Te fuiste por la puerta principal sin despedirte, o lo que es peor: sin pedir perdón. Perdón por dejar enredada en tu estela la decepción de miles de personas sin pasado del que sentirse orgulloso, ni presente armado de ideales bien enraizados con los que asaltar el futuro. Perdón también por la desesperanza de los que perdieron la fe para empezar otra vez una segunda revolución: la de sus propias vidas al menos, porque esta que nos prometiste comandante, la que iba a ser tan verde como las palmas, se marchitó delante de nuestras ganas sin que pudieses conseguir el milagro de resucitarla.