. “Patria” es un magnífico relato de lo que se escondía en las casas y se desprendía en la calle durante tres décadas de terrorismo. Fernando Aramburu me ha impresionado profundamente. No sé si alguien lo ha hecho antes en forma de novela, pero según pasan los días (lo terminé hace más de una semana) más certero me parece su contenido. No tanto su narrativa, que no considero deslumbrante, sino la efectividad del relato de lo que no siempre ha sido bien contado.
El anuncio del final de las armas de la banda terrorista ETA abre de nuevo en “Patria”, la puerta a los odios reconcentrados, insanos y dañinos acumulados en años de un baile siniestro de sangre y del panfletario de palabras retorcidas que consigue convertir a la víctima en amenaza.
Aramburu vuelve atrás en el tiempo para que conozcamos los hechos y la evolución de los personajes: desde las primeras pintadas amenazantes hasta el asesinato del Txato, tiroteado a las puertas de su casa por Joxe Mari, el joven al que de crío, invitó a chucherías, hijo de Miren y Joxian. Pero la protagonista es ella, no el padre manso y anulado como un cero a la izquierda. Aramburu refleja de manera efectiva los tópicos reales del matriarcado en la sociedad vasca. Sus diálogos con palabras hoscas, breves, secas y rotundas, crean la tensión adecuada para que nos situemos en el ambiente que se mama en el seno del hogar. La radicalización de Miren desde que su hijo se pierde en el perverso laberinto de las consignas abertzales –expertas en dar la vuelta a la tortilla a hechos y situaciones– y acaba en prisión, arrastra a su entorno y rompe los lazos entre las dos familias; vecinas de toda la vida. Nadie puso pie en pared en el pasado. Todo lo contrario. Tras años de cerrazón absurda, Bittori regresa poco a poco, a su pueblo de toda la vida, donde mataron a su marido, del que fue desterrada pese a ser la víctima gracias a las acciones y omisiones de los gudaris salvapatrias, que adoptan múltiples formas. Porque no sólo lo son los que disparan el arma. También están los aficionados de la kale borroka, las sotanas y la política que calientan la hoguera del fanatismo. Aramburu, dibuja un paisaje conocido para quienes lo vivimos de cerca, pero que a día de hoy no se ha explicado al detalle, porque se contaba a golpe de titulares informativos. El autor entra en la intimidad de casas y familias porque allí se gesta el odio de los años del plomo, en los pequeños entornos, donde la ambigüedad pone los granitos de arena que garantizan la supervivencia de este desastroso cáncer que enfermó –y las secuelas están ahí– a la sociedad vasca. Aramburu se acerca con valentía y en primer plano a la corrosiva y siniestra cadena de odio de los gestos y palabras que parecen pequeñas, de los caracteres y actitudes que hacen que un chaval normal de pueblo, del montón, acabe acoplándose a la estructura e infraestructura de los comandos de ETA. Y cómo su entorno acaba apoyando –queriendo y sin querer– lo que nunca se puede justificar. Aramburu deja que el lector juzgue qué ha hecho –o ha dejado de hacer– cada uno para contribuir a ese final y sus posteriores consecuencias. Impresionante el papel de Arantxa, la hermana del etarra. Es brutal. Descúbranlo. Como la necesidad vital de Bittori de que le pidan perdón. No es sólo una palabra. Es todo para ella, para poder mantenerse en pie. Leer “Patria” ayuda –a quien quiera intentar comprenderlo– a explicar lo que no se entiende desde fuera. Bravo por el contenido, desarrollo y en definitiva, la descripción de las múltiples formas que adopta la violencia desde las entrañas de los hogares y las familias que los habitan. Esta lectura es un relato informativo novelado de manera eficiente y de gran valor. Muy potente. Lo es hasta su simbólica portada: ese paraguas rojo que oculta caras para esquivar la lluvia que difumina los contornos, que erosiona con cada gota y pudre la existencia vital de personas que sumadas, componen una sociedad.