En las líneas que siguen trataré
de hacer una sátira para dejar en claro un punto de vista, mencionando que me
gusta el buen futbol y guardo un gran respeto a todos aquellos que hacen del
futbol una pasión y una profesión en sus más diversas facetas.
En la pequeña ciudad donde vivía,
un buen día empezó a generarse una especie de “epidemia” sumamente contagiosa,
y es que todos los jóvenes y los no tanto, sin discriminación de sexo,
empezaron a querer jugar al futbol, dejando de lado otras profesiones, deportes
e intereses. Así las pocas Academias de futbol que funcionaban empezaron a
recibir una gran demanda de inscripciones, debiendo establecer horarios de día
y de noche, prácticamente las 24 horas para poder atender a tantos entusiastas
de este deporte.
Los jóvenes solo hablaban de
futbol, solo veían futbol y se podría decir casi literalmente que respiraban
futbol. Todos se identificaban con un gran jugador de su preferencia y todos
aspiraban a ser algún día como él, a ganar como él, a disfrutar de la vida y de
la fama como él, siendo estos los temas
de animadas y entusiastas conversaciones, tratando de demostrar cada cual que
el jugador de su preferencia era el modelo a imitar.
Las Universidades empezaron a
perder masivamente a sus alumnos, y pese a los esfuerzos abaratando matriculas,
pensiones, dando promociones, etc, no podían detener el inexplicable fenómeno,
a tal punto que se nombró una comisión de investigación con los más connotados
sicólogos, sociólogos, padres de familia y otros expertos para tratar de
encontrar una explicación lógica que permitiera adoptar medidas correctivas.
Pero en un mundo globalizado,
interconectado por los 4 costados, sucedió lo que era de esperar, pronto en
todas las redes sociales se comentaba el fenómeno actitudinal que venía
sucediendo en mi pequeña ciudad, y la “epidemia” empezó a contagiarse a otros
pueblos y ciudades en lo que se podría
calificar como una “pandemia” en progreso.
Pero me quedaré en mi pequeña
ciudad, donde como mencione, florecían las academias de futbol y las canchas, abriéndose
alrededor de 150 adicionales, para cubrir los requerimientos. Con ellas los
profesores de educación física, los entrenadores de futbol, utileros,
masajistas, etc. que conformaban los equipos de trabajo, empezaron a prosperar
rápidamente y pronto todo aquel que sabía de futbol o estaba en capacidad de
enseñarlo, sin casi importar la edad, era llamado a cubrir alguna plaza
disponible.
Habrían transcurrido casi 2 años
de esta fiebre futbolística, cuando sufrí un accidente automovilístico,
afortunadamente sin consecuencias fatales, pero no me libre de un gran golpe en
la frente y en el pecho, rompiéndoseme un par de costillas y habiendo quedado
inconsciente por unos minutos. Al recobrar el conocimiento ví como unos
policías de tránsito, bastante mayores, llamaban a la ambulancia y al cuerpo de
bomberos, pues en el otro vehículo había quedado atrapado entre los fierros un
pasajero, que requería ser liberado lo antes posible.
Transcurrieron unos 20 minutos,
que me parecieron eternos hasta que apareció primero la ambulancia y tras de
ella el vehículo de bomberos. De la ambulancia bajaron dos paramédicos, un
hombre y una mujer, que rozaban generosamente los 50 años. Desplegaron la
camilla y me subieron con dificultad en ella, mientras los del Cuerpo de
Bomberos, que más parecían veteranos del incendio de Londres, hacían denodados
esfuerzos con la herramienta hidráulica para liberar al pasajero atrapado.
La ambulancia empezó su recorrido
hacia el hospital conmigo adentro, atendido por los paramédicos quienes me
daban palabras de aliento.
Al llegar al hospital, me bajaron
a duras penas de la ambulancia y me empujaron hacia la sala de emergencias. La
historia se repetía, médicos y enfermeras bastante mayores se encargaban de
todas las tareas y hacían denodados esfuerzos para suplir la falta de juventud
en donde se requería.
Al llegar a la sala de
operaciones, me pasaron entre 6 a la mesa quirúrgica, mientras en el altavoz
del hospital anunciaban la necesidad que los doctores y enfermeras disponibles
atendieran a un grupo de jóvenes que se
habían accidentado, al caerles parte del techo de una tribuna en una cancha de
futbol, no faltaba más, hasta en los accidentes y accidentados influía el
futbol.
Después de tres días de una no
grata estadía en el hospital fui dado de alta, siendo recogido por mi esposa,
quien de camino a casa, se detuvo en nuestra panadería preferida para comprar
pan y otros ingredientes para el tradicional “te” en casa.
Pasaron como 20 minutos y mi esposa
no regresaba, así que aun adolorido baje
del auto para ver que pasaba, dándome con la sorpresa que en la “panadería”
solo habían dos antiguos panaderos, uno de ellos de nombre Michelle que era el
dueño, que a duras penas podían atender
a un numeroso grupo de personas que pugnaban por el pan.
¿Qué pasa?, le pregunte a
Michelle, a quien conocía de muchos
años.
Con esto de la fiebre del futbol,
me he quedado prácticamente sin personal y Giusseppe y yo tenemos que atender
toda la panadería, desde la producción, venta, etc etc, y la verdad que es un
trabajo agotador y exigente, me contestó.
