé, después de darle a la tecla
que no tiene retroceso, la más grande del teclado, que no debía
haberle contado nada sobre mi constipado y sobre mis solitarios días,
enfermo y postrado en la cama: era preocuparla innecesariamente.
Gracias a los dioses veo que está usted más preocupada por otras
cosas, que no tienen remedio, que por su viejo amigo. Así es la
vida.
Bromas aparte yo creo que nos hemos
acostumbrado, mal, muy mal, a que siempre tiene que haber alguien que
nos saque las castañas del fuego. Le digo esto por la propuesta que
hizo aquel compañero suyo de abrir los institutos por las tardes, y
los días de fiesta, a fin de dar a los alumnos salidas, diversiones,
etc., para evitar las borracheras de estos. Comprendo que su
compañero estuviera preocupado por sus alumnos, por las drogas y por
el botellón, entre otras cosas, como lo estuve yo por mis hijos;
pero no creo que la solución fuera la ofrecida por él. O, al menos,
no en la forma que lo hacía o proponía.
Cierto es que la sociedad, muy a
menudo, demasiado a menudo, ha avanzado porque ha habido visionarios,
vanguardias, que han ido contra viento y marea. Y que sus propuestas
o descubrimientos, que parecían absurdas en un principio, han
terminado por calar de tal forma en la sociedad que hasta el nombre
de quienes la propusieron y propalaron se ha olvidado.
Recuerdo que hace muchos años,
muchísimos, tuve una excelente profesora de latín. Varias veces, y
en sucesivas clases, esta mujer nos habló de los problemas de la
transmisión cultural, de la incapacidad de llegar a la comprensión
total de los textos antiguos ya que el contexto del escritor y del
lector son totalmente distintos. Pero no es de esto de lo que quería
hablarle, pese a que fue el motivo recurrente de muchas de sus
clases. También nos habló esta excelente profesora, no recuerdo por
qué, de lo mucho que le cuesta a una sociedad renunciar a sus ideas
y adoptar otras nuevas, por mucho que estas vayan a ser su salvación.
Nos ponía como ejemplo la vida y obra de un médico, imagino que lo
conocerá, Ignaz Semmelweis. Este doctor, como sabrá, allá por el
siglo XIX dijo que, para evitar la muerte por fiebre pauperal de las
mujeres que iban a dar a luz al hospital, los médicos que las
atendían tenían que lavarse las manos después de atender a los
hombres, enfermos de paperas. Por lo visto decirle que se lavara las
manos a un señor catedrático era ir contra toda razón y lógica.
La vida de Semmelweis no fue nada agradable según nos contó mi
vieja y querida profesora. Y eso que probó y demostró todo cuanto
dijo. Pero, claro, por Dios, lavarse las manos un señor doctor...
No quiero decir con esto que debería
haberle sucedido lo mismo a su compañero, al que proponía abrir los
institutos los sábados por la tarde. Quizás sea una buena idea, un
loable intento de evitar lo que sucede con muchos chicos. Pero
convendrá conmigo, espero, que eso, encauzarlos, evitar que se
emborrachen, se droguen o pasen la noche en discotecas y gritando por
las calles, no es misión de la escuela. Es misión de toda la
sociedad. Y, desde luego, le doy la razón a los profesores que
protestaron o se indignaron ante la propuesta. Estaría muy bien, no
se lo niego, hacer talleres de teatro, de fotografía, hasta de latín
si usted quiere; pero no pretenderán, creo yo, que un profesor esté
toda la semana trabajando, y dedique también el sábado, y hasta el
domingo, a sus alumnos. ¿Dónde está entonces el papel de los
padres? Sí, ya sé que algunos protestan porque los muchachos llevan
deberes a casa. No le extrañe que también protestaran por la opción
que planteaba aquel compañero suyo.
Partimos de un error fundamental: la
escuela enseña, no educa. Y no quiero decir con ello que no deba
educar la escuela. Quiero decir que educar es tarea de todos,
incluidos los padres. Ahora bien, es absurdo que yo realice un taller
de latín, o incluso que imparta una clase de latín, cuando a dos
por tres tengo que estar respondiendo a la necia y absurda pregunta
de para qué sirve el latín. ¿Sirven para algo las matemáticas?
¿Va usted al mercado y le dicen que el cuatro de pollo está a la
raíz de menos uno elevado al cuadrado o algo similar? ¿No le han
preguntado nunca a usted para qué sirve leer a Garcilaso de la Vega?
