El
desempeño de los países refleja el comportamiento de sus liderazgos, el talante
de su esencia como sociedad o, mejor dicho, el impulso de esa clase media
boyante que es la que debe empujar a las élites. Y esto lo digo porque en
México tendemos a pensar que el único que causa o resuelve problemas es el
gobierno, olvidándonos de otros grupos con poder real que inciden en las
acciones de éste.
El
mundo enfrenta un punto de inflexión determinante, quizá sólo recientemente
comparable al principio de los años treinta, cuando el colapso económico
mundial fue agravado por el proteccionismo estadounidense (Gran Depresión) y
por el de nacionalismo europeo, acompañado por el ascenso del fascismo (Entre
la primera y segunda guerra mundial). En aquel momento, ante el caos social y
la crisis económica, los alemanes votaron por un líder extremista, pero
carismático, que prometía imponer orden, y que señalaba “culpables” (la
población judía y los comunistas, entre otros).
La
historia es así. Se compone de momentos en los que las sociedades eligen, a
veces bien, a veces no. Estados Unidos parece estar por decidir contra un
“Pésimo Homero Simpson”, de color naranja, pero que, ahora corre el riesgo de
que si los demócratas arrasan, eso le abre espacios legislativos a la izquierda
extrema de su partido. Es curioso que la vulgaridad y estridencia de Donald
Trump podrían estar salvándolos de Ted Cruz y de Bernie Sanders, que estuvo
cerca de ser candidato; ambos serían peores opciones que Trump.
En
México también enfrentamos una disyuntiva histórica. Dentro de la enorme
irresponsabilidad y torpeza de la presente administración, se lograron reformas
estructurales trascendentales que urge apuntalar, desmarcándolas de la merecida
crítica a la corrupción excesiva e irresponsabilidad fiscal. Es decir, una cosa
es la torpeza del gobierno y otra muy diferente es lo que pueden llegar a
representar estas reformas bien implementadas. Y ahí es donde las élites que
también forman parte de este país tienen mucho que ver.
Por
otro lado, sin pecar de ingenuos, los medios y quienes tenemos acceso a éstos,
tenemos la obligación de criticar, pero en forma responsable y constructiva,
evitando caer en la mediática tentación de presentar un país casi en llamas. Hay
regiones que sí crecen y prosperan, industrias y empresas mundialmente
competitivas, y jóvenes profesionistas que no le piden nada a los de otros
sitios.
Sin
embargo, es momento de que otros grupos de poder asuman la responsabilidad que
históricamente les corresponde. México tendrá que enfrentar su reto en medio de
un entorno mundial que se seguirá complicando. En el mejor de los casos, habrá
menos crecimiento y la revolución tecnológica acelerará el problema de
desplazados de sectores económicos tradicionales que fortalecerá posturas
extremas y pondrá en jaque a las democracias de países industrializados,
pudiendo descarrilar la frágil recuperación mundial que vivimos.
Un
entorno tan complejo imposibilita el acceso al poder de líderes deseables, e
incrementa el costo de tomar decisiones difíciles que se han postergado por
décadas. En México, las élites están paralizadas. Ante la amenaza de Andrés
Manuel López Obrador, no se atreven a criticar los pecados flagrantes de la
presente administración.
El
próximo gobierno de México (claramente, Peña Nieto no lo va a hacer) tiene que
tomar decisiones que serán duras, pero son indispensables. Todavía es posible,
con apoyo adecuado. Urge generar nuevas opciones de educación gratuita que
estén fuera de las garras del marasmo sindical magisterial. Urge imponer
disciplina fiscal, metiendo férreos candados al actual despilfarro de recursos
públicos, pero incrementando la base de recaudación y, sobre todo, haciendo una
cruzada nacional contra la informalidad (6 de cada diez personas que forman
parte de la PEA son informales). El federalismo fiscal también es
impostergable: hay entidades prácticamente en la banca rota por el actuar
irresponsable de sus gobiernos pero que fueron “permitidos” por las élites
locales.
Urge
incrementar la inversión en infraestructura, cuando sobran recursos
internacionales para financiarla, pero escasean proyectos inteligentes. El
problema es que la inversión internacional se aplica a los proyectos,
directamente en sus comunidades, en los bienes y servicios necesarios y no pasa
por las manos de los políticos. Por eso no accedemos a este tipo de apoyos.
Urge
convocar a las mejores mentes de este país, y de otros, para implementar
políticas que acaben con corrupción e impunidad en forma realista y sin
demagogia. Esto permitirá ponerle límites al resurgimiento de la violencia y
cerrarle espacios al crimen organizado en ascenso.
No
es momento para politiquería peligrosa, para miope corporativismo, o para
envolverse en banderas ideológicas absurdas. Para la elección del 2018, tenemos
dos años, y para Durango, los próximos seis, para arropar al gobierno que venga
con tecnócratas capaces y políticos serios para que entren con un proyecto
concreto, que sea bien entendido por los medios para explicarlo, venderlo y
difundirlo. La única forma de combatir al populismo es haciendo una alianza
bien informada con quienes serían los principales beneficiados de un estado y
un país que funcione.
El
mundo, nuestro país, Durango, nuestra sociedad actual, enfrentamos un punto de
inflexión determinante, quizá sólo recientemente comparable a momentos de
crisis económicas severas que han desatado violencia, pobreza y desigualdad
extremas. Necesitamos que las elites reflejen su liderazgo de manera
responsable y empujen al gobierno que hasta hoy muestra incapacidad para
lograrlo por sí solo.