Bueno le dije, es un fenómeno que
se repite en todo lado y mientras decía esto, me fije en la lista de precios,
que se había incrementado sustantivamente, por lo que le pregunte a Michelle la
razón de tal subida.
Mira, me dijo, los panaderos que
ves, dos, somos hoy por hoy una especie de “bien escaso” y como la demanda de
pan se ha incrementado sustantivamente por parte de los jóvenes, especialmente
los futbolistas y la oferta se ha reducido por la falta de personal, he
decidido aplicar la microeconomía y el concepto de la demanda insatisfecha ante
una oferta menor y a ello debo agregar el hecho de que yo siendo el dueño y gerente de la panadería,
estoy haciendo lo que hacía hace 40 años, al igual que mi hermano Giuseppe. Si
los jóvenes quieren pan para seguir jugando futbol, que paguen el precio. Pero
a ti mi amigo, te lo voy a vender al precio de siempre.
Tome a mi esposa del brazo y con
la otra mano la bolsa de pan caliente, y me dirigí hacia la salida, mientras
que escuchaba los comentarios de varios jóvenes quejándose de la elevación de
precios y de la escasez de pan.
Así como el pan, todos los
servicios que no tuvieran relación con el futbol, gasfiteros, abogados, médicos,
profesores, etc, etc. empezaron a volverse escasos y a aumentar de precio, pues
no había suficiente personal para atender la demanda, y por ejemplo contratar
un electricista, podía significar tener que pagar el equivalente a una semana
de trabajo, ello sin dejar de lado muchas veces la mala calidad de los
servicios.
Pero volvamos al futbol. De la
“oferta” disponible de miles de jugadores empeñados en ser de los mejores para
conformar la plantilla de los equipos reconocidos, solo fueron seleccionados
unos pocos, que no llegaban ni a 20 en los
años que llevaba “la fiebre del futbol”, el resto insistía, pensando que
no se “habían mostrado” lo suficiente y que habría siempre una oportunidad
escondida por ahí de ser un gran jugador, un crack, subir a la gloria, ganando
fortunas y todos los beneficios y prerrogativas de la fama.
Lo cierto es que la realidad, fue
despejando poco a poco la “niebla” que había envuelto a la población,
especialmente a la más joven, sobre todo al darse cuenta del incremento del
costo de vida, de lo bien que empezaba a irle a los “otros profesionales”, la
gran mayoría de una edad incompatible con la practica del futbol
profesional, de lo requerido que eran no
solo en su trabajo sino en los medios de prensa escrita y hablada, que
centraban sus ediciones en la importancia de esas profesiones para la convivencia
social, premiándolos y reconociéndolos públicamente por su dedicación, esfuerzo
y sacrificio.
A Michelle le fue tan bien con el
negocio, como a la gran mayoría que ofrecía sus servicios no futboleros, que
estreno un deportivo último modelo, que paseaba orgulloso por la ciudad,
mientras los jóvenes miraban con admiración y deseo aquella demostración de
bienestar económico.
De pronto un buen día, hubo una
manifestación frente al canal de televisión más popular de la ciudad, y Juan
Carlos, un joven de unos 32 años que lideraba el movimiento se acercó a dar una
entrevista y no olvidare nunca sus sentidas palabras:
“Estamos acá los que quisimos ser
futbolistas de talla mundial, para reconocer que lo que determina el éxito
profesional, no es solo el deseo de serlo, hay mucho más, hay que reunir
cualidades, competencias, no todos nacemos para tener éxito en lo mismo, más
bien tendremos éxito en aquello que hagamos por qué lo sentimos e intuimos en
nosotros mismos, por que sabemos que
somos capaces y por que nos decidimos a hacerlo.
Hemos aprendido que todas las
profesiones son importantes, valiosas y respetables, y que las reglas de la
economía en última instancia son las que determinan la rentabilidad de las
mismas, pues se pueden constituir en “un bien escaso” que hará que la oferta
también lo sea y por lo tanto la demanda, pero como la economía de mercado parece
obedecer a sus propias reglas (mano invisible), ante este hecho de escases hará
que aparezcan nuevos proveedores de servicios, y ello es lo que ocurrió con el
fenómeno de la fiebre del futbol, quisimos incrementar la oferta, olvidando que
la exigente calidad es un bien escaso que solo aparece en unos pocos .
Hemos aprendido que el éxito, se
mide de diversas maneras, sobre todo la satisfacción que nos produce
desarrollar una actividad, y si de ello se deriva el dinero, la fama es un
valor añadido y efímero que no debe desviarnos del objetivo principal, cual es
vivir a plenitud, permitiendo y colaborando para que otros también puedan
disfrutar de su propia existencia, haciendo de nuestro mundo un lugar que valga
la pena para todos,
En definitiva hemos aprendido y
eso ya nos hace mejores…………….
Después de este conmovedor mensaje, ampliamente difundido, las cosas
empezaron a volver a su cauce como debía ser, aunque no puedo dejar de
mencionar que siempre extrañare, lo bien que nos fue a los “maduros” durante
esos años y es que toda crisis trae oportunidades y en esta ocasión lo fue para
los “mayorcitos”, sino pregúntenle a Michelle y a Giuseppe que aun lucen sus
modernos deportivos del año y pudieron hacer crecer su negocio a tal punto que
abrieron franquicias en diversos países y sus productos de panificación
industrial son una marca reconocida y apreciada.