. Disfrutar sin el contexto adecuado. Sacar fuerzas de donde no hay porque se agotó el saldo. Esa es la historia de Nieves Concostrina: la de la esperanza que sustenta la supervivencia cuando los cuernos de la vida están revueltos. Eso ocurrió en la época de Antonia. Aunque nació el día de Reyes tuvo el peor regalo porque llegó al mundo en la España del año 1930.
Antonia es la madre de Concostrina y podría ser cualquiera de esas mujeres más fuertes que un roble que abundan por estas tierras. Duras como el hormigón por más peso que caiga sobre sus espaldas. Son las mujeres de una generación que correteó por los previos de una guerra infame, de la que tanto se ha escrito y que nunca se acaba de contar. Nieves Concostrina la cuenta con personas anónimas. Del montón. Y tan dignas como su número, oculto entre la miseria y la picaresca a la que obligaba el momento.Todo un homenaje de esos “normales”, de un montón que merece infinitos monumentos que no se han erigido.
Lo más valioso del trabajo de Concostrina es exponerlo con envoltorio divertido, con lenguaje lleno de humor, retranca y guasa aunque los dramas estén en cada rincón de calles y casas que fueron escuela, donde el bienestar era una palabra que la mayoría no sabía pronunciar porque no sabían que eso existía. La Concostrina novelista hace un retrato de una generación que a muchos nos toca porque los cuarentones tenemos en nuestras venas su sangre y por eso, sabemos de lo que habla, porque aunque no lo hemos vivido, lo hemos mamado: por lo que hemos escuchado de sus bocas en nuestras propias casas, con palabras y expresiones que incluso ahora, a veces se nos escapa como autómatas, con frases copiadas de nuestras madres y nuestros padres porque se nos grabaron a fuego. No les mencionaré muchos más personajes, porque “Antonia” propone un racimo bien nutrido de ellos, donde abundan los grises. Casi podemos perdonar a todos (casi, personalmente a Miguel no puedo), porque los grises son los colores que abundan en estas páginas. No hay blancos ni negros. Ni personas buenas ni malas. Las circunstancias mandaban y el «sálvase quien pueda» primaba para respirar al día siguiente. Y si podía ser, con el estómago lleno de algo caliente. Concostrina no deja de ser en esta novela la periodista-contadora que cuenta las cosas de esa manera tan especial.Quienes hayan escuchado sus historias y narraciones en la radio –me encanta su voz– sabrán a que me refiero. Su narrativa es de igual manera, sencilla, directa, a veces brusca, pero amena. Incluso, aunque en sus manos tenga una historia para llorar. Y con “Antonia” hay en realidad, mucho que llorar. Pese a todo, como decía, nos ofrece esperanza. Y eso se agradece. No se la pierdan.