Hemos llegado a tal grado de supuesto y necio pragmatismo que nos
estamos matando a nosotros mismos. Nos parecemos, cada día más, a
aquella gallina que se encontró un diamante en un estercolero.
Evidentemente no le servía para nada. Ahora bien, tal vez deberíamos
regresar el mundo antiguo, a Platón por ejemplo, a Sócrates, y
preguntarnos si la belleza es útil o no. Y qué entendemos por
utilidad.
En una reunión de padres, estaba
cansado y harto de soportar a algunos de ellos, un padre, su hijo
había suspendido, haciéndose el gracioso, cómo no, volvió a la
pregunta de siempre: ¿Y para qué sirve el latín? Le pregunté a mi
vez se le gustaba el fútbol. Me respondió que sí, por supuesto.
-¿Y para qué sirve el fútbol? -le
pregunté.
-¡Hombre! -exclamó como si
estuviera hablando con un idiota- el fútbol da mucho dinero y
entretiene a mucha gente.
-Pues yo con el latín mantengo a
una familia, pago un par de hipotecas, y me distraigo mucho leyendo a
los autores romanos en latín. Ahora bien, según su inteligencia y
sensibilidad, cada uno se distrae con una cosa. Hay quien lo hace
cazando moscas con el rabo.
El señor aquel presentó una queja
en dirección por mi respuesta. Al parecer yo le había faltado al
respeto.
No me gusta, querida amiga, ni
recordar estas cosas ni contarlas. Pero ya que lo he hecho me sirvo
de ello para decirle, una vez más, que para que la educación
funcione, para que el sistema sea bueno, tiene que ser toda la
sociedad la que colabore, o cambie, por lo menos un poco. Le
recomiendo a usted que un día cualquiera coja usted un periódico
digital y lea cualquiera noticia que los lectores hayan comentado. En
esos comentarios, en sus errores sintácticos, en sus faltas de
ortografía, cuando no en los insultos y en las tonterías que se
dicen, queda más que demostrada la importancia de estudiar latín,
historia, literatura, filosofía y hasta un poco de educación y
buenas maneras. Si queremos ser un poco humanos, y de ahí la
importancia de las humanidades. Me imagino que nada de esto hará
falta que se lo subraye a una ex profesora de lengua y literatura.
Dejemos el pasado en manos de los
profesores que han heredado nuestras aulas.
No
sé si hoy o hace dos días leí una noticia que me ha dejado un poco
descolocado: la ministra de educación de este bendito país,
Hispania, ha propuesto una especie de Erasmus nacional para los
estudiantes, creo que de bachiller. ¿Qué le parece la medida? A mí
me ha dado risa: está bien que, por ejemplo, un chico andaluz vaya
al País Vasco y aprenda el euskera, o un madrileño a Cataluña, y
estudie el catalán. Creo que es una forma de romper con el espíritu
de campanario pero sin salir de la iglesia. Suponiendo, y creo que me
entiende, que seamos todos de la misma congregación y de la misma
fe, que, tal vez, ya sea suponer mucho. ¿Y qué hace la ministra de
sanidad ocupándose de estos menesteres? ¿No tiene suficiente con
las listas de espera de los hospitales? Por lo visto estamos en manos
de una gente muy capaz: no tienen suficiente con un ministerio.
Por
otra parte, sigue siendo terrible todos los crímenes de mujeres que
siguen habiendo. Me ha puesto los pelos de punta: una chica de 25
años asesinada, a cuchilladas, por un compañero de trabajo por
negarse a mantener relaciones con él. ¿Quienes se creen que son
estos tipejos? ¿Y que me dice de los atentados terroristas?
¿Predicamos una justicia más equitativa en tanto terminamos de
pagar todos los desmanes de algunos de nuestros políticos? Nos
faltaba ahora la quiebra de las autopistas. Hace falta impartir ética
y filosofía en los colegios. Y dejarse de perdones divinos, indultos
y demás, y tirar mano del código penal. Salvo que el FMI disponga
lo contrario, que lo dispone. Se absuelven entre ellos, y no admiten
ni que les tosan. En este país es más peligroso contar un chiste
malo que robar o matar o subcontratar aviones y no para hacer viajes
de novios...
Sí, no van a tener queja: les hemos
dejado muchísima faena a los profesores que nos siguen. Pero
recuerde que ni Erasmo ni Séneca consiguieron educar al príncipe. A
este último hasta le costó la vida. No pierda la esperanza. Y
cuídese. Suyo