No
creo que pudiera ser amigo de Donald
Trump. Y no me refiero solamente a la distancia física e ideológica que nos
separa. Su forma pública de ser no me gusta. A lo mejor, en la intimidad de su
casa, es un tío genial, pero no lo creo. Sus palabras y modales públicos me
resultan en muchas ocasiones desagradables. Sin embargo, a pesar de que algunas
de sus frases contienen connotaciones machistas o racistas, también es cierto
que parte del mensaje que transmite no deja de ser verdad, aunque pueda
resultar políticamente incorrecto. Que algo sea políticamente incorrecto no
quiere decir que no sea cierto. De hecho, con respecto a la inmigración, un
porcentaje importante de latinoamericanos y personas de países musulmanes están
de acuerdo con Trump en que la inmigración ilegal es nociva porque perjudica a
los que legalmente están en el país. Y lo mismo sucede con su opinión sobre el
tráfico de drogas. Pero todo ello sería tema para otro artículo.
Como
digo, no creo que nunca llegase a ser amigo de Donald Trump. No me acaba de
caer del todo bien. Sin embargo, para juzgar su política, sé que debo esperar
un tiempo prudencial. Hay, en cambio, quien no opina de este modo. Tras su
elección como Presidente de los EE.UU., una marabunta de norteamericanos se ha
echado a la calle para protestar por su elección. Esa gente –y muchos de los
que les apoyan tanto en España como en el resto del mundo- dicen que Trump es
un indecente, un inmoral, un machista, un sinvergüenza y que no puede ocupar la
presidencia del país. Al parecer, estas personas dicen que ellos sí son buenos,
morales y decentes. Trump, no lo es; ellos, sí. Por eso, pueden salir a la
calle para intentar “derrocar” a una persona elegida democráticamente por el
pueblo. Esta gente es tan demócrata que la democracia solo funciona si ganan
ellos. De lo contrario, la democracia no existe. Eso es lo que piensan muchos
mal llamados progresistas y muchos independentistas. Porque ellos sí son
morales. Como Bill Clinton, que utilizó un edificio institucional para que le
hiciesen una felación. O su mujer, cuya moralidad le permite –quien sabe si por
razones políticas más que emocionales.- seguir con un marido que la humilló
públicamente. No sé si eso, al final, será más o menos machismo que las propias
palabras de Donald Trump.
Me
resulta muy curioso –y sobre todo, preocupante- que hoy en día haya un sector
de la población –normalmente asociado a grupos progresistas- que considera que
ellos tienen la legitimidad moral para decidir qué es bueno y qué es malo,
quién debe y quién no debe gobernar. Donal Trump es apoyado por millones de
americanos -de los cuales, no todos son blancos, machistas y racistas- sin
embargo, por encima de los votos de esos ciudadanos libres hay un poder
superior que es el poder de aquellos que dicen que eso está mal, que esa
gentuza que ha votado a Trump está equivocada, que ese hombre no puede gobernar
a pesar de las urnas, que el resultado solo es legítimo si ganan ellos. Porque,
al final, resultan que quienes acusan de fascistas a otros acaban teniendo
actitudes verdaderas fascistas. Y los progresistas somos precisamente lo
contrario a eso.