Hay
una premisa indiscutible, infalible y que los que saben están conscientes de
ello: aquellas encuestas que no se publican son las que tienen información
real; por ello, son certeras y confiables.
No
es trivial que lo analicemos estimados lectores. El problema con las mediciones
demoscópicas de los últimos años tiene que ver con cuestiones de uso y no de
propósito. Si el uso de las encuestas fuera destinado para medir, analizar y
luego tomar decisiones serían 100% confiables; sin embargo, se usan para
pronóstico, para intentar inducir preferencia o, lo que es peor, como
estrategia hasta para tratar de posicionar un tema, tópico, problema social, o
fabricar candidatos. Esto sí es grave.
Estoy
seguro que los demócratas y el equipo de campaña de Clinton tuvieron,
permanentemente, información suficiente, certera, clara y de primera mano
antes, durante y después de las elecciones. Evidentemente, por eso echaron mano
de todos los recursos posibles para tratar de revertir los números: medios de
comunicación, campaña negativa contra Trump, despliegue de recursos materiales
y humanos por todas partes; incluso, apoyo incondicional del presidente Obama
desde la Casa Blanca. ¿Usted cree que el apoyo de todos los cineastas,
artistas, deportistas, organizaciones de la sociedad civil y demás fueron todos
apoyos de buena fé?
También,
a juzgar por los hechos, estoy seguro que Luis Videgaray y Enrique Peña Nieto
tenían información precisa sobre esto. El problema fue que era agosto y nada
estaba definido todavía. Por supuesto que no los defiendo y tampoco creo que
hayan sido visionarios, fue una estupidez haber invitado a Donald Trump a
México. Pero, el hecho es que tenían información real, no publicada, que era
confiable. Eran encuestas.
No
dudo que algunas instituciones en pro de la democracia y los derechos sociales
sí salieran a las calles a defender los avances democráticos y del
empoderamiento de la sociedad civil organizada norteamericana. No se
explicarían los grandes avances que en esta materia han tenido nuestros vecinos
del norte: legalización de matrimonios de personas del mismo sexo, del consumo
médico y lúdico de la mariguana; mayores libertades en materia de inmigración y
empoderamiento de las mujeres, entre otros. Tampoco se entendería por qué la
sociedad norteamericana está polarizada entre una expresión moderna,
progresista, multicultural, poco convencional pero desgastada y una que
prometió un cambio o giro radical devolviendo los valores norteamericanos a la
sociedad y, sobre todo, empleos, orden y mejores niveles de vida. ¿Qué de raro
tiene esto?
Me
preocupan, en cambio, las expresiones de rechazo a la democracia. Es absurdo, pensar
que la democracia norteamericana está enferma: salieron a votar!!! La cuestión
es que no ganó la parte que todos o “la gran mayoría” queríamos que ganara.
Ganaron aquellos norteamericanos de clase media y clase baja, poco educados,
conservadores, que viven en zonas rurales o en ciudades poco cosmopolitas del
centro del país, y que, han sido hasta ahora los perdedores de la
globalización. Una población no atendida y que se ha manifestado. ¿Cómo
explicar que el 40% de las mujeres votó por Donald Trump? ¿Por qué 29% de los
latinos, residentes, también votaron por Trump?
No
deja de sorprenderme el resultado de la contienda. De hecho, estoy muy
preocupado por las repercusiones que se van a generar en detrimento de nuestros
connacionales y de nuestro país en materia económica, sobre todo. Admito que
usé la misma información errónea a la que todos estuvimos expuestos y que, para
poder emitir una opinión más objetiva, hubiera sido necesario conocer y vivir
en aquellos lugares donde se decidió la elección norteamericana. Sin embargo,
tomemos de ejemplo la reciente elección que se llevó a cabo en nuestra entidad,
el 5 de junio pasado: a pesar de toda la cargada hacia el candidato oficial y
el mal uso de encuestas a través de medios de comunicación, ¿Quién puede
objetar el triunfo de Aispuro o de José Ramón Enríquez? El resultado es otro
claro ejemplo de malos candidatos al amparo del uso propagandístico de las
encuestas entre los medios de comunicación. ¿Alguien puede contradecir o decir
que el ambiente ciudadano fue traicionado o mal medido? El resultado en las
urnas fue claro. Las encuestas que no se publicaron, también.
Dado
que Trump representa una posición muy nefasta, homófoba y retrógrada, lo que
nos está mostrando el resultado electoral de los Estados Unidos no es diferente
de lo que hemos visto en diversas partes del mundo: en Grecia, Alexis Tsipras y
su formación, Syriza, ganaron las dos últimas elecciones, a pesar de
representar un ala radical de ultra derecha, que incluso, estuvo a punto de
salir de la Unión Europea en 2013 y 2014 por su postura ante la deuda del país ante
el Banco Central Europeo; el Brexit, recientemente en Inglaterra; Marine Le
Pen, líder del Frente Nacional de ultraderecha en Francia; y qué me dicen del
voto contra el acuerdo de paz en Colombia entre las FARC y el gobierno. La
gente salió a votar. Que no es el voto en el sentido correcto “política o
convencionalmente hablando” eso es otro cantar.
Son
inquietantes para la industria las manifestaciones de rechazo que ha habido a
las encuestas de manera poco profesional y realista, y no desde un punto de
vista técnico o metodológico, digamos. Hay que admitir que el problema es la
perversa relación entre medios de comunicación-política-candidatos-encuestas. Los
intereses que están en juego en una elección son tan grandes que se valen de
todo para tratar de ganarla. Si en ello se va el prestigio para algunas encuestadoras
o medios de comunicación, eso no ha sido problema; el asunto, es sumar con un
equipo o candidato, y si es el que “tiene más posibilidades de ganar” mejor. Esto
sí es un verdadero lastre para cualquier democracia.
Hay
una premisa indiscutible: las encuestas que no se publican son las más
certeras.